martes, 23 de enero de 2018

Alexander Kaufman Coney en la Vida de Porfirio Díaz

Alexander Kaufman Coney en la Vida de Porfirio Díaz


En junio de 1876 Alexander Kaufman Coney trabajaba como contador del vapor «City of Havana», el cual navegaba entre Nueva York, Nueva Orleans y puertos mexicanos del Golfo. Una noche abordaron la nave dos hombres cuya apariencia no dejaba lugar a dudas, eran mexicanos. Uno de ellos de inmediato fue a encerrarse en su camarote mientras que el otro, grande y fornido, primero tomó sus alimentos en el salón para después pasar a su cuarto.

Al llegar al puerto tamaulipeco una fuerte tormenta azotaba la región. El vapor había sido contratado para llevar un regimiento del ejército mexicano de ahí al puerto de Veracruz. Debido al mal tiempo la lancha que transportaba a los soldados mexicanos sólo pudo acarrear hasta el buque un pequeño grupo de ellos. Una vez que todos ellos abordaron, completamente desnudo, aquel corpulento mexicano salió aterrorizado de su camarote y se lanzó al mar. Sorprendidos, todos cuantos se encontraban en cubierta presenciaron aquel acto de locura, de desesperación, y alguien gritó  «hombre al agua.»

Aquel desconocido comenzó a nadar hacia unos bergantines que se encontraba muy lejos de ahí, a unos ocho kilómetros de distancia. Del vapor un bote salvavidas fue bajado de inmediato y dos hombres fueron al rescate de aquel hombre, pero debido a la tormenta y a que éste nadaba excepcionalmente rápido no les fue fácil darle alcance. Al peligro que para aquel nadador representaba la tormenta había que agregarle otro inconveniente: se trataba de una zona plagada de tiburones.

Por fin los rescatistas le dieron alcance y lo obligaron a subir al bote. Minutos después, cuando la lancha regresó al vapor y fue subida con aquel hombre desnudo, una joven mujer mexicana lo reconoció y de inmediato consiguió una sábana. Coney vio a aquella mujer arrojársela para caer justo sobre la cabeza  de quien había intentado huir quién sabe de qué. Luego ella lo ayudó a llegar a su camarote. Minutos después Manuel Gutiérrez Zamora, de los correos mexicanos a bordo,  fue a ver al contador del banco y le explicó la situación: aquel que había intentado huir no era otro que el general Porfirio Díaz Mori, quien siendo prófugo del gobierno de Sebastián Lerdo de Tejada y al ver a soldados mexicanos abordar el vapor  prefirió arriesgar su vida en las turbulentas aguas antes que ser atrapado. Zamora pidió a Kaufman ayudara a Díaz, ya que si los soldados lo atrapaban terminaría fusilado. Tras haberlo visto nadar de aquella manera tan desesperada, el general mexicano se había ganado la simpatía del estadounidense y éste prometió hacer todo lo que estuviera a su alcance.
Gutiérrez Zamora llevó a Coney al camarote de Porfirio Díaz,  los presentó y luego los dejó solos.  El mexicano se levantó de su litera con signos de angustia pero se identificó como un masón.  Luego le dijo que si bien había sido derrotado en Icamole, la mejor gente de México aún estaba de su lado.
«Por supuesto que si usted me ayuda y soy capturado, usted será considerado parte de un crimen y será fusilado», le dijo Díaz.
En eso se acercó un buque de guerra estadounidense, y Coney le propuso al otro llevarlo hasta él. Nada ignorante, Díaz le dijo al otro que los oficiales de  aquel navío se rehusarían a ayudarle.  El contador insistió, y cuando un teniente del otro barco llegó al «Havana» por el correo, no perdió tiempo y le expuso el caso. De inmediato, dejando a un subalterno en el buque civil, este militar regresó a su barco para exponerle el caso a su capitán. Díaz había tenido la razón, la respuesta del capitán del otro barco fue negativa.

Fue entonces cuando el coronel del regimiento de soldados mexicanos llegó hasta donde se encontraba Coney para pedirle un favor. Le solicitó llevarlo a platicar con el capitán del «City of Havana» y servirle de intérprete; lo cual le concedió sin cortapisa alguna. Durante la entrevista, el militar mexicano fue directo al grano: quien había intentado escapar por la borda no era otro sino el general rebelde Porfirio Díaz Mori, y le demandó al capitán del navío entregarlo a la justicia mexicana. La respuesta del capitán también fue directa y contundente, no podía entregarle a Díaz ya que “El «City of Havana» navegaba con bandera estadounidense por lo cual  era considerado suelo de dicho país. Y, por ende, al igual que los demás pasajeros el  general rebelde gozaba de los derechos de estar en suelo estadounidense.” Lo que sí podía hacer es obligarlo a bajar  en Tuxpan, Veracruz, lugar para el cual había comprado su boleto. Ante esta evasiva el coronel le pidió permiso para colocar un guardia en la puerta del camarote de Díaz; aquél de inmediato accedió.

Aquel coronel mexicano no hablaba inglés y el capitán estadounidense no hablaba español, así que el pagador le dijo que no podía colocar un guardia en la puerta del camarote del fugitivo, pero que sí podía hacerlo en la popa. Terminada la entrevista, Coney fue al camarote de Díaz y lo puso al tanto de la situación. Qué piensa usted hacer, le preguntó éste.
-¿Cree usted tener la fuerza y el ánimo suficiente para permanecer encerrado en el closet de mi camarote? –le preguntó Coney.

Dicho espacio era tan reducido que ningún ser humano podía permanecer en él de pie ni sentado… pero era la única posibilidad de escapar de esa situación.

El «City of Havana» permaneció en Tampico los siguientes tres días, y al término de ese período ya habían abordado 900 soldados mexicanos. Durante esos días  Díaz pasó con altas fiebres. Pero antes de zarpar,  Coney se las ingenió para llevar a su protegido hasta su camarote sin que el guardia mexicano se diera cuenta. Ya ahí, al general mexicano no le quedó otra sino encerrarse en aquel pequeño guardarropa.

Coney había proporcionado al fugitivo Díaz algo de su propia ropa. Y así, ideó un plan.   Pidió al doctor del barco ayudarle lanzando un salvavidas  por la borda mientras él dejaría la ropa de Díaz en su camarote. Por la mañana alguien gritaría que el fugitivo mexicano había escapado saltando por la borda. Y así fue: a las seis de la mañana del día siguiente alguien gritó “hombre al agua” lo que causó un gran alboroto en el barco. Según esta historia, Porfirio Díaz había saltado al agua protegiéndose con un salvavidas.

De inmediato Coney fue llamado a rendir cuentas a su capitán. Pero también los soldados mexicanos entraron en acción. El estadounidense les explicaba que no era posible que alguien saltara así nomás al mar y que seguro Díaz Mori se encontraba en el barco. Aún más, los animó a registrar el buque de arriba abajo, de proa a popa. Él personalmente sería su guía. La tropa mexicana así lo hizo: sin éxito registró cada pulgada del navío intentando hallar al fugitivo; esculcó por todas partes excepto en los camarotes de los oficiales, incluido el de Coney.

Coney habló con Díaz y le hizo saber que nadie sabía de su presencia en el barco, excepto él, el doctor del navío  y… quizá aquella dama que le había ayudado cubriéndolo cuando fue rescatado del mar bravío. El mexicano le pidió investigar las pretensiones de la mujer, y él así lo hizo. El pagador fue al camarote de la dama y le preguntó cuáles eran sus intenciones.  La respuesta de la mujer fue vehemente:
- ¿Supone usted por un momento  que yo traicionaría al héroe de mi patria? No, yo lo defendería hasta el dar la última gota de mi sangre.

Al ver su apasionada contestación, Coney le pidió permanecer en su cuarto el resto de la travesía para evitar sospechas. La mujer así lo hizo.
En los tres días siguientes Díaz apenas probó alimento ya que el pagador del barco no se arriesgaba a llevarle más comida que la que le cabía en la bolsa de su pantalón. Disciplinado, Díaz abandonaba el closet llegadas las once de la noche y se recostaba para descansar.
Sin embargo, el coronel mexicano no había sido engañado por Coney, y sus soldados estaban atentos vigilando su camarote; incluso incrustando sus bayonetas en el closet intentando. La noche antes de llegar a Veracruz, el militar mexicano  pidió a Coney una entrevista. En el principio el coronel le agradeció al pagador por su ayuda, pero después el tono cambió.

-  No entiendo por qué, usted, un joven brillante, ha escogido ayudar al traidor general Porfirio Díaz. Dígame dónde está él, o terminará fusilado.

Pero Coney ni se inmutó. Entonces el militar mexicano apeló al interés de la humanidad, en evitar una guerra civil, en prevenir muertes inútiles. Pero el pagador no cambió de parecer.
- La tripulación del buque es de sólo 52 hombres –le dijo Coney­– usted tiene 900 efectivos. Y si usted sospechaba que Porfirio Díaz se encontraba a bordo debió haberse posesionado del barco. Ya después su gobierno arreglaría ese problema que usted causara. Seguro es que usted habría sido ascendido a general.

La entrevista terminó ahí. No obstante, al día siguiente el mismo militar fue a hablar con Coney:

- He sido autorizado a ofrecer a usted 50 000 dólares si me dice dónde se esconde Porfirio Díaz.

Coney lo miró, y el mexicano continuó:

- Por esa suma un estadounidense vendería hasta a su padre.

Pero Coney no vendió a Díaz. Y tras rechazar traicionar a su protegido regresó a su camarote. Ahí le platicó al general fugitivo lo que había sucedido. Después de escucharlo el otro le pidió lápiz y papel, luego comenzó a escribir. El estadounidense le preguntó que qué hacía. “Yo puedo hacer más por usted que el coronel” Díaz le dijo. Sin embargo, Coney rompió aquel papel sin haberlo leído, y reclamó a Díaz por esa acción que él consideró un insulto. Al ver esta reacción, los ojos del futuro presidente de México se enrojecieron de emoción, luego corrió a abrazar a su protector. 

Ya sin soldados mexicanos, el pagador llevó al general al cuarto de máquinas donde quedó escondido hasta que pudieran continuar con el plan trazado por Coney. Engañado, un lanchero llevaría a Díaz hasta la playa.  Y esa noche, cuando el lanchero del barco preguntó al pagador dónde estaba la caja que debía  bajar a tierra quedó perplejo;  de inmediato supo que se trataba de aquel fugitivo que era buscado por soldados y policía mexicanos. Esa noche Porfirio Díaz, Kaufman Coney y aquel lanchero estaba aterrorizados. Luego, ante la negativa de éste  de auxiliar al fugitivo, a  Díaz no le restó sino nadar hasta tierra A pesar de ello, el general mexicano fue capaz de llegar a tierra y huir rumbo a Oaxaca.


Ya presidente, Porfirio Díaz no olvidó aquel gesto de ayuda de aquel masón que arriesgó su vida para ayudarle. Y en 1885 lo nombró Cónsul de México en San Francisco, California. No sería sino hasta el 19 d abril de 1903 cuando Coney sería relevado de dicho  puesto. Nacido en Luisiana el primero de abril de 1849, moriría el 4 de enero de 1930.

domingo, 7 de enero de 2018

Tres Capítulos Mexicanos en la vida de Frederick Jebsen

Tres  Capítulos Mexicanos en la vida de Frederick Jebsen


UNO. Detenido en Guaymas.
Hijo de Clara y Michael Jebsen, nacido en 1891 en Hamburgo, Alemania, Frederick Jebsen era un joven empresario naviero quien era el director de su propia compañía, la Jebsen Steamship Company, de San Francisco, California, la cual operaba los vapores Erna y Ella. Su familia era propietaria de grandes compañías navieras en aquel país europeo. Pero sobre todo él era un miembro de la élite social, su presencia causaba furor en la aristocracia de dicha ciudad. De pelo rizado y rubio, ojos azules, siempre bien vestido, el fornido fúcar medía 1.98 metros de  altura; además de alemán hablaba ruso, italiano, francés, español e inglés.  Compartía un lujoso departamento con el Barón Von Berkheim, miembro del cuerpo consular del país europeo.
Era 1913 y México ya convulsionaba debido a la guerra civil, y por ello muchos navegantes evitaban viajar a estos lares. Pero no Jebsen, al contrario, intrépido y atrevido él veía en estas circunstancias las posibilidades de crear ganancias para su compañía y para él. Fue por ello que  en más de una ocasión viajó a puertos mexicanos y a la misma capital de este país. La compañía Jebsen había adquirido un buque más, el Jason, de bandera noruega. Y en aquella época en los puertos mexicanos no había aún aparatos telegráficos, por lo que los buques de guerra estadounidenses permitían enviar mensajes telegráficos privados. Innovador, el 14 de junio de 1913 Jebsen equipó su nuevo barco  con sistema de comunicaciones telegráficas convirtiéndolo así en un moderno centro de comunicaciones.
El domingo 28 de septiembre de 1913, el joven se encontraba en Guaymas, Sonora, y sin explicación ni causa alguna las tropas federales lo arrestaron y pusieron en el calabozo de un cañonero. Del buque de guerra mexicano, el alemán fue llevado a la prisión de aquella ciudad y luego sería trasladado a Mazatlán, donde sería juzgado por el delito de, de… Bueno, la verdad es que aquel hombre no había cometido delito alguno. Y seguro es que Victoriano Huerta, sentado en Palacio Nacional, ni siquiera sabía sobre la existencia de esta persona, pero dicha detención habría de traerle un pequeño dolor de cabeza.
El buque de guerra estadounidense USS Maryland se encontraba en las cercanías de Guaymas y cuando su capitán se enteró de la detención del “socialité”  de inmediato transmitió una nota que decía: “Jebsen, prisionero político desde el pasado domingo”. Muy pronto la noticia llegó a San Francisco, cuya  Cámara de Comercio de inmediato solicitó la intervención de la clase política a favor del teutón, con lo que el caso llegó hasta el Departamento de Estado, en Washington. Aún más, Franz Bopp, cónsul de Alemania en el puerto californiano y amigo íntimo de Jebsen dio aviso a su embajada en la capital estadounidense. Con todo esto el incidente fue mucho más allá, geográfica y políticamente; la noticia no tardó en llegar a Alemania y cuando la familia Jebsen se enteró, sin perder un segundo acudió ante el Kaiser Guillermo II solicitándole su intervención.

La embajada de Alemania en la Ciudad de México muy pronto elevó una protesta ante las autoridades mexicanas, el mismo káiser pedía una explicación a Victoriano Huerta, además la intervención del Departamento de Estado en Washington era inminente. Por ello,  la mañana del lunes  6 de octubre Frederick Jebsen fue liberado, y pasó de la cárcel a la habitación más lujosa de un hotel de Guaymas.  Después el exprisionero fue invitado a subir al cañonero Guerrero a bordo del cual fue llevado a Mazatlán, pero en calidad de pasajero en uno de los camarotes. Una vez de vuelta en San Francisco, Jebsen fue entrevistado y explicó que su detención se había debido a maquinaciones de sus competidores en el lucrativo negocio del transporte marítimo.

DOS. El Carbón del Vapor Mazatlán.
El 21 de agosto de 1914 la lancha torpedera Preble de la Marina de los Estados Unidos se posicionó en las cercanías de la Isla de Alcatraz, en San Francisco, California, con la única misión de impedir la salida del vapor Mazatlán, propiedad de la Jebsen Steamship Company, pero que navegaba con la bandera tricolor. Menos de un mes antes, el 24 de julio, había estallado la Gran Guerra, y Estados Unidos  y México se mantenían neutrales. Pero en un triángulo formado por Samoa, Seattle y Mazatlán, catorce buques de guerra japoneses peinaban esa gigantesca superficie en busca de cinco poderosos cruceros alemanes que amenazaban a los buques mercantes de Francia, Reino Unido y Japón. Para el 4 de agosto, y desde días antes,  en las aguas mazatlecas se encontraba anclado el buque de guerra alemán Leipzig, sin rebelarse cuál era su misión.
Al parecer el Jason, aquel buque noruego, cambió de nombre y de bandera, pasando a ser el Mazatlan. Y encontrándose en San Francisco fue cargado con 500 toneladas de carbón.  Luego, el jueves 20 de agosto, aplicó para que se le permitiera  zarpar del puerto, permiso que le fue negado por las autoridades arguyendo que aquel carbón estaba destinado para algún buque de guerra alemán. Pero el caso no terminó ahí, sino que fue enviado a Washington, donde el día 24 el Departamento de Estado  ordenó se le permitiera la salida, pero con ciertas condiciones: Si el Mazatlán entregaba aquel mineral a algún buque alemán sería considerado quebrantamiento al estado de neutralidad que guardaba Estados Unidos; por ende, se debería otorgar una fianza de 20 000 dólares para garantizar la cual fue otorgada por el representante alemán en aquel puerto. Muy pronto el Mazatlán zarpó rumbo a Guaymas. Y, tal como se esperaba, aquellas 500 toneladas de carbón terminaron en la cubierta del Leipzig.

Existen dos versiones de este asunto. Frederick Unger, cónsul de Alemania en Mazatlán establece que el carbón había sido comprado por la firma Iberri e Hijo de Guaymas, y que fue descargado en los muelles guaimenses. Dos días después de eso llegó el Leipzig y establece Unger “compró este carbón porque tenía todo el derecho de hacerlo”. Otra versión establece que de San Francisco, el buque de bandera tricolor se dirigió a Bahía Concepción, donde Jebsen mismo esperó al Leipzig y ahí transfirieron el mineral. Claro que, siendo él todo un galán, por supuesto que Frederick no realizó el viaje solo. Lo acompañaba el teniente Zur Hollee, pero en San Pedro, California, subieron a dos jóvenes mujeres, Grace Cunningham y Mabel S, quienes les alegraron el viaje. Según la primera de ellas el Mazatlán esperó al Leipzig en algún lugar de la costa bajacaliforniana donde transfirieron el carbón además de provisiones,  luego viajaron hasta el puerto de Mazatlán donde la otra mujer y el teniente se separaron tras una discusión con el empresario naviero.
Los vapores Erna y Ella habían desaparecido de Estados Unidos desde tiempo atrás. Y si bien el Mazatlán y Jebsen regresaron a San Francisco, este hombre sabía que pronto se abriría una investigación y por ello, subrepticiamente, en los últimos días de agosto de ese año salió de San Francisco. Pero antes de que esto sucediera, el 14 de octubre, el Mazatlán efectuó la misma operación y zarpó de San Francisco, entró a San Pedro donde cargó más mercancía y salió rumbo a puertos mexicanos transportando carbón y provisiones destinadas a barcos de bandera alemana.

TRES. Al servicio de los revolucionarios mexicanos.
En Estados Unidos se corrió el rumor de que el teutón había alcanzado la costa este del país y había abordado un barco alemán. Sin embargo, este hombre había decidido aposentarse en alguna playa mexicana. Aquí durante algún tiempo voluntaria u obligadamente sirvió a los constitucionalistas quienes a bordo del Mazatlán transportaron a Manzanillo un regimiento de trescientos soldados con tres generales. De ahí el buque navegó de regreso a Mazatlán, trayendo otro regimiento de soldados rebeldes con 650 soldados federales prisioneros, además de mil rifles, un millón de municiones y otros pertrechos. Abordo viajaba un militar que había dirigido gran parte del sitio a Mazatlán, el general Juan Carrasco. Éste, platicando con un joven tripulante nativo de Nueva Zelanda, le dijo “he estado en unas veintisiete batallas” El neozelandés miró el elevado número de cicatrices de bala que Carrasco tenía por todo el cuerpo, y señaló: “a juzgar por su  apariencia, puedo creerle”   

El 19 de agosto de 1915 el buque de guerra británico Baralog atacó y hundió el submarino alemán U36. Al publicarse la lista oficial de los muertos, ahí apareció el nombre de Frederick Jebsen. Pero el 16 de marzo de 1916 esta noticia fue desmentida por el consulado alemán en San Francisco,  el cual dio aviso oficial de que el exteniente se encontraba en misión secreta al servicio del káiser.

Finalmente el 8 de febrero de 1916, ante una corte federal de San Francisco,  se inició el juicio por haber infringido las leyes de neutralidad. El cónsul alemán figuraba como indiciado, lo mismo que el representante de Turquía,  Frederick Jebsen y veintinueve personas más. Se supo que Jebsen se encontraba en algún lugar de China.

La verdad es que Frederick Jebsen no era un hombre ordinario. Él había sido teniente en la marina alemana y actuaba como un miembro del servicio secreto. En la misma época del caso del carbón para el  Leipzig, se las había ingeniado para enviar armas a la India a bordo del barco Maverick, operación que fracasó pero no por causas imputables a él. Por ello, no fue raro que el propio káiser Guillermo II pidiera a Victoriano Huerta explicaciones sobre el arresto de su súbdito; por ello cuando Estados Unidos entró a la Gran Guerra consideraba a Jebsen como uno de sus grandes enemigos.

(En la foto Frederick Jebsen en los días en que fue encarcelado en Guaymas)