La
Primera Bicicleta en Mazatlán
Borda en los límites
de la imposibilidad conocer la fecha exacta de la llegada de la primera
bicicleta a Mazatlán, es en realidad muy difícil saber siquiera el año en que
esto sucedió. Seguro es que llegó en barco, casi seguro que provenía de San
Francisco, California, pero cuándo…No obstante, el año 1899 se publicó en
Estados Unidos «Davy. Historia de un Gringuito» del escritor
Henry S. Brooks en la que se nos brindan algunos datos reveladores al
respecto. Davy Bowman y su madre se hospedaban en el Hotel Internacional de
Mazatlán. Él era un niño de unos siete años de edad. Su padre era el coronel
Bowman, superintendente de la Hacienda de los Toros, una mina en realidad,
donde pasaba semanas enteras. La época en que se ubica está anécdota es muy
cerca de la toma de Mazatlán por el ejército francés.
Una tarde apareció el
coronel en el patio del hotel y le mostró a Davy una pequeña bicicleta, ya éste
había recibido varias lecciones para montarla por lo que de inmediato su subió en
ella y se paseó. Por la tarde, le había prometido su padre, el niño podría ir a
la «alameda», es decir a la plazuela a pasearse. Y así sucedió. Horas más
tarde, ya que el sol caía y el calor
había cedido unos cuantos grados, Davy y su bicicleta hicieron su aparición en
la Plazuela de Mazatlán. Ahí ya se encontraban don Eugenio y el escritor
Brooks, amigos del pequeño, quienes lo animaron a pasearse.
Al ver al niño rubio
montado en aquel artefacto, todos los niños corrieron hacia él para presenciar
el espectáculo inédito. No se trataba de una draisina, tampoco de triciclo para
niños. No. Ahí estaba la bicicleta de Davy, la primera en aparecer en Mazatlán.
Entre los pequeños
espectadores se encontraba una nativa de nombre Lolita Sánchez, de la misma edad que Davy. Brooks, al verla
interesada en la escena que se desarrollaba, la llamó para preguntarle:
«- Hija, qué piensa
de todo esto.
- Creo que el
gringuito es muy valiente –exclamo ella.
- Y muy ágil. ¿No?
-Si señor.
- ¿Te gustaría pasear
en bicicleta?
- Si señor –dijo
hesitando. Pero las bicicletas no son para las niñas. Podría caer y lastimarme.
- ¿Te gustaría hablar
con el gringuito?
- Si señor –dijo ella
sin el menor rubor.»
Muy pronto Brooks
presentó a Lolita y a Davy. Y mientras ella se mostraba interesada en aquel
niño extranjero, éste no ocultaba su indiferencia. Al lado de ellos, un gran
número de niños mazatlecos estudiaba, admiraba aquel artefacto de dos ruedas
que nunca antes habían visto.
Días después Davy
regresó solo a la plazuela para pasearse en su bicicleta, y entonces sucedió lo
impensable: un policía celoso de su deber arrestó al pequeño por pasearse en la
alameda y marchó con él y su bicicleta al juzgado. Eugenio y el escritor
Brooks, al enterarse de este absurdo, corrieron de inmediato al rescate del
pequeño. Cuando los dos estadounidenses entraron al edificio quedaron
sorprendidos al ver a Davy sentado junto al alcalde como si fueran viejos
amigos. Éste no sabía una palabra de inglés y el español del pequeño era muy
limitado, pero ahí estaban hombre y niño sonrientes, platicando lo mejor que la barrera idiomática
les permitía.
Muy pronto el alcalde
les pidió lo acompañaran. Y ahí iban él, Eugenio, Brooks y Davy montado en su reluciente bicicleta. Ya
en la plazuela, el oficial mexicano le dijo al pequeño ciclista: «De norte a
sur, de oriente a poniente, todas las banquetas de Mazatlán son tuyas para que
te pasees a gusto»
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