sábado, 21 de octubre de 2017

Cuatro Vestigios de la Historia

Cuatro Vestigios de la Historia

Si alguna vez visita usted Quilá, en el centro del estado de Sinaloa, lo invito a que conozca las luminarias colocadas en las cuatro esquinas de la plazuela principal, junto a la iglesia católica. Pintadas de color verde, de inmediato se dará usted cuenta de que se trata de envejecidos postes de fierro con tres farolas casi en el extremo superior;  éste se encuentra adornado con enredaderas y una hoja hechas de metal. Se trata sólo de dos pares de piezas viejas del alumbrado público de este pueblo;  pero sobre todo son objetos que constituyen vestigios de una historia olvidada de nuestro estado, Sinaloa.



Si usted ve con detención la primera de estas fotos, la que muestra una  lámpara completa, al principio podrá  parecerle nada especial. Sin embargo, en  el poste, a casi metro y medio del suelo podrá usted leer la inscripción que hay en cada uno de los postes: “Obsequio de la Colonia China.1910”




Durante el siglo XIX, por oleadas,  un elevado número de inmigrantes chinos llegaba a Mazatlán y de ahí se distribuían a lo largo y ancho del territorio del estado. Muchos traspasaban las fronteras estatales para aposentarse en otros estados como Sonora, Chihuahua y Baja California. Gente trabajadora, industriosa, estos inmigrantes asiáticos de inmediato fundaban y hacían florecer sus propios negocios, luego, gracias a éstos, contribuían a mejorar la economía regional. Fundaban tiendas misceláneas en las que vendían incluso lo que no vendían las tiendas de los locales; sembraban sus verduras en tierras que para otros eran inútiles; abrían restaurantes ofreciendo a los lugareños comidas y sabores que ni siquiera habían adivinado; en Mazatlán fue un chino, de nombre Luëng-Sing, quien fundó el primer hotel con servicio de restaurante, “La Fonda de Cantón”. Los chinos, pues, formaron parte importante de la economía regional.

Sin embargo, jamás fueron bien vistos por los mexicanos quienes los discriminaban, los vejaban, les robaban y saqueaban sus comercios, los asesinaban. Algunos historiadores ubican este sentimiento antichino como exclusivo del siglo XX, pero no es así. Esta repulsión data del siglo XIX: “En marzo de mil ochocientos ochenta y seis se esperaba la llegada del buque Sardony proveniente de China, el cual transportaba varios cientos de chinos. El gobierno mexicano había convenido la inmigración de  ellos para emplearlo en labores pesadas. Fue por ello que el día veintiocho se corrió la voz en Mazatlán de que este navío anclaría en las aguas mazatlecas trayendo a los inmigrantes asiáticos. Cientos de mazatlecos fueron hasta el muelle para protestar por la llegada de aquellos extranjeros, y cuando vieron un barco acercarse los gritos se acrecentaron. Sin embargo, se trataba del barco nacional Romero Rubio. Al percatarse de su error los agitadores marcharon por las calles dando rienda suelta a su xenofobia, por lo que fue necesario concentrar a todos los elementos de la policía para calmar a los racistas. Pero las fuerzas policiales fueron insuficientes por lo que resultó indispensable recurrir al ejército. En las calles se escuchaban consignas en contra de los chinos y pronto las casas que éstos habitaban fueron atacadas por la turba que destrozaba las puertas de las viviendas y se introducía para destruir todo lo que encontraba. Por fortuna los chinos al percatarse de este salvajismo habían huido de la ciudad, y todos resultaron ilesos.”  (Tomado de Érase Una Vez en Mazatlán, de Antonio Lerma Garay)

El gobierno federal se hacía de la vista gorda cuando había linchamientos y asesinatos en masa de estos inmigrantes, que también se daban en otros estados como Coahuila, Durango y Nuevo León.

Fue en Sonora y en Sinaloa donde se llegó al extremo de decretar la expulsión de los chinos de sus territorios. El  último día de agosto de mil novecientos treinta y uno los gobiernos de ambos estados decretaron la expulsión de los chinos. En los primeros días de octubre en Guamúchil, Sinaloa, se dio un enfrentamiento entre asiáticos y guamuchilenses cuyo resultado fue uno de aquéllos muerto y varios heridos por bando.

En el estado de Sinaloa los proscritos asiáticos eran obligados a dirigirse al puerto de Mazatlán, y en Sonora eran congregados en Nogales, sitios donde esperaban la deportación. Los que llegaban a este puerto eran en su mayoría granjeros quienes de un día para otro eran arrancados de sus tierras y por ende serían deportados sin llevar un solo centavo en sus bolsillos.

Pero qué despertaba esa xenofobia en los sinaloenses, sonorenses y otros mexicanos. La envidia parecía ser la primera explicación; los chinos eran propietarios del ochenta a noventa por ciento de las tiendas. La segunda explicación era que la Gran Depresión de Estados Unidos había hecho perder sus empleos a miles de mexicanos obligándolos a regresar a su país.

Son varios los estados que deberían ofrecer una disculpa pública a la comunidad china por aquellos actos y leyes xenofóbicas, racistas, discriminatorias; entre ellos, por supuesto, Sinaloa y aun el gobierno federal.  Algo que, claro, jamás sucederá.


Por ello, si alguna vez viaja a Quilá, deténgase un momento a apreciar estos cuatro fierros viejos que, más que eso, son recuerdos de un pasado vergonzoso, vestigios de una historia olvidada.