En el siglo XIX los
pronunciamientos y las asonadas fueron una constante en la vida de México en lo
general y la de Mazatlán en lo particular. En 1848, poco después de que las
tropas estadounidenses desalojaran nuestra ciudad y puerto, el coronel Rafael
Téllez encabezó una de esas asonadas. Por regla general el propósito de estos
movimientos era apoderarse de los caudales de la Aduana Marítima e imponer
“préstamos forzosos” a los dueños de las casas de comercio.
Pero cada vez que
sucedía uno de estos movimientos, los mazatlecos quedaban indefensos y a la
merced de estos grupos de hombres armados. Del 24 de enero y hasta el 18 de
febrero de 1849, el coronel Juan Bautista Franconis encabezó una más de esas
rebeliones con el fin permitir a un buque inglés, por lo menos, el contrabando
de metales preciosos hacia Inglaterra. Las partes en conflicto eran una sección
del ejército emplazado en el puerto, encabezado por Franconis; la Junta
Municipal de Mazatlán, presidida por Miguel Lires, y de su lado el capitán de
puerto Ramón Trillo y otras autoridades.
Esta es la historia:
El 25 de enero de 1849
la Junta Municipal recibió un aviso de los agentes de policía en el sentido de
que el Comandante General del Departamento, Ignacio Inclán, en contra de su
voluntad había sido subido al barco llamado Mazatleca o La Bruja. Fue por ello
que la junta se declaró en sesión permanente. A las seis de la mañana los
únicos dos integrantes de la Junta que se encontraban en ese momento, Juan
Nepomuceno Vasavilbazo y Miguel Torres, ordenaron al alcalde primero
conciliador procediera a aprehender a don Francisco Lerdo de Tejada, quien
debía ser puesto a disposición de ellos sin dilación alguna y sin permitirle
hablar con nadie. También se ordenó el arresto de don José María Yribarren. Una
hora después, ordenaron al capitán de puerto procediera a detener dicho navío
así como a sus tripulantes además de prohibir la salida del puerto a cualquier
otra nave. Para entonces Juan Pablo Anaya, quien era el presidente de la junta
ya se había unido a ésta.
Sin pérdida de tiempo
Ignacio Herrera se presentó en la casa de Lerdo de Tejada y procedió a
aprehenderlo y lo mismo sucedió con Yribarren, quienes quedaron a disposición
de la junta en la sala capitular.
Sin embargo, ese mismo
día el coronel Juan Bautista Franconis hizo saber a la junta municipal que él
se hacía cargo del mando de la plaza, ya que éste no podía quedar acéfalo. Así
mismo les informó que ordenaba la detención del don Juan Pablo Anaya por
considerarlo partícipe del atentado. Al recibir este oficio, el presidente de
la junta alegó a Franconis que carecía de facultades para erigirse como
comandante de la plaza y le hizo saber que ello le correspondía al general
Manuel Carrillo Negrete quien se encontraba en la casa capitular acompañando a
la junta. Anaya le advirtió a Franconis: “ni yo ni nadie puede considerar a
usted autoridad legítima para representar la ausencia del señor Comandante
quien es propietario. Si usted continúa desacatando las leyes sépase que ejerce
un mando usurpador y revolucionario.”
El día el capitán del
puerto ordenó la detención del bergantín Republicano con el propósito de
armarlo y salir en persecución de la goleta La Bruja. Pero antes ya habían
armado dos lanchas que habían salido a la búsqueda de la goleta. Inclusive la
junta municipal, sabiendo que el buque de guerra inglés Calypso se encontraba
en el puerto, envió una nota al Cónsul de Inglaterra en el puerto solicitándole
que el capitán del navío enviara una de sus lanchas en persecución de la goleta
en auxilio de una nación amiga.
En el transcurso del día
corrieron dos versiones sobre lo que había sucedido al comandante Ignacio
Ynclán. La primera era que al ir a revisar la goleta en mención, en compañía de
varios oficiales, tanto éstos como la tripulación del barco lo habían forzado a
permanecer en el navío el cual había zarpado llevándoselo. La segunda versión
establecía que hacia medianoche de tres a cuatro hombres armados lo habían
sacado de su casa, afuera los esperaba una veintena de hombres al mando del
oficial Agustín García, y lo habían subido a fuerzas a dicho navío. García era
procesado por la justicia militar por haber sido cómplice de otra asonada
sucedida en el puerto el 18 de julio de 1848. También ese día procedió a la detención
del patrón del barco, de nombre Sabino quien al ser interrogado declaró que dos
oficiales fueron los que ordenaron la salida de la goleta con el Ynclán a bordo
y sin la documentación requerida.
De las indagatorias
realizadas por la junta para el día veintiséis se supo que el teniente de la
armada Rafael López, el coronel A Ramos y Lerga eran los principales
involucrados. Por su parte Juan Bautista Franconis publicó un manifiesto a los
habitantes de este puerto por el que les daba a conocer los principales
detalles de este embrollo y haciéndoles saber que había dado vista de esto al
gobierno supremo de la nación. Por su parte Ramón Trillo informó a la junta que
el patrón de un bote recién llegado de Teacapán le informaba que en Chametla se
encontraban un buque y una lancha.
El día veintisiete entró
al quite el juez Fiscal del Primer Batallón de Artillería, un personaje que
cuatro años después habría de jugar un papel primordial en la Historia de
Mazatlán y de Sinaloa, don Pedro Valdés, quien escribió así a la Junta
Municipal: “Hallándome con orden de formar una veriguación sumaria sobre el
escandaloso atentado que se cometió en la persona del Sr Comandante General Don
Ygnacio Ynclán la noche de el día 24 del corriente. He de merecer a VS se sirva
remitirme los cargos que resulten contra el segundo teniente de marina Don
Rafael López que se halla preso en este cuartel por disposición de esa
respetable junta municipal. Dios y Libertad. Mazatlán. Enero 27 de 1849. Pedro
Valdés. Y ese mismo día abrió la averiguación sumaria por la que al día
siguiente pidió a la junta dos peritos en grafoscopía, recayendo el cargo en el
preceptor de las primeras letras, Vicente Pelaez y en Santiago Calderón. Y ese
mismo día el mayor de la plaza, Ignacio Monteagudo, intentó arrestar al general
Juan Pablo Anaya pero éste no salió de la casa capitular donde se encontraba,
por lo que ambos se hicieron de palabras e insultos.
Eran las once horas del
día veintiocho cuando un piquete de soldados se presentó en la casa del general
Anaya, y por órdenes de Franconis lo sacaron de ahí, lo subieron a un barco
para trasladarlo a San Blas, donde quedaría bajo el resguardo del Cuartel
general del Estado de Jalisco.
El día veintiocho la
noticia de esta asonada llegó al gobernador del estado, Pomposo Verdugo, quien
se puso de parte de la Junta Municipal y de inmediato dispuso enviar doscientos
cincuenta soldados para preservar el orden. Así mismo dispuso: “para que la
distancia a que se encuentra es corporación de este gobierno no perjudique la presteza
de las operaciones necesarias, se delegan en la Junta todas las facultades que
este gobierno posee con arreglo al art 82 de la constitución, en los casos como
el presente de conmoción interior.” En la misma fecha el gobernador al capitán
José Inda, del Presidio de Mazatlán, auxiliase a la Junta en cuanto ésta se lo
solicitara. El día treinta Pomposo Verdugo dispuso que los militares implicados
fueran enviados a Culiacán, donde quedarían presos en espera de su juicio.
Al día siguiente,
continuaba la agitación. Pomposo Verdugo desistió de enviar los doscientos
cincuenta hombres, ya que Franconis le había asegurado mediante oficio que la
situación ya estaba controlada por él. De igual forma, regresó al puerto la
lancha que había salido en persecución de la goleta Mazatlán, y se informó a la
Junta que no había sido posible siquiera tener a la vista dicha embarcación,
pero que un piquete de soldados al mando del teniente coronel Genaro Noris
había quedado en San Blas para continuar la búsqueda. Al conocer esto la Junta
giró oficios a los alcaldes de Siqueros y La Noria para que juntasen noventa
hombres armados que quedarían bajo las órdenes de la misma en El Venadillo;
otra orden que giró fue al administrador de la aduana terrestre ordenándole
pusiera a su disposición todos los caudales que tuviese; además envió oficio a
la Junta de Rosario alistara a la Guardia Nacional, la enviara a Mazatlán y la
pusiera a sus órdenes.
El primero de febrero
Franconis se dirigió a la junta cuestionándole estos procedimientos. Y ésta, el
día tres, escribió a don Francisco de la Vega haciéndole ver el error al que
había sido inducido el gobernador Verdugo. Sin embargo, al día siguiente éste
le contestó que las fuerzas prometidas ni siquiera habían podido ser reunidas
debido a problemas económicos y que mucho menos habían salido rumbo al puerto.
El cinco de febrero la
Junta Municipal envió una nota al gobernador: “Esta corporación, compuesta de
personas que obran por sus propias convicciones, y que pruebas ha dado de su
celo actividad y energías para impedir el acontecimiento de los desórdenes
perpetrados por la inícua y abominable clase militar ligada con especuladores
mercantiles, ha visto con el más profundo sentimiento el paso retrogrado del
supremo gobierno del estado, que dejándose sorprender ya por el oficial
Carranza y por las comunicaciones que condujo del coronel J B Franconis no sólo
ha revocado V E aquella justa y acertada providencia del 28 de pasado sino que
a pesar de la distancia de 85 leguas en que se halla la capital del estado del
punto donde amenaza el facineroso soldado, no sólo ha sufrido V E la grande
equivocación de reconocer por Comandante General Accidental al autor quizá de
la más criminal de las asonadas; sino que sí E, el coronel Franconis, el
coronel Ramos, , don Cecilio Venega, el sr Monteagudo, y con pocas excepciones,
la mayor parte de la oficialidad, de acuerdo con don Francisco Lerdo de Tejada,
don José María Yribarren, el francés don Luis Vaal y uno o más almacenistas
fueron los promovedores y autores de la asonada…”
La mañana del día siete
la goleta Mazatlán se hizo presente en el puerto, y la Junta en cuanto se
enteró ordenó a Pedro Pelaez, del piquete de seguridad pública, procediera a
detenerla así como a toda su tripulación. Horas más tarde, cuando este oficial
fue hacia la goleta un nutrido grupo de mazatlecos, entre ellos los empleados
de la aduana marítima, presenciaba los hechos. El juez de letras también fue a
bordo aunque éste para integrar el expediente que se seguía con motivo de la desaparición
del comandante general Ynclán. Muy pronto los soldados comenzaron a intimidar a
todos. A las tres de la tarde Franconis se hizo presente y protestó contra esta
medida, pero para esas horas la tripulación del buque había sido declarada
presa por don Pedro Pelaez. Ante esto Monteagudo y treinta hombres fueron hacia
la goleta y para pedirle a Pelaez detuviera su actuación, éste se negó por lo
que Monteagudo y varios de sus hombres le apuntaron con sus armas, lo obligaron
a bajar del barco y lo conminó a abandonar Mazatlán. A las ocho de la noche el
juez de letras rindió su informe a la junta, él también había sido forzado a
suspender su indagatoria.
Debido a esto y a las
amenazas de Franconis en contra de los miembros de la Junta Municipal, los
miembros de ésta se vieron obligados a salir del puerto, pero declararon a los
habitantes que se establecerían en El Venadillo, lugar desde donde ejercerían
sus funciones.
Y si las fuerzas que había prometido el gobernador Verdugo no llegaban, enterados los lugareños de La Noria y Siqueros que la junta solicitaba su auxilio, se dieron a la fuga. Ante esto la junta decidió imponerles una multa de quince a cincuenta pesos, según las posibilidades económicas de cada quien.
Y si las fuerzas que había prometido el gobernador Verdugo no llegaban, enterados los lugareños de La Noria y Siqueros que la junta solicitaba su auxilio, se dieron a la fuga. Ante esto la junta decidió imponerles una multa de quince a cincuenta pesos, según las posibilidades económicas de cada quien.
Por fin el trece de
febrero el gobernador Pomposo Verdugo dispuso que doscientos sesenta hombres,
al mando del coronel Francisco de la Vega, salieran de Culiacán rumbo al
puerto, para restablecer el orden. Además las fuerzas de José Ynda, con sesenta
hombres, se aprestaban ya para entrar en acción, y para ello la junta municipal
había dispuesto avituallarlas.
El día catorce Franconis
ordenó a los miembros de la junta detuviesen el avance de los hombres que venían
de Culiacán ya que, aducía, había recibido órdenes de trasladasr sus fuerzas a
la ciudad de Concordia, dejando en el puerto sólo un piquete encargado de hacer
los saludos de cañón a los buques extranjeros que llegaban. Pero esa misma
noche Franconis y sus hombres armaron la goleta Mazatlán y fueron rumbo al
estero.
Tal como se le había
ordenado, al mando de un capitán de apellido Marentes, las fuerzas de Franconis
abandonaron Mazatlán y se dirigieron a Concordia. Además Francisco de la Vega y
sus hombres, al acercarse al puerto, se les ordenó permanecer a dos leguas de
éste, en el rancho San Rafael, previniendo un encuentro de armas entre ambos
bandos.
Franconis, Monteagudo y los demás principales cabecillas de la asonada sabían que la justicia los juzgaría, por lo que, auxiliados por el comerciante Fernando de la Torre abordaron un buque inglés y se fueron rumbo a la Alta California.
Franconis, Monteagudo y los demás principales cabecillas de la asonada sabían que la justicia los juzgaría, por lo que, auxiliados por el comerciante Fernando de la Torre abordaron un buque inglés y se fueron rumbo a la Alta California.
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