Ya deben sobrar por ahí reseñas de lo ocurrido ayer durante
la visita del Presidente electo. Lo único que deseo resaltar es un encuentro
del pasado con el presente que, sinceramente, me tomó por sorpresa.
El mero 16 de septiembre Andrés Manuel López Obrador vino al
corazón histórico de Mazatlán a agradecer a los mazatlecos y demás
sursinaloenses sus votos en las pasadas elecciones presidenciales. La cita era
a las 16:30 horas en Olas Altas. No sé
cuántos éramos. ¿Dos mil, tres mil, más? No lo sé, pero nadie esperaba una torta ni cien o
doscientos pesos por acudir al llamado.
Llegó él ya cerca de las 18:00 horas. Lenta, mejor dicho
pausadamente recorrió una cuadra de la calle Mariano Escobedo hasta llegar a
Olas Altas. AMLO saludaba personalmente a gente que lo esperaba en uno y otro lado de la calle. Yo estaba apostado
en la orilla de la banqueta, frente a la calle Escobedo. Una cerca metálica nos
mantenía al margen. Pasó a menos de un metro de distancia de mí. Un hombre
requirió su atención, le expuso un problema, le entregó unos documentos; él le
firmó de recibido.
El rostro de AMLO mostraba gusto de ver esa recepción, al
sentir ese recibimiento. Pero no podía
ocultar la fatiga. Se veía cansado, muy
cansado. Pasó rumbo al templete pero la gente quería un saludo de mano, un
abrazo, una foto con él, más de una mujer le pidió un beso. A ese paso tardaría
varios minutos antes de llegar a El Venadito, es decir al templete.
Hora y media bajo el sol inclemente, atenuado ocasionalmente
por una que otra nube, era tiempo más que suficiente. Ya lo había visto. Decidí
retirarme apenas pasó a mi lado. Caminé hacia la esquina donde se ubica la
entrada a los tribunales federales y desde ahí pude ver una escena que me
pareció inédita. Mensajeros del pasado se unían al presente.
Tres banderas solferinas flotaban sobre la multitud.
¿Nostalgia o verdadera presencia partidaria? Su nombre se me oculta en alguna
neurona dormida, pero de inmediato me vino a la gente aquel viejo, casi anciano
compañero trabajador de los Astilleros Unidos de Mazatlán de quien casi todos
se reían debido a su filiación pepesista. Recordé de inmediato su bigote cano, pero
sobre todo su sonrisa. Aquel gesto con el que respondía a quienes se burlaban de su
filiación en el Partido Popular Socialista; era esa, la suya, una sonrisa de
dignidad, de condescendencia. Con dignidad recibía los escarnios de sus
compañeros de trabajo, condescendiente aceptaba la ignorancia política de ellos.
Ahí estaban en Olas Altas recibiendo a AMLO, al presidente
de la izquierda, tres banderas del PPS,
del partido político cuyo certificado de defunción fue firmado en 1997.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario