Imagen del Huracán Olivia. 1975. Cortesía de Wikipedia
En diciembre del año mil
ochocientos ochenta, en Mazatlán las lluvias habían sido tan fuertes
y continuas que habían causado el
hundimiento dentro de la rada del buque alemán Teutonic. Y el año siguiente, mil
ochocientos ochenta y uno, no fue precisamente uno de los mejores en la
Historia de Mazatlán; una epidemia de viruela causó estragos, la explosión del
polvorín trajo muerte y destrucción, la
temporada de lluvia fue severa como nunca antes, durante semanas se dejó sentir.
Y entonces vino el 29 de septiembre.
La mañana de ese día estaba
sofocada, el viento estaba inmóvil por completo. El buque estadounidense
Therese, proveniente de San Francisco, y el alemán Carolina, que había llegado
de Burdeos cargado de vino y abarrotes, se hallaban anclados en el puerto
descargando mercaderías. El vapor Zaragoza y la goleta Santiago, mexicanos, se
hallaban también en las aguas mazatlecas. En el astillero se encontraba
fondeado el Joven Rosario, frente a éste
un pequeño barco propiedad de Adolfo O’Ryan. También estaba el Sonora cargando
carbón. Unas treinta millas al norte, frente al pueblo Culebras, navegaba el
barco Antonio que transportaba madera.
Aproximadamente a las diez
treinta de la mañana se comenzaron a sentir los vientos provenientes del
sureste. A las once y media las ráfagas
de viento alcanzaban una velocidad de 106 kilómetros por hora. A las dos y
media de la tarde el viento alcanzó los ciento sesenta kilómetros por hora. Los
estadounidenses residentes en el puerto no podían creer lo que veían y oían: la
fuerte lluvia no cesaba, árboles de los más grandes eran arrancados de sus
raíces por el viento para ser llevados
como si se tratara de hojas de papel. El horripilante aullido del viento
acrecentaba su terror. Creían que se trataba del Día del Juicio Final.
Hacia las dos de la tarde el
Therese y el Carolina se encontraban a la deriva, muy pronto éste encalló en las rocas de la
Isla del Crestón, y en pocas horas quedó destruido por completo. Pero el
capitán del navío estadounidense mostró mayor destreza y pudo introducir el
barco a la Bahía del Fondeadero, justo frente al edificio de la aduana donde
quedó mejor resguardado de los fuertes vientos. Otro barco, el Estado de
Sonora, también se alejó un poco y fue a refugiarse en las cercanías de las
tres islas. Pero el Zaragoza no corrió
con mejor suerte y tras derribar el enclenque muelle fue a encallar
justo frente al edificio aduanal, y si al quedar varado no sufrió mucho daño,
vino el Santiago que al ser arrastrado por las aguas chocó contra aquél
causándose a ambos daños considerables. El Antonio no tuvo mejor suerte y se
hundió justo frente al poblado La Culebra.
No en vano el puerto de
Mazatlán era temido por los marineros en esta época del año, y si bien no se reportaron víctimas mortales por estos
casos. En tierra todo fue diferente.
Ya había caído el sol cuando
el viento huracanado dejó de sentirse en Mazatlán, pero no las lluvias, que no
habían cesado desde los primeros minutos de que comenzara el meteoro. Esa noche
todas las calles de la ciudad se encontraban bajo el agua caída del cielo o venida
del mar . Muchas de las casas que habían quedado dañadas por la explosión del
polvorín no resistieron los fuertes vientos y se vinieron abajo. El Hotel Iturbide y la tienda de Tellería y
Compañía tuvieron que ser apuntalados para prevenir que colapsaran.
Pero eso fue sólo en
Mazatlán, en Villa Unión el Río Presidio se
desbordó e inundo esta población. Esa noche de terror muchos de sus
habitantes corrían hacia terrenos más
elevados escapando de las violentas aguas del río. Más al sur, también Rosario quedó bajo las aguas. Se calcula que al menos
cien personas perecieron víctimas de
este huracán en Villa Unión, Rosario, El Quelite, Matatán y Siqueros. Sin
embargo, otro reporte periodístico aseguraba que habían muerto al menos
quinientas personas.
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