El
Secuestro del Vapor Stephens
En las filas de las fuerzas liberales de Ramón Corona existía un
grupo élite conformado por estadounidenses al mando del coronel Frank F. Danna.
Un día el general mexicano mandó llamar a este hombre para conferirle una
arriesgada misión. Después de la entrevista que se efectuó en Villa Unión el 15
de marzo de 1866, el coronel y su pelotón se trasladaron de ese punto a Altata.
Ahí abordaron un barco que los llevó hasta San José del Cabo y de ahí fueron
hasta Cabo San Lucas donde esperarían un
buque.
Eran aproximadamente las
tres de la mañana del día 6 de abril del mismo año cuando el vapor John L. Stephens ancló en las aguas de
Cabo San Lucas, Baja California Sur. De inmediato de él bajaron dos lanchas que
portaban la mercadería destinada a este sitio. El buque, que había zarpado de
San Francisco, California, el día 31 de marzo anterior, pertenecía a la California,
Oregon and Mexico Steamship Company, la cual había celebrado un contrato
con el Gobierno Imperial de México. De
acuerdo a lo estipulado en dicho documento este navío navegaba
entre los puertos del Pacífico mexicano
y San Francisco, llevando el correo oficial además de mercaderías. Su ruta
regular era San Francisco, Mazatlán, Guaymas, La Paz y Cabo San Lucas, para
regresar al puerto californiano desde este último punto. El capitán del navío
era el experimentado señor Edgar Ned
Wakeman, quien esa oscura madrugada se aseguró de que ambos botes bajaran la mercancía y luego regresaran
al navío trayendo nuevos viajeros.
Debido a la hora en que el Stephens había anclado en Cabo, excepto
Wakeman, un vigía y los dos hombres que habían bajado a tierra, la tripulación
dormía, lo mismo que los casi setenta pasajeros. Muy pronto las dos lanchas
regresaron al barco trayendo unos hombres que vestían con sombreros mexicanos y
zarapes. Al verlos subir al navío, el
capitán descubrió que no eran mexicanos sino estadounidenses quienes, pensó él,
eran prospectos de minero que habían caído en desgracia.
- ¿Son estadounidenses? –les
preguntó el capitán.
- Si –le respondió uno de
ellos.
- ¿Cuántos son?
- Ocho que viajaremos en
cubierta –le contestó el mismo.
Tres hombres ya habían
subido al barco.
- ¿Es usted el capitán
Wakeman? –le preguntó uno de los que ya habían abordado. Éste, tras recibir la
respuesta afirmativa, le pidió hablar con él en privado. El capitán pensó que
se trataba del supervisor de aquellos mineros y que le solicitaría una rebaja
en el precio del pasaje. Los dos hombres, Wakeman y Frank Danna, se encontraban
cara a cara cuando el primero sintió dos ligeras presiones, una en cada lado de su barriga. Su instinto
le hizo voltear hacia esos dos puntos, y
fue entonces cuando descubrió sendas pistolas. En ese instante vio un ligero
brillo frente a él, era una tercera pistola que le apuntaba a la frente.
Mientras esto sucedía otros hombres abordaban el barco. En voz baja Danna le
ordenó guardar silencio y luego le dijo:
Soy el coronel Frank F. Danna de las
Fuerzas Liberales Mexicanas. Usted, su tripulación y sus pasajeros son mis
prisioneros, y su barco queda detenido, de acuerdo a las instrucciones que he
recibido, las cuales le mostraré. Cualquier resistencia será inútil. Tengo
dieciocho hombres armados a bordo del barco, algunos de ellos han abordado por
la amura. Sus oficiales serán asegurados y los pasajeros desarmados. No será
detenido aquí por mucho tiempo. Busco a un pasajero y al contrabando de guerra.
Si obedece y permanece en silencio, qué bien. Si no –le dijo agitando el
revolver– me da lo mismo. Le advierto
que no intente nada.
Entonces Wakeman fue llevado
a la cubierta superior del barco y quedó resguardado por dos hombres. El resto
de ellos desarmó a la tripulación para luego, camarote por camarote, despertar
a sus ocupantes y obligarlos a entregar sus armas de fuego y cuchillos. Media hora
después el Stephens era completamente
de Danna y sus hombres.
A las seis de la mañana el
coronel fue hasta donde se encontraba Wakeman y le dijo que había encontrado
contrabando de guerra, y que procedería a seguir las instrucciones recibidas,
de las cuales le entregó una copia. Esta decía:
Brigadas Unidas de Sinaloa y Jalisco.
Comandante de Escuadrón Francisco F. Danna
Con la fuerza que he puesto bajo su mando, y de acuerdo
con la autoridad que le he conferido en este cuartel general, procederá usted a
asegurar el vapor John L. Stephens, que
sirve ahora en el Pacífico al llamado Imperio Mexicano, transportando
correspondencia, armas y forrajes para los invasores del país.
Habiendo asegurado el barco, pondrá a disposición del
Jefe de Hacienda en el estado todos los bienes que pertenecen a ciudadanos de
naciones amigas, el resto de los bienes y útiles de guerra los pondrá en la
playa en el primer puerto o bahía que estime conveniente.
Tomará usted prisioneros al capitán y la tripulación del
barco.
De todo esto dará usted noticia a este cuartel general,
con el propósito de realizar las disposiciones convenientes.
Si fuera atacado por los buques de guerra del enemigo,
prenderá fuego al John L. Stephens, procurando la seguridad de usted y sus
hombres de la mejor manera posible, y se reportará a este cuartel general.
Independencia y Libertad.
Villa Unión, marzo 15 de 1866.
Danna se retiró no sin antes
decirle a Wakeman que el barco quedaba decomisado debido al armamento
encontrado a bordo. A las nueve de la mañana, el coronel regresó y entregó al
otro una orden por escrito que decía:
Cabo San Lucas. 6 de abril de 1866.
Capitán E. Wakeman.
Vapor John L.
Stephens.
Por medio del presente le ordeno, por la autoridad con
que he sido investido por las propias autoridades de la República de México,
proceder de inmediato al puerto de Altata, y entregar ahí el vapor y sus
efectos al comandante en jefe u oficial en cargo; de acuerdo con las
instrucciones que me fueron conferidas en el cuartel general el 15 de marzo de
1866.
Francisco F. Danna
Wakeman entregó a Danna una
protesta por escrito, en la que argüía que el Stephens transportaba legalmente mercancías desde San Francisco, y
que el coronel no tenía autoridad alguna para decomisar el barco, además de
hacerle saber que Altata no era un puerto seguro para que anclara ahí un buque
del calado de este.
El plan ideado por Corona
era en realidad demasiado audaz para que funcionara. El general pretendía
transportar tropas liberales a bordo del Stephens
y anclarlo en Mazatlán, acercarse, abordar y posesionarse de los buques de
guerra franceses Victoire y Lucifer que se encontraban ahí
anclados. Al mismo tiempo él y sus hombres atacarían a los
imperialistas. Con estos dos frentes los franceses serían derrotados y se verían
obligados a entregar esta ciudad.
Al saber que se le ordenaba
trasladarse a Altata, el capitán tomó una determinación, y tajantemente le dijo
a Danna que el Stephens nunca iría a
dicho puerto, y que si insistía en hacerlo podía descomponerlo y con esto el
navío no podría moverse un ápice. Además, le dijo, cuando una autoridad
decomisa un barco es su responsabilidad llevarlo al puerto más cercano.
Sabiendo que nada haría
cambiar de parecer a Wakeman, el coronel fue a conferenciar con sus hombres para regresar luego de unos
minutos. Aquél escuchó la nueva orden, y accedió a cumplirla; el Stephens
debería trasladarse a La Paz. En realidad cada uno de los hombres había cedido
un poco. Danna sabía que si el Stephens
hubiera atravesado el golfo posiblemente se hubiera encontrado con un buque de
guerra francés y se habría enfrentado a graves problemas; a la vez Wakeman
sabía que La Paz era un puerto seguro, a pesar de estar en manos de los
liberales.
Hasta entonces el capitán
del navío había recibido sólo un par de visitas de parte de pasajeros. Sin
embargo, fue capaz de idear un plan para deshacerse de Danna y sus hombres el
cual fue comunicado a través de aquéllas a otros miembros de la tripulación. La
defensa se basaría en un solo revolver que alguien había podido esconder, y en
trozos de metal con los que atacarían a los liberales. Así pues, si el plan de
Corona de posesionarse de Mazatlán era descabellado, el de Wakeman que buscaba
deshacerse de aquellos hombres bien armados no lo era menos.
Frank Danna fue a hablar con
el ingeniero del buque, señor Houston, y lo que le dijo lo sorprendió. El plan
había sido descubierto. Entonces Houston pidió al coronel permiso para conversar con el capitán e
informarle sobre esto.
El ingeniero entró al
camarote donde se encontraba el capitán y le avisó lo que Danna le acababa de
descubrir. Tras aquél también entró el coronel, y le dijo a éste:
Wakeman, es inútil. Todo tu plan ha sido
descubierto. Uno de tu tripulación y un pasajero te traicionaron. ¡Entiende! Yo
y mis hombres abordamos este barco con un propósito y debido a unas órdenes.
Ante un problema así, puedes estar seguro que con gusto daríamos nuestras
vidas. Mis hombres sabían lo que podía suceder y hasta aquí han llegado. Ellos
están fuertemente armados y a la primera señal de un ataque irán por todo el
barco y no dejarán un hombre vivo de proa a popa.
Ya era la media mañana del
día 7 cuando el Stephens ancló en La
Paz, y de inmediato Wakeman envió una
protesta ante el cónsul de los Estados Unidos, señor F. B. Elmer. Pero
los liberales ya habían procedido a
bajar la mercancía que venía en el Stephens.
Luego el coronel exigió al capitán del barco le firmara una fianza de cien mil dólares, lo que el
otro rehusó en definitiva. Cuatro horas más tarde Danna bajó la garantía a sólo
un mil quinientos dólares, más otros quinientos que deberían pagarse en
efectivo. El coronel hizo ver al capitán que transportaba doscientas toneladas
de carbón destinado al buque Panama,
de la misma línea que el Stephens, y
que, ergo, también servía al gobierno imperial. El capitán del barco sopesó la
situación, sabía bien que dicho combustible podía ser confiscado también, y por
ello accedió; entregó a Danna los quinientos dólares en efectivo y le firmó una
fianza por la cantidad requerida, la cual fue entregada al jefe de la aduana
local.
Con las armas decomisadas,
los quinientos dólares pagados a Danna y la fianza, Wakeman pensó que pronto el
Stephens sería liberado. Y tenía
razón. Muy pronto el coronel le hizo llegar una carta en la que le decía:
La Paz, Abril 8 de 1866.
Capitán E. Wakeman.
Vapor John L. Stephens
Querido señor. Por medio del presente queda usted
autorizado para tomar control completo de su barco y proceder con su viaje
mañana por la tarde, renunciando yo a futuras reclamaciones sobre este viaje,
su barco, carga y pasajeros.
F. F. Danna
Comandante del Escuadrón.
Al
día siguiente un nuevo incidente en el que se involucraron soldados mexicanos y
el Stephens amenazó con no permitir
la salida del vapor de La Paz. Pero Danna ya había dado su palabra, y le hizo
llegar a Wakeman un nuevo oficio:
República de México.
Cuartel General.
Comandante en Comisión.
Señor Capitán del vapor Norteamericano John L. Stephens
Habiendo asegurado el vapor norteamericano John L.
Stephens bajo su comando en Cabo San Lucas, el 6 de este mes a las 4 de la
mañana, por orden del general de las fuerzas republicanas beligerantes unidas
de Sinaloa y Jalisco, ciudadano Ramón Corona, este día he dado órdenes para
remover de dicho barco las herramientas, utensilios de guerra y otras cosas que
puedan pertenecer al Gobierno Imperial. He puesto en entera libertad el barco,
su tripulación y pasajeros, hoy a las doce en punto, para que puedan continuar
su viaje a los puertos a donde se dirigen. He hecho esto sin causar molestias a
las propiedades privadas de ciudadanos.
Francisco F. Danna
Comandante del escuadrón.
Por fin libre, el Stephens zarpó de La Paz y en vez de
dirigirse a Mazatlán, que era su ruta usual, fue a Guaymas. De ahí navegó hasta
el puerto sinaloense, a donde llegó el día 13. Las autoridades imperiales, al
enterarse de todo lo que había sucedido abrieron una investigación que, gracias
a testimonios de los pasajeros y a los documentos agregados, determinó que
Wakeman era inocente de la pérdida del armamento, herramienta y piensos
destinados al gobierno imperial.
En el certificado que el
administrador de la aduana extendió al capitán del Stephens quedó descrito lo que Danna confiscó a los imperialistas y
entregó a la la causa juarista. El documento establece:
Certificado.
Yo, Próspero Salazar Bustamante, administrador de la
Aduana Marítima de La Paz, Baja California, testifico que habiendo encontrado a
bordo del vapor norteamericano John L. Stephens contrabando de guerra siendo
conducido para los invasores del país, he procedido a confiscarlo y ponerlo en
posesión de las autoridades nacionales. Dicho contrabando de guerra consiste en
lo siguiente:
U. L. Veintisiete cajas de sables y armas de fuego, que
vienen haciéndose pasar como
herramientas; enviadas por J. Chavier a U. Lasepas.
P. M. J. Tres cajas haciéndose pasar en el manifiesto como vino claret; enviadas por P. Maury al
cónsul francés.
U. L. Una caja de herramienta consignada al mismo
Lasepas.
U. L. Quince cajas de herramienta consignadas al mismo
Lasepas.
Ocho barriles de pólvora que no aparecen en el
manifiesto.
Catorce cajas que no aparecen en el manifiesto, dirigidas
al Prefecto de Mazatlán.
Todo lo anterior junto con trescientos veintiséis pacas
de heno que, como el capitán dice, fueron consignadas al puerto de Mazatlán, lo
he obligado a dejar en este puerto.
A petición del capitán, y para su propio uso otorgo esta
declaración en La Paz, B. C, el 8 de abril de 1866.
P. S. Bustamante.
Administrador.