Escrito por Andrew J. Grayson. Traducción de Antonio Lerma Garay
Pronto después de mi llegada a Mazatlán, de Durango,
tuve el placer de conocer al Teniente Rivington del barco H. B. M. Clio,
entonces en el puerto ‑naturalista amateur y, claro, de espíritu agradable‑ al
señor Bead, artista americano; y al señor Schleiden, joven alemán nacido en la
ciudad de México, pero educado en San Francisco. Aunque nos conocimos aquí, por
vez primera, por la natural simpatía común por la naturaleza, nos atrajimos y
nos hicimos buenos amigos ‑cada uno amante de la pistola y sus deportes, de las
excursiones y de las aventuras en los bosques. Todos extranjeros de diferentes
partes del mundo, pero hablando el mismo buen idioma: el viejo inglés. Fieles a
nuestros instintos, planeamos y fijamos el día para nuestra expedición en el
estero, yendo del punto sur del cuello de tierra donde está construido
Mazatlán, hasta lo más lejos que pudiéramos. El estero corre casi paralelo al
mar por muchas millas hacia el sur.
Después de dos días de preparativos encontramos que
sería necesario obtener un permiso de la Aduana. Siempre se requiere un permiso
para traer cualquier cosa o sacarla del puerto de Mazatlán, ya sea por mar o
por tierra, aunque sea un pequeño paquete. Hay una Aduana para el interior, y
una Aduana marítima; y justo en la boca del estero, por donde teníamos que
pasar, está una garita para observar y revisar cada canoa que sube o baja.
Asegurado el permiso después de tres horas de regatear, cada artículo fue
anotado, o la intención era nombrarlo, en el pase, desde largos rollos de
hamacas y cobijas hasta cafeteras y cucharas. Congratulándonos de que estábamos
libres para partir, tomamos un buen desayuno y empezamos nuestro viaje por la
playa hasta el estero, disfrutando del fresco aire de la mañana, complacidos
por el encantador viaje que venía.
Cuando íbamos a partir un oficial de la garita, o casa
de guardia, nos requirió llevar allá toda nuestro equipaje para examinarlo. Le
dijimos que teníamos un permiso, pero todo el dulce lenguaje que el señor
Schleiden pudo darle no nos libró. Así que fuimos obligados a desempacar e ir
con bolsa y equipaje hacia el oficial. Los artículos fueron comparados con
nuestro manifiesto, y ¡Oh Dios! ¡Él descubrió una cajita de galletas sin manifestar!
Esto nos hacía objeto no sólo de una multa, sin de asegurar todo nuestro
equipaje y confiscarlo. Llevábamos demasiado, decía él, para una mera cacería.
Hicimos una junta y yo empecé a pensar que nuestra expedición había llegado a
su fin. "¿Es posible" ‑decía el Teniente Rivington‑ "que bajo
este así llamado Gobierno Liberal un grupo de caballeros no pueda ir de
cacería sin un problema tan tonto"? Con entusiasmo, el eñor Schleiden
contestó: "Déjenme esto a mí. Les garantizo que estaremos más allá de
esta suave agua en menos de media hora." Después de unas pocas
palabras en tono bajo, el señor Schleiden y el oficial desaparecieron detrás de
la casa. Pronto regresaron y supimos, por la feliz sonrisa en el semblante de
Schleiden, que todo estaba bien. Dejamos al lector que juzgue los términos por
los que nos permitieron partir.
Subimos el estero con una suave y gentil brisa. A
veces se angostaba como un río, y entonces se ananchaba como un lago; todo
franqueado al filo del agua con manglares, tierra arriba salpicado de bellas y
fragantes acacias; en el fondo, las colinas, se levantan gradualmente hasta
desvanecerse en el azul distante de la Sierra Madre. Las garzas blancas, y
otros miembros de la familia, junto con otras aves marinas, paradas en los lodosos
y poco profundos bancos, daban al cuadro un aspecto de reposo y dulzura nada
fácil de describir. Pasamos una pequeña villa de chozas donde viven los
leñadores y fabricantes de carbón, quienes proporcionan a Mazatlán esos
artículos para su consumo. A mediodía nos encontramos en canales más angostos,
rodeados por deprimentes pantanos con manglares. Grandes racimos de ostiones
crecían en las raíces del mangle. Ocasionalmente vimos, caminando en el agua
poco profunda o posado en una rama seca, al gran Wood ibis y al rosado Pico
de cuchara y en lo más oscuro sentada la garza cabeza amarilla. Así, fuimos
tranquilamente hasta un sombreado brazo del estero, más angosto que el resto; y
ahí las grandes ramas de los frondosos árboles, peculiares de estos bosques,
sobrearquean el agua, protegiéndonos de los rayos del sol.
¡Cuán refrescante y cuán silente es la naturaleza
aquí! Es mediodía en el trópico y todas las criaturas vivientes toman su
siesta. Ni un objeto se ve moverse, salvo las plantas flotando en el agua, que
viajan con la corriente. El ojo se esfuerza en penetrar en el bosque a ambos
lados, por el acechante jaguar o el ligero gato salvaje. A un gran caimán
echado en el lodoso banco, le dimos una carga de nuestra mejor arma, sólo para
verlo sumergirse en el agua pero poco lastimado. Pero nuestra arma junto con el
huir de los caimanes hizo mucho eco: los chirridos de las aves acuáticas, el
cacareo de las chachalacas, el "cap cap kiop" de la pequeña
garza verde, el ronco grito de la culebra come aves, y el monótono "cuac
cuac" de la garza nocturna.
Los hábitos de
la garza nocturna de cabeza amarilla (Nychterodius violaceus, Reich.)
son principalmente nocturnos. Se alimenta sobre todo de peces pequeños,
reptiles acuáticos y cangrejos. El plumaje del adulto es sobrio y elegante. La
elongación del plumaje escapular e interescapular forma una línea que va más
allá del fin de la cola. La amplia cresta y dos largas y angostas plumas
occipitales le dan un aire de peculiar elegancia. Los colores, por lo general,
del plumaje son azuloso y gris plomo. La capucha y el amplio parche de los
lados de la cabeza son blanco amarillentos; el resto de ésta es negro y las
largas plumas del occipucio son blancas.
La garza nocturna (Cancroma cochlearia, ‑)
también se encuentra aquí. Pareciera que la naturaleza juega extrañas rarezas
en sus obras de creación; por decir lo menos, no hay falta de variedad. Aquí
tenemos una ave toda parecida a la garza nocturna, en sus hábitos y apariencia
general, aunque diferente al tener un enorme y desproporcionado pico, muy
parecido a un bote quilla arriba. Por qué difiere tanto en este solo aspecto de
sus semejantes; es difícil hace conjeturas, pero sin duda algún sabio propósito
para facilitar la captura de las presas acuáticas. El pico, aunque de
apariencia larga y tosca, es ligero y comparativamente débil. La mandíbula
inferior no es sino un estrecho borde, y pegado a éste está una membrana que
forma la bolsa que es capaz de estirarse considerablemente, como la del
pelícano. Si es capaz de retener su alimento como lo hace el pelícano soy
incapaz de determinarlo, pero es posible que en esa bolsa cargue susbsistencias
para sus hijos.
La Garza pico de canoa se encuentra sólo en las
regiones más cálidas del trópico, habitando las orillas de ríos lentos, lagunas
y charcos lodosos, rodeados de bosques. Aquí ella encuentra abundancia de peces
pequeños, ranas y otros reptiles acuáticos, de los cuales subsiste. Como la
garza nocturna, caza sus presas de noche. Durante el día permanece quieta en
los palos en compañía de otros de su especie, y seleccionando del bosque los
más densos y altos puntos aislados, cerca de los bancos o estancadas lagunas.
Aquí a la babosa culebra le gusta revelarse entre las flotantes plantas
acuáticas, y los innumerables enjambres de mosquitos cuentan de la malaria que
acecha en estas oscuras soledades. Los colores generales de esta ave son gris
cenizo en la cresta, con espalda y flancos negrizos. El plumaje es suave y
mezclado. Las membranas de todas las plumas, excepto en alas y cola, están
extrañamente descompuestas.
Después de haber procurado varios especímenes en este
sombrío recoveco, pusimos los remos en movimiento hacia nuestro destino. A las
cinco en punto llegamos a la cabeza de este brazo del estero, al embarcadero
llamado Confite. Hay otro brazo que se extiende más hacia el sur, en el cual se
comenzó un canal para conectar el Río Mazatlán y otras cadenas de lagos,
extendiéndose paralelo a la costa casi doscientas millas al sur. La intención
de este canal era conectar los lagos y hacer toda esa distancia navegable para
vapores pequeños. Pero como todas las empresas en México, ésta fue abandonada.
En el
embarcadero tomamos posesión de un refugio abandonado, hecho de toscas vigas
apoyadas en postes, de donde colgamos las hamacas en la noche. Los ostiones
eran abundantes en este lugar. De hecho los brazos y raíces de los mangles
estaban cargados de ellos, aunque muy pequeños. No obstante, inducimos a un
nativo a que nos consiguiera unos del lecho del estero, lo cual él hizo
buceando; eran más grandes y de excelente sabor.
Mientras el doctor preparaba la cena, Rivington y yo,
con nuestras armas, dimos una caminata por la vecindad. Es una locación muy
bonita, poblada de árboles espinosos, tapizado de un exuberante pasto y cactus.
Hay unas cuantas chozas desparramadas aquí y allá que parecerían desocupadas de
so ser por algunas aves domésticas y ceñudos perros mestizos. Pero al
escudriñar adentro descubrimos, lo usual, una mujer arrodillada, no orando,
sino moliendo maíz en el metate haciendo el habitual pan de los mexicanos:
tortillas. Uno o dos nióes sin lavarse y dos hombres estirados, echados en el
piso fumando sus cigarritos; esos eran sus ocupantes. Eran demasiado holgazanes
o indiferentes para siquiera mirarnos. Qué hace esta gente aquí, no pude
saberlo porque no había signos de cultivo o mejora de ninguna clase. El lugar
está como lo hizo la naturaleza, con su belleza virginal.
Un tren de burros llegó de Baroni
cargado de bolsas de maíz que de este embarcadero son llevadas en canoas a
Mazatlán. Estas canoas son hecha del sólido tronco del cedro (Cedrela
Odorata) que logra un maravilloso crecimiento en esta región. En el que
llegamos medía casi 1.80 m. de diámetro. Para navegar son muy mal hechos y
pesados, y ante la falta de quilla no puede navegar contra el viento.
Pasamos una noche placentera en nuestras hamacas y
después de un buen desayuno de ostiones fritas partimos a una hora temprana. El
teniente Rivngton y yo nos adelantamos al tren de burros. La mañana
estaba perfectamente magnífica; como todas las mañanas en esta estación del año
en esta localidad. No vimos ni una habitación hasta llegar al Río Mazatlán, que
dicen que está a una legua del embarcadero. El río es un buen cauce de agua clara
y buena para beber, pero en esta estación del año es agua revuelta, poco
profunda. De hecho durante algunas de las estaciones de sequía desaparece
totalmente antes de llegar al mar, aunque en las montañas continúa siendo un
veloz riachuelo.
Como nuestros compañeros no aparecían, procedimos al
pequeño pueblo de Baroni2 ,
cerca de una milla arriba, y fuimos entretenidos por Doña Luci en el rancho del
señor Rodolph, un caballero inglés residente en Mazatlán. Las mujeres mexicanas
son excedidamente amables con los extranjeros, siempre otorgando la
hospitalidad de su casa, ya sea muy humilde.
Hacia el anochecer nuestra caravana se hizo visible,
presentando un largo tren de burros, porque habíamos asegurado los
servicios de un tren de maíz y uno, no acostumbrado a tales escenas, nos
parecía un buen trato por la risa que envolvía. Tal escena no había sido vista
en Baroni desde que el último pronunciamiento de los soldados devastó
esta parte. Nos visitaron muchos de los aldeanos, hombres y mujeres, entre los
que se encontraba el alcalde del lugar. Este hombre de valor, mestizo, nos
invitó a un fandango que se daría en su casa esa misma noche. Gratamente
aceptamos la invitación, particularmente cuando se daría en honor de nuestra
llegada.
Un fandango en el verdadero estilo mexicano es toda
una curiosidad. A las ocho en punto llegamos a la casa del alcalde. Encontramos
el lugar iluminado con velas de cebo atadas a los palos de grandes cepillos
fuera de la casa. Estaba barrido, limpio, y unas bancas ya estaban ocupadas por
una docena o más de chispeantes, ojinegras y apiñonadas señoritas, junto con
muchasa personas del sexo opuesto. En el centro del lugar había una gran
plancha, de 1.2 por 2.1 m. con estacas en cada lado que la elevaban del suelo, como
para darle amortiguamiento cuando bailaban. Esta placa fue tajada de un árbol
sólido, y una similar se encuentra en cada villa del país, exclusivamente
dedicada para este baile peculiar que llaman jarabe. Su honor, el alcalde, era
el violinista y músico principal asistido de una flauta y un clarinete. Pasó un
buen tiempo desde que la música comenzó para que alguien se aventurara a abrir
el baile. Después, sin embargo, un joven nativo brincó al cuadro haciendo todo
tipo de contorsiones, dando patadas y arrastrando los pies furiosamente con sus
"guaraches". Al final sacudía su pañuelo rojo y hacía señas a
una señorita. Modestamente ella camino hacia la plancha y enfrentó a su
compañero. Durante por lo menos una hora bailaron sin interrupción, sólo
ocasionalmente cambiando de lugar en la placa. Así, el fandango continuó toda
la noche con parejas alternando en la placa, diversificada, sin embargo, por un
ocasional cuarteto o contradanza. Pero nunca eran tan felices como cuando
bailando el jarabe en esa amortiguante plancha y teniendo tiempo para los
vívidos tonos del violín del alcalde. El jarabe es una danza que parece ser
peculiar al mexicano. Fue introducida por los primeros españoles y es, sin
duda, de antiguos orígenes moriscos. Es salvaje y grotesco, y al tener algo de
indígena, le queda admirablemente al gusto de esta gente
Nos fuimos como a las doce en punto, cuando estaba en
su mejor momento. El mezcal había estado dando vueltas con libertad, los
bailadores ganaban más confianza y la escena se puso excitante. El mezcal es
licor puro y con gran contenido de alcohol. Es destilado de la cabeza del
maguey, después de haber sido asado en el suelo. La planta, asada, es dulce y
de buen sabor. Entonces le es extraído el jugo, o material de sacarina, que es
tan espeso como la melaza, y pasa por el usual procedimiento de fermentación y
destilación. La planta crece silvestre en todasas partes del campo. A veces se
hacen plantíos de ella, pero no necesita cultivo ni cerca para protegerla; de
hecho se protege ella misma ya que cada hoja, con forma de lanza, está armada
en la punta y las orillas con filosas espinas. De las fibras de sus largas y
duras hojasa los mexicanos fabrican cuerdas y sacos. De la sabia del tallo
hacen otra bebida, sólo fermentada, llamada pulque; y entra de variasa formas
en la economía del mexicano. Le toma siete años para completar sus crecimiento
cuando florece y muere.
La casa de doña Lucy era pequeña, de sólo u cuarto,
construida de postes y palos, enjarrada con barro; el techo era de paja, lo
usual. Por esta casa no había cultivos a la vista, a menos que así llamemos a
unass cuantas plantasa de chile en lo alto de un andamio, a 1.8 metros de
altura, un jardín. Al menos eso fue todo el cultivo que vimos. Al no haber más
que un cuarto todos ocupamos el piso: la mujer en un lado, los hombres en el
otro, y los niños y perros desparramados promiscuamente.
Baroni es un pequeño casco con no más de veinte
jacales de lodo y techos de paja, desparramados aquí y allá. Los habitantes
parecen ser muy pobres, pero dichosos en su pobreza. Cultivan las tierras bajas
del río a pequeña escala, cosechando maíz, frijol, melones, etcétera. El suelo
es excedidamente rico y capaz de producir en grande. Inmensos árboles Ficus
nymphæifolia dan sombra a la casa del alcalde. Uno de estos árboles, a 1.8
m. del suelo, resultó medir veinticinco metros de circunferencia. Este tamaño,
sin embargo, no se prolonga hasta gran altura ya que su naturalezaz la lleva a
dar inmensas ramas a tres metros de la raíz.
El campo río arriba y río abajo es muy bello y
espesamente arbolado, y será, en lo futuro, la gran región granjera del valle
del Río Mazatlán. La mañana erea fresca y vigorizante. El cielo estaba
oscurecido por una espesaa niebla y el pasto mojado por un rocío pesado. Aves
de bello plumaje volaban en todas direcciones. Varias especies de loros
mantenían un constante parloteo, mientrass que grandes bandadas de guacamayas
gritaban sobre nuestras cabezas o se sentaban en parejas en las ramas de los
altos árboles, acariciándose de la manera más afectuosa.
Cuando llegamos a los lagos nuestras bolsas se
llenaron de especímenes. Pusimos nuestro campamento entre dos pequeños lagos.
Unos árboles nos dieron refugio de los rayos del sol y del rocío mojante de la
noche, y sus ramas horizontales nos proveyeron de un lugar conveniente para
mecernos en nuestras hamacas. Innumerables aves acuáticas pasaban en bandadas
de un lago a otro, directamente sobre nuestro campamento, proporcionándonos un
buen deporte cada mañana. el lago grande literalmente era un enjambre de aves
acuáticas de numerosas especies. Noté un gran número de varias especies de
nuestros patos del norte; entre los más abundantes estaban los de ala verde,
los de ala azul, widgeons, paleros, lomo de lona, cabeza roja, pico ancho, ojos
dorados, etcétera. Eran comunes el curlew, plover, stilt, avocets y snipe.
Todas éstas son migratorias, parten en la primavera a las regiones del norte y
las planicies centrales para reproducirse. Pero los más numerosos eran los
patos nativos de los trópicos: los pichichines o de patas largas (Dendrocygna
fulva y D. autumnalis, dos especies muy cercanas). Vimos también
unos cuantos patos silvestres muscovy, la misma especie de la cual los nuestros
han sido domesticado. Pocas personas saben que el pato muscovy, que se
encuentra prácticamente en cadea corral, originalmente fue llevado de
Sudamérica a Europa, y domesticado lo mismo que el pato silvestre. En estado
silvestre el pato muscovy es una especie bella. Su plumaje va de oscuro, verde
y violeta con un lustre metálico, excepto en las puntas de lass alas, que son
blancas. Estos patos, lo mismo que las especies de patas largas, se posan en
los árboles en cuyos huecos ponen sus huevos, como el bello pato pequeño de los
bosques de Estados Unidos. Son nativos de los trópicos y
su distribución geográfica se extiende del Golfo de California al Amazonas. A
menudo, ambas especies se encuentran domesticadas por los nativos, pero a menos
que se les recorte las alas, seguirán a los silvestres.
Este lago, que llamamos grande, como a una milla de
nuestro campamento era poco profundo y de varias millas de extensión. Caminamos
en él con facilidad, ocasionalmente despertando un lagarto o una tortuga; pero
éstos son viejos conocidos míos porque en Catahoula, el lugar donde nací,
abundan los lagartos y los peces aguja. Obtuve muchos interesantes especímenes
de aves, todos ellos transmitidos para su identificación al profesor Baird, del
Instituto Smithsoniano.
CONTINUARÁ
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