Perfecto sabías que llegaría
cuando estuvieras desmenuzando la carne del pollo, que yo no iba a faltar a esa cita. Con gusto,
de reojo me veías llegar a la cocina. Tu
sonrisa y tu mirada me anunciaban que ya
me esperabas, que me habías apartado el cartílago pectoral del ave. No había
necesidad de pedírtelo, siempre lo tenías ahí, reservado sólo para mí. Tus ojos
brillaban al verme saborearlo. Entonces pensaba yo que esa ternilla era lo que
más me gustaba. ¡Qué equivocado estaba!
Ahora, décadas después, me doy cuenta de que ese cartílago era un mero
pretexto, que en realidad disfrutaba de
todo ese momento: saber que me esperabas, tu mirada de reojo, tu sonrisa, el
brillo en tus ojos, tu gusto por complacerme.
Si mil veces naciera, mil veces te elegiría como
mi madre.
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