jueves, 23 de junio de 2016

La Batalla de Palos Prietos

Era el once de septiembre de 1866 cuando los franceses se encontraban en posesión de la garita de Palos Prietos, a menos de un par de kilómetros al norte de la ciudad, mientras que Ramón Corona y sus hombres se encontraban en Villa Unión. Ni los franceses ni los imperialistas mexicanos esperaban que los juaristas los atacaran. Sin embargo, amparados por la oscuridad de la noche, Ramón Corona y unos cuatro mil de sus hombres avanzaban desde el presidio  hacia ese punto. Su misión era apoderarse de él. La guarnición de los franceses en el puerto se componía de unos dos mil soldados, quinientos de ellos hombres de Manuel Lozada. De todos ellos,  unos ciento ochenta soldados al mando del capitán Delatask defendían la garita.

Hacia las dos y media de la mañana del día 12 unos setecientos hombres al mando del coronel Jorge Granados y otro de apellido Martínez se colocaron hacia el sur de Palos Prietos, cortando el paso de posibles refuerzos que llegaran desde el puerto. Y a las tres de la mañana comenzó el combate, los juaristas atacaron a los imperialistas  por tres ángulos, norte, sur y oriente.  Su superioridad numérica era amplia, pero los franceses se defendían con todo lo que podían. Luego de tres intentos, los hombres de Granados lograron penetrar a los terrenos de la garita y se apoderaron de un polvorín y de un  cañón.

Sin embargo, Delatask arengó a sus hombres para que retomaran esta pieza, y en ese instante un grupo compuesto por un teniente de apellido Maire, al mando de cuarenta hombres,  se abalanzó a punta de bayoneta contra los mexicanos que retiraban la pieza de artillería arrastrándola. Les dieron alcance e intentaron retomar dicha arma, pero de inmediato recibieron balas que les llegaban de todos los ángulos, lo que los obligó a abandonar la misión. Pero Maire no se rindió y minutos después de nueva cuenta fue por el cañón, esta vez con sólo veinticinco hombres, y de nuevo llegó hasta donde estaba. Entonces Delatask le envió refuerzos y esta vez sí pudieron recuperar la pieza. Mientras tanto el ejército francés en la ciudad se preparó para enviar refuerzos hasta Palos Prietos, al mando de un comandante de apellido Robiero, pero cuando salieron muy cerca ya los esperaban los soldados mexicanos. Mientras avanzaban hacia la garita los imperialistas eran atacados por los republicanos, y aquéllos no dejaban de responder el fuego. Ya eran las cuatro de la mañana cuando los refuerzos llegaron hasta donde se encontraban Delatask y sus hombres. Poco después  salieron del puerto más  refuerzos, el Batallón de Cazadores de África y el de caballería. Sólo así los franceses pudieron contener a los juaristas y hasta pudieron replegarlos.

A las diez de la mañana el combate había terminado aunque en la distancia aún se escuchaban balazos. Los imperialistas habían defendido la garita y los juaristas no habían podido posesionarse de ella. Delatask, Maire, Robiero, Granados, Martínez y todos ellos se comportaron como los más fieros guerreros; cada quien defendiendo  su causa y los colores de su bandera.

No obstante, aún faltaba más. Esa misma mañana un número indeterminado de hombres pertenecientes al Batallón de Cazadores de África, montando sus finos caballos árabes, salió en persecución de los mexicanos que iban en retirada. En su carrera no se dieron cuenta que éstos les tendían una emboscada y sin remedio cayeron en ella. Muchos de esos cazadores y sus caballos cayeron víctimas de las balas de los hombres de Corona que les esperaban escondidos.  

La Batalla de Palos Prietos del día 12 de septiembre de 1866 fue la más cruenta de las que tuvieron lugar en Sinaloa durante la Intervención Francesa. En cuanto a número de caídos ni siquiera la Batalla de Villa Unión tiene comparación. En la que se efectuó en las afueras de Mazatlán los franceses tuvieron 150 caídos, entre muertos y heridos; por su parte los imperialistas mexicanos reportaron 300 muertos, mientras que en las filas de Ramón Corona hubo 250. También, sólo en las filas de Granados cayeron tres caballos y una mula, además de los caballos árabes en mención.


Desde media mañana del día 12, en Palos Prietos y sus alrededores el campo  era dantesco, aquello parecía el infierno. Los muertos sumaban más de seiscientos pero, peor aún, lo que hacía aún más espeluznante la escena fue que la gran mayoría de éstos  estaban mutilados y destrozados ya que habían muerto   a través de bayonetas, espadas y machetes.

domingo, 19 de junio de 2016

Un anuncio del HOTEL CENTRAL

The Oasis. Nogales. 12 de junio de 1912. P. 9

HOTEL CENTRAL. Mazatlán, Sinaloa, México. F. QUEVEDO, propietario. El único hotel de primera clase en la ciudad. Localizado en el cenro, cerca de los bancos, la oficina de telégrafos y todas las principales casas mercantiles. Con restaurante, cuartos bien amueblados, luz eléctrica, baños, etcétera.

Calle Principal # 364.
Apartado Postal 64

La Invasión Estadounidense a Mazatlán



(Tomado de Mazatlán Decimonónico, de Antonio Lerma Garay)
Hacia el año mil ochocientos treinta Mazatlán no era sino un pueblo de indígenas pescadores en las cercanías del cerro de la Aduana. Diez años después se convirtió en el principal puerto del Pacífico mejicano y alcanzaba ya la suma de diez mil habitantes. De ahí que el gobierno de James K. Polk considerara como máxima prioridad el aseguramiento del puerto sinaloense en caso de una guerra contra la República Mejicana.
El dieciocho de noviembre de mil ochocientos cuarenta y cinco ancló en aguas mazatlecas el buque de guerra Savannah, al mando de John Drake Sloat. El buque saludó la bandera mejicana, que era izada en lo que hoy es el Cerro del Vigía, y el saludo fue respondido de acuerdo con los usos de la época. Sloat era el Comandante en Jefe del Escuadrón del Pacífico, el cual estaba integrado por los barcos: Savannah, de 54 cañones; Congress, de 60 cañones; las balandras Warren, Portsmouth, Cyane y Levant, de 24 cañones cada una; la goleta Shark de 12 cañones y el buque Erie.
Drake Sloat sabía que la guerra entre Estados Unidos y la República Mejicana era inminente, por lo que permaneció en Mazatlán por varios meses. Los vientos de guerra entre ambos países estaban presentes desde mucho antes: el veinte de octubre de mil ochocientos cuarenta y dos, creyendo que la guerra ya había comenzado, el comodoro Thomas C. Jones se posesionó de Monterey, Alta California, República Mejicana.
Sloat y sus hombres presenciaban la escuadra inglesa al mando del almirante George Seymour, a bordo del Collingwood, ir y venir entre Mazatlán, San Blas y California. Existían rumores de que la República Mejicana pagaría a Inglaterra su deuda cediéndole la Alta California o que los británicos se apoderarían del territorio por la fuerza.
El diecisiete de febrero de mil ochocientos cuarenta y seis, aún sin declaración de guerra alguna, el Portsmouth inició el bloqueo a Mazatlán. En marzo de ese mismo año excepto el Congress y el Cyane, todo el Escuadrón del Pacífico se encontraba en Mazatlán.
Fue el quince de mayo de mil ochocientos cuarenta y seis cuando la ambición del presidente estadounidense le llevó a firmar la declaración de guerra contra la República Mejicana. No obstante, ni los mazatlecos ni la flota estadounidense en el Pacífico tenían noticias sobre ello.
En aquel entonces, Mazatlán era punto neurálgico del correo. Muchas noticias llegaban a México a través de las naves que arribaban al puerto. En un viaje que duraba aproximadamente siete días a caballo, la correspondencia era llevada de aquí a lugares como Durango o Guadalajara; el camino inverso del correo era el mismo. Por esta razón, la guerra ya había estallado en el Golfo de México, aunque en el Pacífico Drake Sloat lo ignoraba.
No fue sino hasta el seis de junio de mil ochocientos cuarenta y seis cuando el futuro Comodoro recibió noticias de que la guerra había comenzado, por lo que se preparó a entrar en acción. El día siete de junio Drake Sloat no tomó y ocupó Mazatlán, sino que zarpó rumbo a la Alta California. Mucho más importante que posesionarse del puerto sinaloense, John Drake Sloat tenía otra tarea. Como Comandante en Jefe del Escuadrón del Pacífico, él había recibido instrucciones precisas de que al momento de tener noticias de que guerra había comenzado se posesionaría del territorio de California y lo reclamaría para Estados Unidos.  Fue así como un mes después, el siete de julio de mil ochocientos cuarenta y seis izó la bandera estadounidense en el edificio de Aduanas de Monterey. De ahí, el ejército estadounidense se apropió de la Baja California.
Entre el seis y siete de septiembre de mil ochocientos cuarenta y seis el buque de guerra estadounidense Warren llegó a Mazatlán y encontró anclado en el puerto la fragata de guerra mejicana Malek Adhel. Era éste un barco mercante que el gobierno mejicano había habilitado como fragata adicionándole varios cañones. Los estadounidenses bajaron una lancha del Warren y prácticamente se la robaron a los soldados mexicanos sin disparar un solo tiro. También durante el bloqueo los soldados estadounidenses se hicieron de una barcaza proveniente de La Paz del cual tomaron azúcar, frutas secas y papas.
El primero de mayo de mil ochocientos cuarenta y siete, de uno de los barcos estadounidenses bajaron dos botes de reconocimiento en busca de un punto donde amarrar el barco en caso de atacar. Sin embargo, los botes se acercaron demasiado a tierra y fueron descubiertos por los soldados mexicanos. Éstos de inmediato se aprestaron a repeler lo que parecía un inminente desembarco. Los tambores resonaban, la caballería mexicana galopaba incesante en la arena, entre trescientos y cuatrocientos soldados tomaban posiciones de ataque, las sedes consulares sin pérdida de tiempo izaron sus banderas, mujeres y niños corrían hacia los cerros. Desde sus botes los estadounidenses hacían más de un disparo al aire y amenazaban con desembarcar, pero sabían que les era imposible y se conformaron con burlarse de los preparativos de guerra de los mexicanos.
Las autoridades de Mazatlán sabían que el ejército invasor pronto pisaría el suelo mazatleco, por lo que los archivos y documentos importantes fueron enviados a la ciudad de Rosario. Luego de tomar San José del Cabo, la pequeña flota estadounidense se dirigió hacia Mazatlán. Si bien la península había sido presa fácil para el ejército invasor, existía el temor a los patriotas que mediante guerrillas osaban atacarlos. De ahí que para resguardo decidieran dejar en San José un batallón de cuatro oficiales y veinticinco soldados al mando del teniente Heywood.
Contrario a lo planeado, tan sólo tres barcos habrían de tomar el puerto sinaloense: las fragatas Independence y Congress, y la balandra Cyane. Los demás buques estaban ocupados tomando posesión de California. No obstante, al llegar a Mazatlán encontraron al Erie anclado en las cercanías de la isla del Crestón, navío que sólo estaba destinado al transporte de pertrechos.
La tarde del diez de noviembre los tres barcos se alinearon en la isla de Venados. Luego avanzó la fragata Independence y se colocó con un costado hacia la playa Olas Altas; la fragata Congress hizo lo mismo frente a la sección antigua de la ciudad, vigilando el camino que iba de Mazatlán hacia el norte; en tanto que la balandra Cyane se apostó vigilando la bahía del Fondeadero, muy cerca del edificio de la Aduana. Los barcos de guerra estaban ya en posición de ataque y sus hombres dispuestos a empezar el bombardeo de la ciudad.
El once de noviembre de la Independence bajó el grupo encargado de llevar a las autoridades mazatlecas el parte de guerra y solicitud de entrega del puerto; el capitán Elie La Vallette, Henry Walleck, el teniente Henry Lewis y el secretario de Shubrick, Henry La Reintrei, quien serviría de traductor.
En tierra, el grupo encontró que el comandante militar de Mazatlán, coronel Rafael Téllez, había abandonado el puerto, mas fueron recibidos por dos miembros de la Junta y dos oficiales del Ejército Mejicano, quienes los guiaron a la casa del presidente de la Junta, José María Vasavilbazo. Éste informó a los invasores que dicha Junta no tenía voto en las deliberaciones de los militares y que no sabía nada de sus resoluciones respecto a la invasión. Entonces, las capitulaciones fueron enviadas por correo al coronel Rafael Téllez, quien se encontraba en el cuartel de Palos Prietos, unos cuantos kilómetros al norte de Mazatlán. Según versiones del ejército invasor, cuando Téllez recibió los documentos, en voz alta los leyó a su tropa, luego los destrozó enojado y los pisoteó.
Mas Shubrick y sus hombres no esperaron respuesta alguna del coronel Téllez y sus tropas. Ya veintinueve botes habían sido bajados y colocados alrededor de la Independence, y entre las doce y una de la tarde de ese mismo días, fueron hacía tierra llevando setecientos treinta oficiales, soldados y marines al mando de La Vallette y Halleck. Las lanchas pasaron entre la isla de Crestón y tierra firme hasta llegar al rompeolas. En la playa un nutrido grupo de mazatlecos disgustados miraba la forma en que los invasores desembarcaban y descargaban sus lanchas. Una gran multitud veía desde los techos de las casas a los soldados extranjeros avanzar por las calles de Mazatlán, con una banda tocando, hasta llegar al cuartel. A la 1:10 la bandera estadounidense fue izada en suelo mazatleco y veintiún cañonazos fueron disparados desde esa misma fragata.
El trece de noviembre la Junta mazatleca no tuvo otra opción sino firmar las capitulaciones y Shubrick nombró a La Vallette como gobernador de Mazatlán y a Halleck como teniente gobernador. Aunque los invasores permitieron que las actividades del puerto se desarrollaran en forma rutinaria, impusieron un tributo y castigos severos a quienes se opusieran a la invasión, así como prohibieron la venta de alcohol a las tropas invasoras
El catorce de noviembre el Coronel Téllez movió sus setecientos hombres hacia las cercanías de Mazatlán y con el propósito de cortar las comunicaciones con la ciudad de México, envió a Urías a ciento cincuenta de ellos, al mando del suizo Carlos Horn. Al enterarse de esto, La Vallette envió hacia Urías a sus hombres. Por tierra iban noventa y cuatro en tanto que sesenta y dos más se desplazaron por el estero en botes. La mañana siguiente, veinte de noviembre, ambos grupos atacaron Urías e hicieron huir a los mejicanos. El ejército invasor reportó un saldo de cuatro mejicanos muertos y veinte heridos, así como un estadounidense muerto y veinte heridos leves.

A finales de diciembre de mil ochocientos cuarenta y siete La Vallette tuvo noticias de que las fuerzas del Coronel Téllez se reorganizaban en Palos Prietos, por lo que envió dos batallones a combatir a los mejicanos. Luego de una escaramuza en la que resultó un soldado herido, el ejército invasor hizo huir a los mejicanos.
A decir verdad el bloqueo al puerto de Mazatlán nunca fue total, ya que los buques de guerra utilizados tenían que desplazarse entre los diversos puertos del Pacífico mejicano; constantemente iban y venían entre San Blas, Mazatlán, Guaymas, La Paz, San José.
Las armas del teniente de la tripa. Dos anécdotas.
1.-  Ya era el día en que habría de celebrarse el baile anual de los carniceros de la localidad, pero Rita, la virreina de la fiesta, aún no tenía su chambelán. Nada importaba que el ejército estadounidense estuviese posesionado del puerto, la tradición debía continuar por lo que esa mañana la joven mazatleca y sus amigas llegaron hasta donde se encontraba el teniente Wise para invitarlo al baile que se celebraría esa noche en las marismas. Él aceptó de inmediato. Y por ser ella la virreina del baile de los carniceros, dio a su  chambelán el nombramiento de “Teniente de la Tripa”. Sin saber el significado de tal expresión, el militar lo aceptó de buen gusto. Y esa noche allá fue “el teniente de la tripa”, tras el amor de Rita, a parar a las marismas de las orillas de aquel Mazatlán en donde encontró una especie de templete en el medio del arenal, rodeado de numerosos puestos con luces y música. Sin embargo, el ambiente no era precisamente seguro razón por la que, por mera precaución, el militar invasor desaseguró su espada de la funda previendo que podría darse el caso de necesitarla. Rita y él caminaban entre los léperos y sus novias que bebían mientras bailaban al ritmo de un jarabe. De repente, en menos de un segundo alguien sustrajo la espada de la funda. Ni la virreina mazatleca ni su teniente de la tripa pudieron ver quién se había robado el arma. De inmediato se inició la  búsqueda... pero fue en vano. Rita lloraba y suplicaba regresaran la espada a su chambelán pero fue inútil. En protesta la virreina abandonó el baile y fue rumbo a su casa acompañada de su chambelán.

2.- Mas no fue esa la primera vez que el teniente Wise fue víctima de robo en Mazatlán. Una noche en un apartamento, antes de dormirse, colocó sus dos pistolas y ropa en una mesa de centro y dejó la ventana abierta; convencido de que el enrejado de ésta era bastante para dormir con toda seguridad. La mañana siguiente encontró un gancho sujeto a un palo largo con el cual alguien había extraído las armas y ropa.

El desalojo.
Para el primer día del mes de marzo de mil ochocientos cuarenta y ocho llegaron rumores a Mazatlán de que el fin de la guerra se acercaba y que ambos países firmarían un tratado de paz. No fue sino hasta el día treinta de ese mismo mes cuando apareció en el puerto la notificación oficial del armisticio.
Con el objetivo de realizar los preparativos para la devolución del puerto y salida de las tropas estadounidenses, el teniente Wise y unos cuantos soldados más fueron enviados con una bandera blanca a Presidio de Mazatlán a donde llegaron por la tarde y fueron hospedados en la casa del comisario general, Isidro Beruben. La mañana siguiente los estadounidenses desayunaron en la casa de don Isidro junto con una treintena de militares mejicanos, entre los que se encontraba el general Pablo Anaya. Ahí convinieron en la forma en que Mazatlán sería devuelto a los mexicanos.
El diecisiete de junio los mazatlecos vieron primero a los marineros estadounidenses abandonar el puerto y abordar sus barcos. Esa tarde llegaron de Presidio de Mazatlán el general Negrete, designado por el general Pablo Anaya para recibir la ciudad, unos cuantos oficiales, y un escuadrón de caballería. Ahí les esperaban los infantes de marina estadounidenses. Los tambores resonaban mientras ambos bandos presentaban armas. Luego la bandera estadounidense fue arriada y la mejicana izada.

Los últimos soldados estadounidenses abordaron sus barcos.   Después vinieron los disparos desde éstos y desde el fuerte en tierra. Mazatlán era de nueva cuenta de los mazatlecos y de los mexicanos en general.

martes, 14 de junio de 2016

Los libros de Antonio Lerma Garay


Mazatlán Decimonónico. Edición del autor. Sacramento. 2005. AGOTADO.   
Sinopsis. Mezcla de Historia y anécdotas de Mazatlán durante el siglo XIX. Contiene capítulos relativos a las invasiones francesa y estadounidense, así como ataques de buques de guerra británicos. 

El General Traicionado. Vida y Obra de Plácido Vega Daza. Mazatlán Decimonónico II. Creativos 7 Editorial. Culiacán. 2010. El libro fue editado por la Comisión  Estatal para la Conmemoración del Bicentenario de la Independencia y Centenario de la Revolución, presidida por el maestro José Ángel Pescador Osuna.  
Sinopsis. Vida y obra del general Plácido Vega Daza, quien fue gobernador del estado de Sinaloa en plena Guerra de Reforma y durante parte de la Intervención Francesa. El presidente Benito Juárez lo comisionó para que fuera a comprar armas a Estados Unidos.
El libro desmiente las versiones de Eustaquio Buelna quien afirma que Vega Daza no compró las armas y que se gastó el dinero en otras cosas.

Érase Una Vez en Mazatlán. Mazatlán Decimonónico III. Creativos 7 Editorial. Culiacán. 2010. El libro fue editado por la Comisión  Estatal para la Conmemoración del Bicentenario de la Independencia y Centenario de la Revolución, presidida por el maestro José Ángel Pescador Osuna. 
Sinopsis. La más variada colección de anécdotas  y hechos curiosos sucedidos en Mazatlán durante el siglo XIX y parte del siglo XX, tales como la llegada del tren, del primer automóvil proveniente de Estados Unidos, cuándo comenzó a brillar el faro, la muerte de Ramón Corona, etcétera.


El Vuelo del Curtiss Sobre  Mazatlán, coautor en La Revolución Mexicana en Mazatlán. Universidad Autónoma de Sinaloa.  Culiacán. 2010.  
Sinopsis. Un breve capítulo que describe Mazatlán durante un período de la Revolución Mexicana. Da noticias sobre el bombardeo aéreo, la base naval internacional que se estacionó en aguas mazatlecas, y otros detalles más.

El Puerto de Mazatlán. Bastión Estratégico en el Noroeste Mexicano. Siglos XVI-XVII, coautoría con la doctora María Luisa Rodríguez Sala. Universidad Autónoma de Sinaloa.  Culiacán. PRÓXIMA EDICIÓN.  
Sinopsis. Dividido en dos secciones, el libro establece el papel que jugó el puerto de Mazatlán en el desarrollo del comercio regional en el período señalado. La segunda parte da  nuevas luces sobre los soldados pardos que resguardaron el puerto desde el siglo XVII hasta los inicios del siglo XIX.

La Familia Machado de Mazatlán, coautoría con la doctora María Luisa Rodríguez Sala  y la Licenciada en Restauración Sarahí Tirado Osuna. PRÓXIMA EDICIÓN.
Sinopsis. Los tres autores rastrean la vida de Juan Nepomuceno Machado y hermanos, y concluyen que debido a sus actividades comerciales, fue él quien dio impulso al naciente Mazatlán. La obra comienza con un recorrido en el tiempo sobre Mazatlán, precisando sus períodos político-administrativos.

La Intervención Francesa en Mazatlán.  Universidad Autónoma de Sinaloa.  Culiacán. PRÓXIMA EDICIÓN
Sinopsis. Cómo, cuándo y qué sucedió en Mazatlán durante dicha invasión. Cuánto duró ésta. El papel de los principales héroes y mucho más.

Breve Historia de los Ataques de Buques de Guerra Británicos a Mazatlán en el Siglo XIX.  Universidad Autónoma de Sinaloa.  Culiacán. PRÓXIMA EDICIÓN
Sinopsis. En varias ocasiones los buques de guerra Británicos bloquearon el puerto de Mazatlán, e intentaron bombardearlo y desembarcar tropas cuando tenían conflictos con las autoridades locales.  No obstante, uno de esos barcos de guerra defendió a Mazatlán del ataque de otro de Francia. Cuándo,  cómo y por qué se dieron estos incidentes.  

Los libros que son de mi  autoría solo, están a la venta en formato E Book en la siguiente dirección:


lunes, 13 de junio de 2016

Dan Showalter Muere en Villa Unión


Los duelos a balazos que se realizaban en el siglo XIX, y antes y después, tenían sus reglas y todo duelista, como buen caballero, debía obedecerlas. Dan Showalter y Piercy habían acordado batirse en duelo en un lugar de San Rafael, al norte de San Francisco, California, a las once horas del día  24 de mayo de 1861. Sin embargo, el duelo se vio frustrado cuando el sheriff se hizo presente y arrestó a Showalter, mientras que el otro se escondió entre los árboles. Pero aquél  permaneció detenido sólo un rato ya que no hubo quien presentara cargos ni se pudo probar el pacto duelista.

De inmediato el recién liberado fue hasta donde debía efectuarse el encuentro. Ahí los asistentes de ambos, tres por cada uno, incluido un médico, los instaron a llegar a un arreglo amistoso pero no fue posible.  Entonces todos comieron en una casa de Fairfax.  Ahí Sholwalter dictó su testamento previendo que no sobreviviría e instruyó a sus amigos todo lo relativo a sus exequias. Luego fueron al campo, donde se realizaría el combate.  Los jueces dieron a conocer de nueva cuenta las reglas a los duelistas: tomar su rifle, que previamente había sido acordado; darse la espalda y cuando el juez lo ordenara caminar 20 yardas, dar  media vuelta para quedar frente a frente;  apuntar al contrincante con el rifle en posición horizontal u oblicua; entonces el juez diría “Fuego: uno, dos, tres. Alto” Los protagonistas  podían disparar en cualquier momento entre las palabras “uno” y “tres”. Además de duelistas, médicos y los otros dos asistentes, el grupo incluía a los amigos de ambas partes. Casi eran las cuatro treinta de la tarde cuando llegó el momento esperado, el juez pronunció “Uno…” apenas iba a decir “dos” cuando ambas partes dispararon sus rifles, pero nadie salió herido. “Carguemos las armas de nuevo” dijo Showalter; y así fue. Vino una segunda ronda y justo cuando el juez apenas comenzaba a decir “dos” una bala de rifle entró en la boca de Piercy para salirle por la parte trasera del cuello. Su cabeza dio un giro, luego su cuerpo cayó. El  hombre quiso levantarse, pero no pudo. El ganador pidió a ambos doctores asistieran al herido, pero nada pudieron hacer, el derrotado murió un par de minutos después.  Pero ambos se consideraban caballeros, y al verlo muerto, el duelista sobreviviente dio un discurso en honor del recién muerto.

Aún así, en duelo, la muerte de Piercy no dejaba de ser delito, y fue por ello que Showalter desapareció por una temporada.

El 8 de noviembre de 1865 abrió sus puertas en Villa Unión el hotel Ox Hide and Tail House, propiedad de la compañía Showalter, Greathouse and Co.  Con Mazatlán en posesión de los franceses, Ramón  Corona y sus hombres a menudo se hospedaban en esta nueva casa de alojamiento. En realidad los propietarios de este negocio eran Dan Showalter y otro hombre de apellido Beans.

Showalter había actuado como todo un  caballero en el duelo que sostuvo contra Piercy, cierto, pero no siempre actuaba como uno de verdad. En enero de 1866, mientras Beans se encontraba ausente,  el hombre estuvo tomando alcohol por  varios días y en un arranque comenzó a destruir el bar del hotel. Al ver esto, el cantinero lo regañó ya que, le dijo, no tenía derecho a destruir la propiedad de su socio. Showalter, molesto, le dijo “Por Dios, yo soy un caballero. Señor”. Pues usted no actúa como tal, le respondió el cantinero.  
Pero Showalter, tras días de estar bebiendo alcohol, ya estaba más que borracho por lo que, sin pensarlo, sacó una daga y sólo para provocarlo con el costado de la hoja le dio en plena cara al otro. La pelea había comenzado y el provocador no había medido las consecuencias. En realidad el cantinero tenía una pistola y no dudó darle uso. Al sentir el golpe de la daga, el cantinero sacó su arma y le disparó a Showalter; la bala le entró por el codo y subió por el brazo hasta alojarse en el hombro. Al verlo tirado, el cantinero estuvo a punto de rematarlo, pero los parroquianos se lo impidieron. 

El estadounidense  tenía el brazo deshecho por completo, muy pronto la herida se le infectó y contrajo tétano. Pocos días después, el 4 de febrero,  falleció de trismo. Su muerte fue muy comentada en California debido a que había sido legislador de este estado y al duelo que había sostenido contra Piercy.


sábado, 11 de junio de 2016

Conociendo el Túnel El Sinaloense

Abril de 2016. El sábado quince me dispuse a cumplir la promesa que le había hecho a mi hijo de viajar juntos a Durango para que conociera él tanto esta ciudad como el Puente Baluarte y el túnel El Sinaloense. Por esa razón fuimos a Viajes Alfa Tours y reservamos nuestros pasajes para salir rumbo a la capital del vecino estado a las cinco de la mañana del día siguiente. Y así lo hicimos, minutos antes de la hora citada nos encontrábamos ya en el camión número 09 de la compañía turística. La guía de turistas “Rubí”, una mujer alta y robusta, nos dio la bienvenida y nos pidió paciencia ya que teníamos que esperar a otros compañeros de viaje quienes, por una u otra causa, les fue imposible llegar a tiempo a la cita.
No pasó mucho tiempo antes de que el camión con sus veintinueve pasajeros, la guía de turistas y, obvio, el chofer comenzara su recorrido. Aún no aparecía el alba por lo que decidí regresar a la tierra de Morfeo por unos minutos más. Pero nada iba a privarme del placer de admirar el paisaje, túnel y puente, lo que me hizo despertar apenas habíamos llegado a la caseta de cobro de Mesillas; ya los primeros rayos del sol se hacían presentes. Pocos minutos después pasábamos por varios túneles, entre ellos el de Pánuco, donde le dije a mi hijo que su abuela había nacido precisamente ahí. Minutos más tarde tuvimos a la vista el túnel El Sinaloense, que me parece tan impresionante como el mismo puente Baluarte, el cual maravilló a mi hijo al asomarse al vacío.
El paisaje cambió por completo, dominado por altas y esbeltas coníferas es bellísimo. En un punto la guía de turistas pidió nuestra atención pues tenía algo muy importante qué mostrarnos.
- En esas cuevas –nos dijo señalando a un punto negro, inaccesible, en la ladera de un cerro– se escondía El Chapo Guzmán.
Guste o no la narcocultura permea y este anunció despertó el interés de la gran mayoría de los viajeros; muchos de ellos de inmediato le tomaban fotografías a aquel punto negro.
Más adelante, cuando no eran ni las siete de la mañana en Mazatlán, la guía nos anunció que había llegado la hora de desayunar por lo que el camión se detuvo y fuimos conducidos a unas cabañas en las orillas de una población a la que ella llamaba Echeverría. Al descender del vehículo mi piel se erizó al sentir el frío. Miré alrededor y vi que un poco de neblina cubría el pueblo. Tras haber comido un menudo rojo de no muy buen sabor, gracias a los letreros de la carretera me enteré que el nombre correcto de la población es Chavarría.

Cuando el viaje continuó yo deseaba seguir admirando el paisaje duranguense, pero Morfeo ya había decidido otra cosa y me obligó a visitar su mundo. Fue por ello que cuando menos pensé, ya en las afueras de la ciudad de Durango, desperté cuando el camión se detuvo en una especie de hacienda llamada Ferrería. De ahí fuimos llevados de inmediato al teleférico, en el que podríamos viajar si el viento nos lo permitía; y todos nos quedamos con las ganas de subirnos a tan bonita cabina para ver desde el aire la ciudad.

¡Caray! ¡Yo nunca había viajado en estos tours grupales! Las etapas del viaje se suceden como una diarrea; no hay libertad ni tiempo para admirar, para estudiar, para aprender. De Ferrería al teleférico, de éste al Museo de Minería, de aquí al Museo de Pancho Villa. ¡Ah, si. Es cierto! se nos concedieron cuarenta y cinco minutos para recorrer el bellísimo centro de la ciudad de Durango, cuyos edificios centenarios me dejaron maravillado y, además de esto, envidié la limpieza de sus calles que para nada se parecen a las sucias, mugrientas y cochambrosas que tenemos en Mazatlán.

Sí, así es. Tan sólo tuvimos cuarenta y cinco minutos para recorrer el centro histórico de una ciudad tan bella, limpia y llena de Historia. De ahí fuimos conducidos a El Viejo Oeste donde habríamos de tomar nuestra comida en un restaurante denominado Marlboro. 
Aquí mi hijo y yo nos sentamos en una mesa, y él ordenó una orden de tres tacos de carne asada. Al cabo de un rato una joven y guapa mesera, vestida de esa época, le trajo tres gorditas rellenas de un poco de carne y salchichas. Luego, cuando iba a comenzar el espectáculo, mi hijo abandonó la mesa y se instaló donde pudo disfrutar de éste desde un ángulo mejor. A verme solo en una mesa de cuatro sillas, tres profesoras provenientes de Rosario, Sinaloa, y que viajaban en otro autobús me pidieron permiso para ocupar los espacios vacíos. Una de ellas abrió el menú y apenas leyó “Caldo tlalpeño” no quiso saber más.
- Me trae un Caldo Tlalpeño –le ordenó a la muchacha.
- Y a mí otro –también pidió otra de las maestras, mientras la tercera se limitó a estudiar la situación.
Muy pronto las mujeres tuvieron ante ellas sendos tazones de una sopa de verduras, la cual miraban con una mezcla de sorpresa y decepción. Luego, cuando una de ellas probó el platillo, vino lo que yo esperaba al ver sus rostros: El sabor de la sopa distaba mucho de ser lo que habían ordenado.
- Esto no sabe nada a Caldo Tlalpeño –dijo en voz alta. Luego la otra lo conformó.
Ya los tacos que había ordenado mi hijo me habían puesto en alerta, y esto de la sopa no me sorprendió para nada. Por ello, con algo de sarcasmo, les dije:
- Quizá la muchacha se equivocó y les trajo Caldo de Cuajimalpa.
Quizá fue lo mejor que ellas no entendieron mi broma.
- Es que nosotras estamos acostumbradas a la de La Panamá. Cada fin de semana vamos a Mazatlán y…
Para entonces el espectáculo de El Salvaje Oeste ya había comenzado y dejé de prestar toda mi atención a estas amables, pero decepcionadas mujeres. Durante el show no supe quien reía más si mi hijo o un anciano que parecía estadounidense; ambos se carcajeaban con cada ocurrencia de los actores.
Y llegó, por fin, la hora de regresar a Mazatlán. Pero me quedó el mal sabor de la comida del restaurante Marlboro, de aquel Caldo de Cuajimalpa y de sus tacos de salchicha que sí probé. También me decepcionó el servicio de todos los guías que nos atendieron en los distintos lugares que visitamos. Desde Ferrería hasta el Museo de Pancho Villa su falta de profesionalismo fue evidente y, lo siento mucho, pero en este mismo saco meto a la pobre de “Rubí” quien, entre otros errores, nos aseguró que en Durango existe una máquina de ferrocarril de más de trescientos años de antigüedad.
Y ahí veníamos en el camión 09 de Alfatours bajando la Sierra Madre, cruzamos el Puente Baluarte y poco después entramos al túnel El Sinaloense. Segundos después se escuchó cómo el motor del camión se rendía, éste desaceleró y se detuvo metros adelante. El chofer se bajó del vehículo para investigar qué sucedía; de inmediato “Rubí” nos ordenó permanecer en nuestros asientos, y así lo hicimos por sólo uno segundos, ya que yo comencé a detectar el olor de algo que se quema.
- Huele a quemado –le dije a un pasajero vecino.
- Sí, huele a quemado –repitió él ya con voz un poco más elevada.
Al escucharlo, “Rubí” ordenó nos bajáramos del camión, pero ya no hizo más, y como mi hijo se apresuró a llegar a la puerta fui yo quien dio la orden de permanecer repegados al túnel, de no acercarse al arroyo vial.
- ¿Repegados al túnel? –me preguntó un anciano ya en los escalones, y yo se lo confirmé.
Muy pronto no había ni una persona en el camión, pero todos se quedaron cerca de la puerta, justo donde representaría mayor peligro si otro vehículo impactaba la parte trasera del nuestro. Por ello le ordené a mi hijo camináramos hacia el otro lado. Si bien el chofer había encendido las luces intermitentes del autobús, éstas eran demasiado tenues, pero por fortuna encontré un cono grande de color anaranjado, el cual coloqué a varios metros atrás del camión.
Fue entonces cuando mi hijo, a pocos metros del vehículo, encontró un acceso al túnel peatonal de emergencia. Y ahí nos refugiamos él, otros pasajeros y yo. Ahí nos enteramos el punto exacto donde nos encontrábamos: a 1100 metros de la salida hacia Durango y a 1700 de la salida a Villa Unión. Yo esperaba que “Rubí” ya hubiera llamado a los servicios de emergencia a través del sistema de comunicación de la autopista, y salí para preguntarle; de no ser así yo lo haría. Tal vez ella adivinó mis intenciones, porque sin preguntarle me dijo que ya había dado aviso.
¡Qué casualidad! Yo soñaba con recorrer este túnel y ahora se me presentaba la oportunidad. Bueno, sí, pero no era como yo la había deseado. Aún así, caminé unos cuantos metros por aquel túnel de emergencia.
La verdad es que no tardó en llegar una ambulancia de los servicios de la autopista. Y lo primero que hizo la mujer que descendió de ella fue ordenar a quienes permanecían en las cercanías del camión desplazarse al acceso del túnel peatonal. Luego colocó la ambulancia a unos cien metros detrás del camión para, con sus luces led, prevenir a los vehículos que viajaban rumbo a Concordia. Además colocó varios conos preventivos tanto detrás como delante del camión descompuesto.
“Rubí” nos dijo que los recién llegados le habían dicho que en se avisaba a los demás usuarios de la autopista sobre lo que sucedía en el túnel, con el fin de que tomaran precauciones; además, aseguró, ya avisé a mi central para que nos manden otro camión. Al escuchar esto último yo me preguntaba si la señal de su celular era tan potente como para atravesar el grosor de la montaña dentro de la que nos encontrábamos.
Al ver las caras de quienes nos encontrábamos ahí, noté que la mayoría lo tomábamos como lo que era: un simple gaje, algo que a cualquier persona y a cualquier compañía le puede suceder. Pero también había personas cuyos rostros no podían ocultar el nerviosismo que sentían. Y para empeorar la situación algunos de los conductores de tractocamiones, quizá molestos por hacerlos desacelerar y retardar su viaje, hacían sonar sus potentes cornetas produciendo un ruido más que molesto.
Pasaron varios minutos más hasta que el chofer informó a la mujer de los servicios de emergencia que había reparado el camión y que ya podíamos continuar el viaje. Y así fue, pero la ambulancia nos escoltó hasta la salida del túnel. Fue ella, ellos, los del servicio de emergencia, muy profesionales y comprensivos.
Al salir del túnel el chofer detuvo el camión a un lado del camino, pero fue conminado por la misma mujer de la ambulancia a estacionarse al otro lado del camino, en un terreno que sirvió para este fin y que, además no ponía en peligro a nadie. Al abandonar el camino, el camión se tambaleó como si fuera a volcarse, pero por fortuna no fue así. Ahí duramos varios minutos, en lo que el conductor llenaba unos garrafones de agua. Y por fin de nuevo viajábamos de regreso a Mazatlán. Pero el camión no avanzó mucho cuando se sintió que el motor fallaba de nuevo y, como pudo, llegó hasta la caseta de Mesillas. Ahí nos quedamos varios minutos más mientras el conductor hacía lo posible por reparar de nuevo el vehículo. “Rubí”, por su parte, nos hizo saber que su central ya había enviado otro autobús para rescatarnos. Pero éste no llegaba y primero el chofer pudo arreglar aquello que comencé a ver como una carcacha.
- Si quieren pueden esperar aquí el otro camión o nos vamos despacito hasta donde lo encontremos –nos dijo la guía.
El viaje ya era tedioso, cansado. Muchos nos veíamos malhumorados por aquella situación. Y fue por ellos que todos, sin excepción, decidimos subirnos a la carcacha. Y de nuevo ahí íbamos rumbo al puerto, hasta que…. Una vez más el 09 se rindió justo cuando ya casi llegábamos a Villa Unión. Pero debido a la sola inclinación del camino el vehículo pudo llegar hasta una gasolinera. Ahí una vez más el conductor se convirtió en mecánico. Fue ahí y entonces cuando lo oímos decir que ese no era su camión y que el 09 ya era como la cuarta vez que se descomponía en el camino, que en una ocasión en San Luis Potosí….
La verdad es que no pasaron muchos minutos antes de que llegara otro camión de la misma compañía hasta aquella gasolinera y nos trasladara, ahora sí sin falla alguna, hasta el punto donde habíamos iniciado aquella excursión. Cierto es que salvo la molestia y riesgo que corrimos nada sucedió a nadie de los pasajeros del camión 09, pero…

El Muñeco de Freddie Mercury


Enrique:

El pasado veintinueve de julio cumplí un año más de vida y desde semanas antes ya me había decidido celebrarlo a mi manera. Cansado, más que cansado, agobiado de laborar día tras día por varios meses en mis dos trabajos, en ambos pedí ese día libre y no permití que nadie estropeara mis planes. Fue así como ese antepenúltimo día del séptimo mes me levanté hasta media mañana, para así reponer al menos unas cuantas horas de sueño, y luego de desayunar frugalmente caminé casi dos kilómetros hasta llegar a la estación del tren subterráneo. El clima era perfecto; el sol brillaba sin nube alguna que le opacara y la temperatura era agradable. Como te digo, era ese mi primer día libre en varios meses y me sentía simplemente feliz de tenerlo sólo para mí. Compré mi boleto en la máquina expendedora para luego depositarlo en la de la entrada. Deseché la idea de utilizar las escaleras eléctricas para bajar a los andenes, por lo que uno a uno descendí los noventa y tres escalones de concreto. Sólo unas cuantas personas se encontraban en los apeaderos, donde esperé de pie por casi veinte minutos hasta que por fin llegó el ansiado tren. Luego de un viaje de casi cuarenta minutos, éste me llevó hasta la ciudad de San Francisco. Ahí estaba yo en esta bellísima ciudad. Cómo resistirme a atravesar caminando el Golden Gate, o por lo menos verlo de lejos. Qué o quién podría impedirme visitar el Barrio Chino o el Muelle de los Pescadores. ¿Por qué no subirme a un tranvía que me llevara hasta la cima de una de esas lomas tan escarpadas, o abordar un ferri para visitar la famosa isla de Alcatraz?

Pero nada de eso era lo que yo tenía en mente. Por eso, luego de descender del tren en la estación del Centro Cívico, caminé unos cuantos metros de la calle Market, doblé en una esquina y de inmediato me encontré frente al imponente edificio de la Biblioteca Pública de la Ciudad de San Francisco. Así es, supongo que lo has adivinado. Medio loco como me llamabas tú en nuestra juventud, ese día yo no estaba en esta ciudad para admirar sus bellezas naturales o las creadas por el hombre, sino para sumergirme un poco en su acervo cultural. Mi plan era visitar la biblioteca pública de la ciudad ya que necesitaba yo un dato sobre la vida del general Vega y debería consultar los diarios del año mil ochocientos setenta. Entré por la amplia puerta y caminé por el pasillo central hasta llegar a la zona de los elevadores, presioné el botón para ascender y en unos cuantos segundos se detuvo uno de estos. Lo abordé y tras accionar el mecanismo llegué hasta el quinto piso. Ahí caminé por el pasillo circular hasta encontrarme en la sección de microfilmes, donde de inmediato me posesioné de una máquina lectora de éstos.

Un dato, un solo dato me hacía falta para dar por terminado un capítulo de la vida del general Vega, pero al desconocer la fecha exacta en que éste tuvo lugar debería yo consultar los diarios de ese año, desde el primero de enero hasta encontrarlo. Tenía yo al menos tres opciones: el Daily Alta California, el Evening Bulletin y el Morning Call. Opté por comenzar con el Alta, por lo que tomé dos rollos, los cuales abarcaban los doce meses del año, y me dispuse a castigar a mis ojos buscando las noticias que necesitaba. La edición diaria de éste se componía de cuatro hojas, lo cual significa que para cubrir un mes debería yo revisar doscientas cuarenta páginas. De este punto en adelante sólo es cuestión de multiplicar. Si la búsqueda en el Alta fuera en vano, pasaría a checar el Evening, y de ser necesario revisaría el tercer periódico. En otras palabras, ese día me esperaban horas y más horas de búsqueda, quizá tendría que regresar por segunda vez, tal vez hasta la tercera o cuarta ocasión hasta encontrar el dato tan necesario.

Sin embargo, hay ocasiones en que la suerte está de nuestra parte. Recuerdo una ocasión en la Biblioteca del Estado, en las calles Novena y N de la ciudad de Sacramento, que abrí un archivo de cientos de libros contenidos en microfichas y lo primero que encontré fue la narrativa de Abel Aubert du Petit Thouars sobre su visita a nuestro puerto en el año 1828. A decir verdad yo desconocía la existencia de este explorador, mucho menos tenía noticia alguna sobre su narrativa, pero ahí estaba, allí la encontré sin siquiera buscarlo. Y por increíble que parezca, en esta ocasión una vez más encontré los datos que buscaba al consultar el primer rollo. Mejor aún, los había encontrado al consultar los primeros números ¿Suerte, mera casualidad…? Es lo de menos la manera cómo se le quiera llamar.

Media hora después de haber llegado a la biblioteca ya había yo encontrado lo que buscaba y gracias a ello tenía para mí el resto del día. Bien podía yo dedicarlo a vagar por tan maravillosa ciudad. Sin demora, pero sin prisa, abandoné el edificio y caminé por la calle Market varias cuadras. Veía yo, estudiaba a las personas que caminaban de un lado a otro, veía las muecas en las caras de algunas, analizaba sus ropas de moda, me sentía atraído por sus más modernos aparatos electrónicos. Una cosa que admiro de esta ciudad es su carácter multicultural; en sus calles uno puede ver gente de todas las razas, de todos los rasgos y colores de piel. No pude sustraerme a admirar los altísimos edificios, los tranvías viejos, los carros para todos los niveles económicos. Fui cuadra tras cuadra hasta que llegué a un edificio de varios pisos que alberga la megatienda, así le llaman ellos mismos, de una compañía discográfica; no pude resistirme y entré a ver lo que para mí resultó ser la más amplia selección de música grabada en discos compactos y películas en formato también de disco.

En los tres pisos de la tienda, los estantes alineados en forma paralela mostraban la más grande variedad de discos que yo haya visto. Música para todos los gustos: moderna, vieja, más vieja; rock, pop, tecno, reggae, jazz, tango, ópera, clásica, tambora, etcétera; grabaciones europeas, latinoamericanas, africanas, o de los más apartados lugares del planeta. En fin, cualquier aficionado o un estudioso de la música bien podría pasar ahí el día entero y no terminaría de examinar todas esas reproducciones. En un rincón descubrí camisetas, tazas, ceniceros y otros artículos con los logotipos de los artistas más famosos en la historia del rock; también los había con las portadas de sus discos principales. No podían faltar objetos conmemorativos de los Beatles, Pink Floyd, Boston, Rolling Stones y varios más. Sin embargo, encontré una cosa que llamó poderosamente mi atención, un objeto que de inmediato me hizo recordarte: un muñeco de treinta centímetros de altura del cantante del grupo Queen. En efecto, ahí estaba una reproducción de tu ídolo Freddie Mercury. Tomé la figura en mis manos para analizarla. Su vestimenta era inconfundible, el parecido físico era increíble, inmejorable: su quijada un poco prominente, de bigote negro y poblado, con la dentadura un tanto desalineada; pantalón blanco con rayas rojas, chaleco de piel color amarillo bajo el cual llevaba puesta una camiseta blanca. Claro, no podía faltarle un micrófono. Viéndolo, lo primero que vino a mi mente fue una interrogante: ¿Sabrá Enrique en Mazatlán que existe este figurín? Pero, conociéndote, de inmediato la deseché. Cómo podría yo dudar siquiera que tú, todo un fanático de Queen, en tu amplísima colección de discos, videos y objetos diversos no tenías ese muñequín. Me sentí engañado por mí mismo.

Devolví la figura al estante y comencé a buscar una camiseta, una taza, cualquier objeto conmemorativo de mis grupos de rock o cantantes preferidos. Pero todo fue en vano. Ya con evidente falta de interés volví a revisar algunos anaqueles, decidí omitir la sección de películas, y luego de unos minutos salí local para caminar por las calles sin rumbo fijo.
Mientras caminaba, sin quererlo, el agridulce sabor de la nostalgia me invadió por completo. Una cascada de recuerdos me asaltaba, las remembranzas galopaban en mi mente, embestían mi presente. La mayoría eran de gratos y pasados momentos entre amigos, de libaciones maratónicas que terminaban hasta avanzada la noche. Durante éstas, con palabras que rebasaban las ideas para salir incesantes de nuestras bocas, qué tema no tocamos: la belleza, el sexo, la política, la situación internacional, la religión, la corrupción interminable, la música, etcétera. El muñeco de Freddie Mercury desenterró de un golpe todas aquellas vivencias.

Bien recuerdo que de todas aquellas ocasiones no hubo una sola sin el acompañamiento de nuestra música preferida; tú con Queen principalmente, yo con la mía. Ello trajo a mi memoria otra tarde, aquella de finales de noviembre de 1991 cuando Pablo y yo íbamos por Olas Altas en su viejo carro y encendí el radio para oír música. Se escuchaba la canción Rapsodia Bohemia, “Mamá, no quiero morir. A veces deseo no haber nacido” cantaba Freddie cuando por alguna razón Pablo cambió de estación transmisora. Sabía yo bien que la salud de este cantante se encontraba bastante quebrantada y cuando en la segunda radiodifusora se escuchó otra de sus canciones comencé a sospechar que algo había sucedido. Menos de tres minutos después llegó la confirmación a mis sospechas, cuando un locutor local anunció: “Freddie Mercury, cantante y líder del grupo Queen falleció hoy en Londres, Inglaterra, de...” El hombre continuó dando pormenores de la noticia, pero me parecieron sin importancia. De inmediato pensé en ti, el superfanático tanto del grupo como de su cantante. Yo sabía bien que la noticia te afectaría. Y así fue. A partir de esa fecha durante un año vestiste de negro en señal de luto. También, según me lo dijiste, religiosamente cada día escuchabas un disco del grupo y acrecentaste tu colección de sus objetos.

Por un segundo abandoné todos esos recuerdos, sólo para darme cuenta que ya era de noche. Entonces decidí regresar a casa por lo que me encaminé hacia la primera estación del metro que quedara a mi paso. Un poco cansado de la caminata, poco más de una hora después ya estaba yo en mi dormitorio preparándome para la rutina que me esperaba al día siguiente. Por la mañana me levanté temprano y como autómata fui a cumplir con mi trabajo. Al día posterior lo mismo, y al subsecuente. Pasó una semana y a ésta le siguió otra y otra. Luego un mes y otro, hasta que aquel veintinueve de julio quedó sepultado tanto por la monotonía del trabajo como por nuevos sucesos. Más de seis meses pasaron después de aquella caminata por la ciudad de San Francisco cuando una noche, mejor dicho una mañana muy temprano, tuve un sueño que me hizo darme cuenta el grado de admiración que le profesabas, me imagino que le profesas aún al grupo Queen, pero sobre todo a su cantante Freddie Mercury. También ese sueño me hizo darme cuenta de facetas de tu personalidad que jamás percibí.

En los terrenos de Morfeo, de nueva cuenta me vi en aquella tienda de discos, mejor dicho frente a aquel estante donde se encontraban las figuras del finado cantante de Queen.

- ¿Sabrá Enrique en Mazatlán que existe este muñeco de su artista preferido? Me pregunté de nuevo. Miré su precio, bastante accesible, y pensé enviártelo. No tiene caso, pensé, seguro que ya lo tiene. Pero un segundo después tú estabas frente a mí. En silencio, me veías con el figurín en mis manos. Al darme cuenta que estabas ahí, no perdí tiempo:

- Mira, Enrique –te dije gustoso– ¿lo has visto antes?
Tu cara me mostró la más condescendiente de tus sonrisas. Apenas tuve tiempo de notar tu gesto, pero de mi boca ya iba saliendo la siguiente pregunta.

- ¿Ya lo tienes?

Una vez más tu cara mostró reprobación a mi pregunta. Mi duda te había ofendido, y yo me sentía avergonzado. Cómo pude haber pensado que no lo tienes en tu colección.

- Mírame bien –me dijiste. ¿De verdad no me reconoces?

Por un momento no supe qué hacer, hasta que accedí a mirarte. No sabía a qué te referías. En mi mirada descubriste una profunda interrogativa, razón por la que de nuevo me pediste:

- Fíjate bien.

Yo no tenía una mínima idea de qué es lo que querías mostrarme. Me miraste con condescendencia, pero a la vez con impaciencia. Aún así seguía yo sin adivinar tu intención.

- ¡Mírame, fíjate bien! ¿No me reconoces? –casi me exigiste.

Entonces te miré de nuevo, y me di cuenta que se efectuaba en ti una metamorfosis. Tu bigote tan escasamente poblado se transformó en un perfectamente delineado y abundante mostacho negro. Tus dientes, naturalmente saltados, tomaban una desalineación peculiar. Tu pelo negro lucía un peinado que era impecable. Tu quijada se hizo prominente.

A estas alturas ya sabía yo hacia donde querías llevarme. No obstante, tus ojos me pidieron, me ordenaron mirarte una vez más. Tu pantalón color caqui se transformó en uno deportivo color blanco con rayas rojas. Tus zapatos negros se convirtieron en tenis blancos. Luego aquella camisa negra se tornó en un chaleco de piel color amarillo bajo el cual llevabas una camiseta blanca.

En un instante tú emergiste del muñeco de Freddie o, a decir verdad, no sé si éste se transformó en ti. Tú y él eran lo mismo. Yo no podía creer a mis ojos, mi boca era incapaz de articular una sola palabra. Creí que ahí terminaría el sueño, pero no, se hizo aún más profundo y como en las películas reservó la parte sustantiva para el final. Fue entonces cuando el muñeco desapareció y frente a mí tenía yo no sé a quién ¿eras tú o era Freddie Mercury? Me resultaba imposible diferenciar uno del otro.

- ¿Me ves, me reconoces? –con la más amplia y sincera sonrisa, con sumo orgullo me preguntaste. Fue esta interrogación la que me hizo descubrirte, y tú lo notaste.

- Veo que ahora sí me reconoces –aseveraste con todo tu orgullo inflamado. Por vez primera desde que nos conocemos me di cuenta que en tu manera de vestir, de caminar, de peinarte, siempre imitabas al legendario cantante. Sorprendido, te miré por un momento, iba a decirte no sé qué cosa pero entonces el más inoportuno estímulo me hizo despertar.

El sueño recién terminado parecía haber sido una vivencia real. Somnoliento, durante los primeros segundos fui incapaz diferenciar entre ésta y aquél, pero al fin logré sobreponerme. La mañana ya estaba clara pero mi despertador aún tardaría varios minutos antes de sonar. Entonces, motivado por la aventura onírica, decidí levantarme para buscar en un ropero un paquete de fotografías que una a una fui guardando con el paso de los años. Hurgué un poco y encontré una foto tomada más de veinte años atrás en la que estamos varios compañeros en la Playa Norte. En ella, en el extremo superior derecho, estás tú un poco separado del grupo. Claramente se puede ver que adoptabas la misma pose que el muñeco de Freddie Mercury.


jueves, 9 de junio de 2016

La Muñeca de Franz Kafka


Un día del año 1923 Franz Kafka y Dora Diamant caminaban por el parque Steglitzer de Berlín, cuando en una banca encontraron una niña que lloraba desconsoladamente. Qué te sucede, le preguntó el escritor. Ella le contestó que había perdido su muñeca. Al verla así de triste él de inmediato le inventó una historia:

- Tu muñeca sólo se ha ido de viaje. Lo sé porque me envió una carta.

- ¿La tienes contigo? –le preguntó ella con cierta sospecha.

- No –le respondió Kafka– pero te la traeré mañana.

Más tarde, ese mismo día, “él se sentó a escribir con toda seriedad, como si fuera a crear una obra literaria. Estaba en el mismo estado tenso como siempre que se sentaba en su escritorio. Franz había resuelto el pequeño conflicto de una niña a través del arte –el más efectivo medio a su disposición para traer orden a este mundo.” (Dora Diamant)

Dora Diamant contó esta historia al biógrafo de Kafka, Max Brod. Añade que durante varias semanas, Kafka escribió diariamente una carta de la muñeca para aquella niña y que se la entregaba en el parque. En la primera de éstas, ella le explicaba a la pequeña que aunque la amaba, ella había tenido que marcharse ya que se había cansado de vivir con la misma familia por tanto tiempo. Desde una perspectiva infantil y de la propia muñeca, en cada carta Kafka llevó la historia adelante. La muñeca se había enamorado de un galán y se habían comprometido. En una carta más le contó sobre los preparativos de la boda, luego de ésta. En una posterior le contaba que estaban buscando una casa para vivir.

Aunque la historia es verdadera, Dora Diamant la relató a Brod, las cartas nunca se encontraron. Se dice que en el último encuentro entre Kafka y aquella pequeña, éste le regaló una muñeca en cuyo estómago escondió una carta que fue descubierta años después, cuando ella ya era adulta. Supuestamente en ésta Kafka le escribió: Cada cosa que amas, finalmente lo perderás, pero al final el amor regresará a ti en una forma diferente.

Sin embargo, esta historia ha inspirado varios libros y al menos una obra de teatro. Una es El Viaje de Belinda Alrededor del Mundo, cuento de Guy Davenport dentro del libro A Table of Green Fields, Ten Stories. En esta historia la niña toma el nombre de Lizaveta y la muñeca el de Belinda. Ésta se enamora y casa con Rudolf, visita las principales ciudades del mundo y de cada una envía una carta a la pequeña contándole curiosidades sobre éstas.

Jaqueline Raoul-Duval toma esta historia y le da su propio tratamiento en Kafka Enamorado, en el que la niña toma el nombre de Malou. On Dolls, Acerca de Muñecas, de Kenneth Gross, también toma esta historia truncada del escritor checo. J B Alexander y Bruce A la adaptaron para su obra de teatro Kafka’s Belinda, La Belinda de Kafka, que fue presentada recientemente en Nueva York y en Praga.

El Primer Estudio Fotográfico de Mazatlán.

Pintura: Kinder an einem Guckkasten de Theodor Hosemann 
(muestra un Peep Show, visor de imágenes)


El siglo XIX fue para Mazatlán su siglo de oro, desde entonces y todavía en gran parte del siglo XX nuestra ciudad vivió su Belle Epoque. No hay que olvidar que en esa época no había aeronaves, no había automóviles, entonces el medio de transporte por excelencia lo eran los barcos. Y Mazatlán ya se había convertido en el principal puerto del Pacífico mexicano, y por ello era conocido en Estados Unidos, Europa, China, Sudamérica. Pero, si la fotografía aún no nacía o estaba en pañales, cómo se imaginarían los ciudadanos de aquellos países a Mazatlán: de eso se encargaron artistas de la pintura quienes plasmaron en sus obras los paisajes de nuestra ciudad y puerto. De éstos, las obras que más me gustan son las del almirante inglés Edward Gennys Fanshawe, quien llegó a estas tierras a bordo del HMS Daphne en 1850, pero también están las del capitán francés A T Petitjean quien realizó tres pinturas durante la Invasión Francesa; la representación de la toma de Mazatlán por el ejército francés aparecida en el parisino Le Monde Illustré, o los dibujos de Bayard Taylor, la aparecida en el periódico madrileño El Mundo Militar y muchos más.

Se tienen noticias que ya en junio de 1864 el señor Agustín Beaven, de nacionalidad estadounidense, ya había abierto su estudio fotográfico. De hecho los diarios de San Francisco, California, anuncian que el día 19 de enero de ese año la barca Clara R Sutil , cuyo capitán era un señor de apellido Perriman, salió de esa ciudad y puerto rumbo a Mazatlán trayendo ocho cajas de material fotográfico. Días después, el dos de febrero, a bordo del Fanny Major al mando del señor Higgins se envían seis cajas más del mismo material. Aquí las recibe el señor Beaven y poco después, aunque no puedo precisar la fecha, abre su galería fotográfica.


Él anunciaba su Galería Fotográfica en el semanario The Mazatlan Times, y decía que sus instrumentos y materiales eran de la mejor calidad, traídos de San Francisco.

Beaven no sólo tomaba fotografías a los mazatlecos, locales y extranjeros, sino que también trabajaba con otros tipo de fotografía ya desaparecidos como son el ambrotipo y la carta de visita. También él se convirtió en el primer importador y vendedor los químicos, instrumentos y demás materiales necesarios para la fotografía.

Pocos meses después, hacia octubre, William Zuber y el señor Hodapp, cuyo primer nombre se desconoce, abren la galería Hodap Zuber. Un homónimo de éste, quizá se trate de él, había ejercido la profesión de la fotografía en San Francisco. Debido a la descendencia de Zuber, algunas de sus fotografías las que han sobrevivido con el paso del tiempo.

Las Primeras Fotografías en Mazatlán.
Se sabe que una de las primeras fotografías en llegar a Mazatlán fue la que el primero de mayo de 1862 el cónsul de Estados Unidos en el puerto, Richard L Robertson, regaló al gobernador Plácido Vega. Ésta era una foto muy famosa de George Washington en Valley Forge. 

Los Mazatlecos Conocen el Mundo.
Y es necesario no olvidar la otra cara de la moneda, si en el extranjero nos veían de esta u otra forma, los mazatlecos que constantemente recibían buques provenientes de distintas latitudes, se preguntaban cómo serían aquellas ciudades, aquellos países tan distantes. Pues sucedió que hacia 1879 un hombre estableció una función de un Peep Show, una especie de Visor de Imágenes, que mostraba por un precio nada módico una selección de panorámicas de distintas ciudades de alrededor del mundo.