Era el once de septiembre de
1866 cuando los franceses se encontraban en posesión de la garita de Palos
Prietos, a menos de un par de kilómetros al norte de la ciudad, mientras que
Ramón Corona y sus hombres se encontraban en Villa Unión. Ni los franceses ni
los imperialistas mexicanos esperaban que los juaristas los atacaran. Sin
embargo, amparados por la oscuridad de la noche, Ramón Corona y unos cuatro mil
de sus hombres avanzaban desde el presidio hacia ese punto. Su misión era apoderarse de él.
La guarnición de los franceses en el puerto se componía de unos dos mil
soldados, quinientos de ellos hombres de Manuel Lozada. De todos ellos, unos ciento ochenta soldados al mando del
capitán Delatask defendían la garita.
Hacia las dos y media de la
mañana del día 12 unos setecientos hombres al mando del coronel Jorge Granados
y otro de apellido Martínez se colocaron hacia el sur de Palos Prietos,
cortando el paso de posibles refuerzos que llegaran desde el puerto. Y a las
tres de la mañana comenzó el combate, los juaristas atacaron a los imperialistas
por tres ángulos, norte, sur y oriente. Su superioridad numérica era amplia, pero los
franceses se defendían con todo lo que podían. Luego de tres intentos, los hombres
de Granados lograron penetrar a los terrenos de la garita y se apoderaron de un
polvorín y de un cañón.
Sin embargo, Delatask arengó
a sus hombres para que retomaran esta pieza, y en ese instante un grupo
compuesto por un teniente de apellido Maire, al mando de cuarenta hombres, se abalanzó a punta de bayoneta contra los
mexicanos que retiraban la pieza de artillería arrastrándola. Les dieron
alcance e intentaron retomar dicha arma, pero de inmediato recibieron balas que
les llegaban de todos los ángulos, lo que los obligó a abandonar la misión.
Pero Maire no se rindió y minutos después de nueva cuenta fue por el cañón,
esta vez con sólo veinticinco hombres, y de nuevo llegó hasta donde estaba.
Entonces Delatask le envió refuerzos y esta vez sí pudieron recuperar la pieza.
Mientras tanto el ejército francés en la ciudad se preparó para enviar
refuerzos hasta Palos Prietos, al mando de un comandante de apellido Robiero, pero
cuando salieron muy cerca ya los esperaban los soldados mexicanos. Mientras
avanzaban hacia la garita los imperialistas eran atacados por los republicanos,
y aquéllos no dejaban de responder el fuego. Ya eran las cuatro de la mañana
cuando los refuerzos llegaron hasta donde se encontraban Delatask y sus
hombres. Poco después salieron del
puerto más refuerzos, el Batallón de
Cazadores de África y el de caballería. Sólo así los franceses pudieron
contener a los juaristas y hasta pudieron replegarlos.
A las diez de la mañana el
combate había terminado aunque en la distancia aún se escuchaban balazos. Los
imperialistas habían defendido la garita y los juaristas no habían podido
posesionarse de ella. Delatask, Maire, Robiero, Granados, Martínez y todos
ellos se comportaron como los más fieros guerreros; cada quien defendiendo su causa y los colores de su bandera.
No obstante, aún faltaba
más. Esa misma mañana un número indeterminado de hombres pertenecientes al Batallón
de Cazadores de África, montando sus finos caballos árabes, salió en
persecución de los mexicanos que iban en retirada. En su carrera no se dieron cuenta
que éstos les tendían una emboscada y sin remedio cayeron en ella. Muchos de
esos cazadores y sus caballos cayeron víctimas de las balas de los hombres de
Corona que les esperaban escondidos.
La Batalla de Palos Prietos
del día 12 de septiembre de 1866 fue la más cruenta de las que tuvieron lugar
en Sinaloa durante la Intervención Francesa. En cuanto a número de caídos ni
siquiera la Batalla de Villa Unión tiene comparación. En la que se efectuó en
las afueras de Mazatlán los franceses tuvieron 150 caídos, entre muertos y
heridos; por su parte los imperialistas mexicanos reportaron 300 muertos,
mientras que en las filas de Ramón Corona hubo 250. También, sólo en las filas
de Granados cayeron tres caballos y una mula, además de los caballos árabes en
mención.
Desde media mañana del día
12, en Palos Prietos y sus alrededores el campo era dantesco, aquello parecía el infierno. Los
muertos sumaban más de seiscientos pero, peor aún, lo que hacía aún más
espeluznante la escena fue que la gran mayoría de éstos estaban mutilados y destrozados ya que habían
muerto a través de bayonetas, espadas y
machetes.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario