Cuatro
Vestigios de la Historia
Si alguna vez visita usted
Quilá, en el centro del estado de Sinaloa, lo invito a que conozca las luminarias
colocadas en las cuatro esquinas de la plazuela principal, junto a la iglesia
católica. Pintadas de color verde, de inmediato se dará usted cuenta de que se
trata de envejecidos postes de fierro con tres farolas casi en el extremo
superior; éste se encuentra adornado con
enredaderas y una hoja hechas de metal. Se trata sólo de dos pares de piezas viejas
del alumbrado público de este pueblo;
pero sobre todo son objetos que constituyen vestigios de una historia
olvidada de nuestro estado, Sinaloa.
Si usted ve con detención la
primera de estas fotos, la que muestra una
lámpara completa, al principio podrá
parecerle nada especial. Sin embargo, en
el poste, a casi metro y medio del suelo podrá usted leer la inscripción
que hay en cada uno de los postes: “Obsequio de la Colonia China.1910”
Durante el siglo XIX,
por oleadas, un elevado número de
inmigrantes chinos llegaba a Mazatlán y de ahí se distribuían a lo largo y
ancho del territorio del estado. Muchos traspasaban las fronteras estatales
para aposentarse en otros estados como Sonora, Chihuahua y Baja California.
Gente trabajadora, industriosa, estos inmigrantes asiáticos de inmediato
fundaban y hacían florecer sus propios negocios, luego, gracias a éstos,
contribuían a mejorar la economía regional. Fundaban tiendas misceláneas en las
que vendían incluso lo que no vendían las tiendas de los locales; sembraban sus
verduras en tierras que para otros eran inútiles; abrían restaurantes
ofreciendo a los lugareños comidas y sabores que ni siquiera habían adivinado;
en Mazatlán fue un chino, de nombre Luëng-Sing, quien fundó el primer hotel con
servicio de restaurante, “La Fonda de Cantón”. Los chinos, pues, formaron parte
importante de la economía regional.
Sin embargo, jamás
fueron bien vistos por los mexicanos quienes los discriminaban, los vejaban,
les robaban y saqueaban sus comercios, los asesinaban. Algunos historiadores
ubican este sentimiento antichino como exclusivo del siglo XX, pero no es así.
Esta repulsión data del siglo XIX: “En marzo de mil
ochocientos ochenta y seis se esperaba la llegada del buque Sardony proveniente de China, el cual
transportaba varios cientos de chinos. El gobierno mexicano había convenido la
inmigración de ellos para emplearlo en
labores pesadas. Fue por ello que el día veintiocho se corrió la voz en
Mazatlán de que este navío anclaría en las aguas mazatlecas trayendo a los
inmigrantes asiáticos. Cientos de mazatlecos fueron hasta el muelle para
protestar por la llegada de aquellos extranjeros, y cuando vieron un barco
acercarse los gritos se acrecentaron. Sin embargo, se trataba del barco
nacional Romero Rubio. Al percatarse
de su error los agitadores marcharon por las calles dando rienda suelta a su
xenofobia, por lo que fue necesario concentrar a todos los elementos de la
policía para calmar a los racistas. Pero las fuerzas policiales fueron
insuficientes por lo que resultó indispensable recurrir al ejército. En las
calles se escuchaban consignas en contra de los chinos y pronto las casas que
éstos habitaban fueron atacadas por la turba que destrozaba las puertas de las
viviendas y se introducía para destruir todo lo que encontraba. Por fortuna los
chinos al percatarse de este salvajismo habían huido de la ciudad, y todos
resultaron ilesos.”
(Tomado de Érase Una Vez en Mazatlán, de
Antonio Lerma Garay)
El gobierno federal se hacía
de la vista gorda cuando había linchamientos y asesinatos en masa de estos
inmigrantes, que también se daban en otros estados como Coahuila, Durango y
Nuevo León.
Fue
en Sonora y en Sinaloa donde se llegó al extremo de decretar la expulsión de
los chinos de sus territorios. El último
día de agosto de mil novecientos treinta y uno los gobiernos de ambos estados
decretaron la expulsión de los chinos. En los primeros días de octubre en
Guamúchil, Sinaloa, se dio un enfrentamiento entre asiáticos y guamuchilenses
cuyo resultado fue uno de aquéllos muerto y varios heridos por bando.
En
el estado de Sinaloa los proscritos asiáticos eran obligados a dirigirse al
puerto de Mazatlán, y en Sonora eran congregados en Nogales, sitios donde
esperaban la deportación. Los que llegaban a este puerto eran en su mayoría
granjeros quienes de un día para otro eran arrancados de sus tierras y por ende
serían deportados sin llevar un solo centavo en sus bolsillos.
Pero
qué despertaba esa xenofobia en los sinaloenses, sonorenses y otros mexicanos.
La envidia parecía ser la primera explicación; los chinos eran propietarios del
ochenta a noventa por ciento de las tiendas. La segunda explicación era que la
Gran Depresión de Estados Unidos había hecho perder sus empleos a miles de
mexicanos obligándolos a regresar a su país.
Son varios los estados que
deberían ofrecer una disculpa pública a la comunidad china por aquellos actos y
leyes xenofóbicas, racistas, discriminatorias; entre ellos, por supuesto,
Sinaloa y aun el gobierno federal. Algo
que, claro, jamás sucederá.
Por ello, si alguna vez viaja
a Quilá, deténgase un momento a apreciar estos cuatro fierros viejos que, más
que eso, son recuerdos de un pasado vergonzoso, vestigios de una historia
olvidada.