martes, 13 de junio de 2017

A Mi Madre


Perfecto sabías que llegaría cuando estuvieras desmenuzando la carne del pollo,  que yo no iba a faltar a esa cita. Con gusto, de reojo me  veías llegar a la cocina. Tu sonrisa y tu mirada me anunciaban que  ya me esperabas, que me habías apartado el cartílago pectoral del ave. No había necesidad de pedírtelo, siempre lo tenías ahí, reservado sólo para mí. Tus ojos brillaban al verme saborearlo. Entonces pensaba yo que esa ternilla era lo que más me gustaba. ¡Qué equivocado estaba!

Ahora, décadas después,  me doy cuenta de que ese cartílago era un mero pretexto,  que en realidad disfrutaba de todo ese momento: saber que me esperabas, tu mirada de reojo, tu sonrisa, el brillo en tus ojos, tu gusto por complacerme.


Si  mil veces naciera, mil veces te elegiría como mi madre.

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