domingo, 29 de mayo de 2016

En lo Salvaje del México Occidental

Escrito por Andrew J. Grayson. Traducción de Antonio Lerma Garay
Pronto después de mi llegada a Mazatlán, de Durango, tuve el placer de conocer al Teniente Rivington del barco H. B. M. Clio, entonces en el puerto ‑naturalista amateur y, claro, de espíritu agradable‑ al señor Bead, artista americano; y al señor Schleiden, joven alemán nacido en la ciudad de México, pero educado en San Francisco. Aunque nos conocimos aquí, por vez primera, por la natural simpatía común por la naturaleza, nos atrajimos y nos hicimos buenos amigos ‑cada uno amante de la pistola y sus deportes, de las excursiones y de las aventuras en los bosques. Todos extranjeros de diferentes partes del mundo, pero hablando el mismo buen idioma: el viejo inglés. Fieles a nuestros instintos, planeamos y fijamos el día para nuestra expedición en el estero, yendo del punto sur del cuello de tierra donde está construido Mazatlán, hasta lo más lejos que pudiéramos. El estero corre casi paralelo al mar por muchas millas hacia el sur.
Después de dos días de preparativos encontramos que sería necesario obtener un permiso de la Aduana. Siempre se requiere un permiso para traer cualquier cosa o sacarla del puerto de Mazatlán, ya sea por mar o por tierra, aunque sea un pequeño paquete. Hay una Aduana para el interior, y una Aduana marítima; y justo en la boca del estero, por donde teníamos que pasar, está una garita para observar y revisar cada canoa que sube o baja. Asegurado el permiso después de tres horas de regatear, cada artículo fue anotado, o la intención era nombrarlo, en el pase, desde largos rollos de hamacas y cobijas hasta cafeteras y cucharas. Congratulándonos de que estábamos libres para partir, tomamos un buen desayuno y empezamos nuestro viaje por la playa hasta el estero, disfrutando del fresco aire de la mañana, complacidos por el encantador viaje que venía.


Cuando íbamos a partir un oficial de la garita, o casa de guardia, nos requirió llevar allá toda nuestro equipaje para examinarlo. Le dijimos que teníamos un permiso, pero todo el dulce lenguaje que el señor Schleiden pudo darle no nos libró. Así que fuimos obligados a desempacar e ir con bolsa y equipaje hacia el oficial. Los artículos fueron comparados con nuestro manifiesto, y ¡Oh Dios! ¡Él descubrió una cajita de galletas sin manifestar! Esto nos hacía objeto no sólo de una multa, sin de asegurar todo nuestro equipaje y confiscarlo. Llevábamos demasiado, decía él, para una mera cacería. Hicimos una junta y yo empecé a pensar que nuestra expedición había llegado a su fin. "¿Es posible" ‑decía el Teniente Rivington‑ "que bajo este así llamado Gobierno Liberal un grupo de caballeros no pueda ir de cacería sin un problema tan tonto"? Con entusiasmo, el eñor Schleiden contestó: "Déjenme esto a mí. Les garantizo que estaremos más allá de esta suave agua en menos de media hora." Después de unas pocas palabras en tono bajo, el señor Schleiden y el oficial desaparecieron detrás de la casa. Pronto regresaron y supimos, por la feliz sonrisa en el semblante de Schleiden, que todo estaba bien. Dejamos al lector que juzgue los términos por los que nos permitieron partir.
Subimos el estero con una suave y gentil brisa. A veces se angostaba como un río, y entonces se ananchaba como un lago; todo franqueado al filo del agua con manglares, tierra arriba salpicado de bellas y fragantes acacias; en el fondo, las colinas, se levantan gradualmente hasta desvanecerse en el azul distante de la Sierra Madre. Las garzas blancas, y otros miembros de la familia, junto con otras aves marinas, paradas en los lodosos y poco profundos bancos, daban al cuadro un aspecto de reposo y dulzura nada fácil de describir. Pasamos una pequeña villa de chozas donde viven los leñadores y fabricantes de carbón, quienes proporcionan a Mazatlán esos artículos para su consumo. A mediodía nos encontramos en canales más angostos, rodeados por deprimentes pantanos con manglares. Grandes racimos de ostiones crecían en las raíces del mangle. Ocasionalmente vimos, caminando en el agua poco profunda o posado en una rama seca, al gran Wood ibis y al rosado Pico de cuchara y en lo más oscuro sentada la garza cabeza amarilla. Así, fuimos tranquilamente hasta un sombreado brazo del estero, más angosto que el resto; y ahí las grandes ramas de los frondosos árboles, peculiares de estos bosques, sobrearquean el agua, protegiéndonos de los rayos del sol.
¡Cuán refrescante y cuán silente es la naturaleza aquí! Es mediodía en el trópico y todas las criaturas vivientes toman su siesta. Ni un objeto se ve moverse, salvo las plantas flotando en el agua, que viajan con la corriente. El ojo se esfuerza en penetrar en el bosque a ambos lados, por el acechante jaguar o el ligero gato salvaje. A un gran caimán echado en el lodoso banco, le dimos una carga de nuestra mejor arma, sólo para verlo sumergirse en el agua pero poco lastimado. Pero nuestra arma junto con el huir de los caimanes hizo mucho eco: los chirridos de las aves acuáticas, el cacareo de las chachalacas, el "cap cap kiop" de la pequeña garza verde, el ronco grito de la culebra come aves, y el monótono "cuac cuac" de la garza nocturna.
 Los hábitos de la garza nocturna de cabeza amarilla (Nychterodius violaceus, Reich.) son principalmente nocturnos. Se alimenta sobre todo de peces pequeños, reptiles acuáticos y cangrejos. El plumaje del adulto es sobrio y elegante. La elongación del plumaje escapular e interescapular forma una línea que va más allá del fin de la cola. La amplia cresta y dos largas y angostas plumas occipitales le dan un aire de peculiar elegancia. Los colores, por lo general, del plumaje son azuloso y gris plomo. La capucha y el amplio parche de los lados de la cabeza son blanco amarillentos; el resto de ésta es negro y las largas plumas del occipucio son blancas.


La garza nocturna (Cancroma cochlearia, ‑) también se encuentra aquí. Pareciera que la naturaleza juega extrañas rarezas en sus obras de creación; por decir lo menos, no hay falta de variedad. Aquí tenemos una ave toda parecida a la garza nocturna, en sus hábitos y apariencia general, aunque diferente al tener un enorme y desproporcionado pico, muy parecido a un bote quilla arriba. Por qué difiere tanto en este solo aspecto de sus semejantes; es difícil hace conjeturas, pero sin duda algún sabio propósito para facilitar la captura de las presas acuáticas. El pico, aunque de apariencia larga y tosca, es ligero y comparativamente débil. La mandíbula inferior no es sino un estrecho borde, y pegado a éste está una membrana que forma la bolsa que es capaz de estirarse considerablemente, como la del pelícano. Si es capaz de retener su alimento como lo hace el pelícano soy incapaz de determinarlo, pero es posible que en esa bolsa cargue susbsistencias para sus hijos.
La Garza pico de canoa se encuentra sólo en las regiones más cálidas del trópico, habitando las orillas de ríos lentos, lagunas y charcos lodosos, rodeados de bosques. Aquí ella encuentra abundancia de peces pequeños, ranas y otros reptiles acuáticos, de los cuales subsiste. Como la garza nocturna, caza sus presas de noche. Durante el día permanece quieta en los palos en compañía de otros de su especie, y seleccionando del bosque los más densos y altos puntos aislados, cerca de los bancos o estancadas lagunas. Aquí a la babosa culebra le gusta revelarse entre las flotantes plantas acuáticas, y los innumerables enjambres de mosquitos cuentan de la malaria que acecha en estas oscuras soledades. Los colores generales de esta ave son gris cenizo en la cresta, con espalda y flancos negrizos. El plumaje es suave y mezclado. Las membranas de todas las plumas, excepto en alas y cola, están extrañamente descompuestas.
Después de haber procurado varios especímenes en este sombrío recoveco, pusimos los remos en movimiento hacia nuestro destino. A las cinco en punto llegamos a la cabeza de este brazo del estero, al embarcadero llamado Confite. Hay otro brazo que se extiende más hacia el sur, en el cual se comenzó un canal para conectar el Río Mazatlán y otras cadenas de lagos, extendiéndose paralelo a la costa casi doscientas millas al sur. La intención de este canal era conectar los lagos y hacer toda esa distancia navegable para vapores pequeños. Pero como todas las empresas en México, ésta fue abandonada.
 En el embarcadero tomamos posesión de un refugio abandonado, hecho de toscas vigas apoyadas en postes, de donde colgamos las hamacas en la noche. Los ostiones eran abundantes en este lugar. De hecho los brazos y raíces de los mangles estaban cargados de ellos, aunque muy pequeños. No obstante, inducimos a un nativo a que nos consiguiera unos del lecho del estero, lo cual él hizo buceando; eran más grandes y de excelente sabor.
Mientras el doctor preparaba la cena, Rivington y yo, con nuestras armas, dimos una caminata por la vecindad. Es una locación muy bonita, poblada de árboles espinosos, tapizado de un exuberante pasto y cactus. Hay unas cuantas chozas desparramadas aquí y allá que parecerían desocupadas de so ser por algunas aves domésticas y ceñudos perros mestizos. Pero al escudriñar adentro descubrimos, lo usual, una mujer arrodillada, no orando, sino moliendo maíz en el metate haciendo el habitual pan de los mexicanos: tortillas. Uno o dos nióes sin lavarse y dos hombres estirados, echados en el piso fumando sus cigarritos; esos eran sus ocupantes. Eran demasiado holgazanes o indiferentes para siquiera mirarnos. Qué hace esta gente aquí, no pude saberlo porque no había signos de cultivo o mejora de ninguna clase. El lugar está como lo hizo la naturaleza, con su belleza virginal.


Un tren de burros llegó de Baroni cargado de bolsas de maíz que de este embarcadero son llevadas en canoas a Mazatlán. Estas canoas son hecha del sólido tronco del cedro (Cedrela Odorata) que logra un maravilloso crecimiento en esta región. En el que llegamos medía casi 1.80 m. de diámetro. Para navegar son muy mal hechos y pesados, y ante la falta de quilla no puede navegar contra el viento.
Pasamos una noche placentera en nuestras hamacas y después de un buen desayuno de ostiones fritas partimos a una hora temprana. El teniente Rivngton y yo nos adelantamos al tren de burros. La mañana estaba perfectamente magnífica; como todas las mañanas en esta estación del año en esta localidad. No vimos ni una habitación hasta llegar al Río Mazatlán, que dicen que está a una legua del embarcadero. El río es un buen cauce de agua clara y buena para beber, pero en esta estación del año es agua revuelta, poco profunda. De hecho durante algunas de las estaciones de sequía desaparece totalmente antes de llegar al mar, aunque en las montañas continúa siendo un veloz riachuelo.
Como nuestros compañeros no aparecían, procedimos al pequeño pueblo de Baroni2 , cerca de una milla arriba, y fuimos entretenidos por Doña Luci en el rancho del señor Rodolph, un caballero inglés residente en Mazatlán. Las mujeres mexicanas son excedidamente amables con los extranjeros, siempre otorgando la hospitalidad de su casa, ya sea muy humilde.
Hacia el anochecer nuestra caravana se hizo visible, presentando un largo tren de burros, porque habíamos asegurado los servicios de un tren de maíz y uno, no acostumbrado a tales escenas, nos parecía un buen trato por la risa que envolvía. Tal escena no había sido vista en Baroni desde que el último pronunciamiento de los soldados devastó esta parte. Nos visitaron muchos de los aldeanos, hombres y mujeres, entre los que se encontraba el alcalde del lugar. Este hombre de valor, mestizo, nos invitó a un fandango que se daría en su casa esa misma noche. Gratamente aceptamos la invitación, particularmente cuando se daría en honor de nuestra llegada.


Un fandango en el verdadero estilo mexicano es toda una curiosidad. A las ocho en punto llegamos a la casa del alcalde. Encontramos el lugar iluminado con velas de cebo atadas a los palos de grandes cepillos fuera de la casa. Estaba barrido, limpio, y unas bancas ya estaban ocupadas por una docena o más de chispeantes, ojinegras y apiñonadas señoritas, junto con muchasa personas del sexo opuesto. En el centro del lugar había una gran plancha, de 1.2 por 2.1 m. con estacas en cada lado que la elevaban del suelo, como para darle amortiguamiento cuando bailaban. Esta placa fue tajada de un árbol sólido, y una similar se encuentra en cada villa del país, exclusivamente dedicada para este baile peculiar que llaman jarabe. Su honor, el alcalde, era el violinista y músico principal asistido de una flauta y un clarinete. Pasó un buen tiempo desde que la música comenzó para que alguien se aventurara a abrir el baile. Después, sin embargo, un joven nativo brincó al cuadro haciendo todo tipo de contorsiones, dando patadas y arrastrando los pies furiosamente con sus "guaraches". Al final sacudía su pañuelo rojo y hacía señas a una señorita. Modestamente ella camino hacia la plancha y enfrentó a su compañero. Durante por lo menos una hora bailaron sin interrupción, sólo ocasionalmente cambiando de lugar en la placa. Así, el fandango continuó toda la noche con parejas alternando en la placa, diversificada, sin embargo, por un ocasional cuarteto o contradanza. Pero nunca eran tan felices como cuando bailando el jarabe en esa amortiguante plancha y teniendo tiempo para los vívidos tonos del violín del alcalde. El jarabe es una danza que parece ser peculiar al mexicano. Fue introducida por los primeros españoles y es, sin duda, de antiguos orígenes moriscos. Es salvaje y grotesco, y al tener algo de indígena, le queda admirablemente al gusto de esta gente
Nos fuimos como a las doce en punto, cuando estaba en su mejor momento. El mezcal había estado dando vueltas con libertad, los bailadores ganaban más confianza y la escena se puso excitante. El mezcal es licor puro y con gran contenido de alcohol. Es destilado de la cabeza del maguey, después de haber sido asado en el suelo. La planta, asada, es dulce y de buen sabor. Entonces le es extraído el jugo, o material de sacarina, que es tan espeso como la melaza, y pasa por el usual procedimiento de fermentación y destilación. La planta crece silvestre en todasas partes del campo. A veces se hacen plantíos de ella, pero no necesita cultivo ni cerca para protegerla; de hecho se protege ella misma ya que cada hoja, con forma de lanza, está armada en la punta y las orillas con filosas espinas. De las fibras de sus largas y duras hojasa los mexicanos fabrican cuerdas y sacos. De la sabia del tallo hacen otra bebida, sólo fermentada, llamada pulque; y entra de variasa formas en la economía del mexicano. Le toma siete años para completar sus crecimiento cuando florece y muere.
La casa de doña Lucy era pequeña, de sólo u cuarto, construida de postes y palos, enjarrada con barro; el techo era de paja, lo usual. Por esta casa no había cultivos a la vista, a menos que así llamemos a unass cuantas plantasa de chile en lo alto de un andamio, a 1.8 metros de altura, un jardín. Al menos eso fue todo el cultivo que vimos. Al no haber más que un cuarto todos ocupamos el piso: la mujer en un lado, los hombres en el otro, y los niños y perros desparramados promiscuamente.
Baroni es un pequeño casco con no más de veinte jacales de lodo y techos de paja, desparramados aquí y allá. Los habitantes parecen ser muy pobres, pero dichosos en su pobreza. Cultivan las tierras bajas del río a pequeña escala, cosechando maíz, frijol, melones, etcétera. El suelo es excedidamente rico y capaz de producir en grande. Inmensos árboles Ficus nymphæifolia dan sombra a la casa del alcalde. Uno de estos árboles, a 1.8 m. del suelo, resultó medir veinticinco metros de circunferencia. Este tamaño, sin embargo, no se prolonga hasta gran altura ya que su naturalezaz la lleva a dar inmensas ramas a tres metros de la raíz.


El campo río arriba y río abajo es muy bello y espesamente arbolado, y será, en lo futuro, la gran región granjera del valle del Río Mazatlán. La mañana erea fresca y vigorizante. El cielo estaba oscurecido por una espesaa niebla y el pasto mojado por un rocío pesado. Aves de bello plumaje volaban en todas direcciones. Varias especies de loros mantenían un constante parloteo, mientrass que grandes bandadas de guacamayas gritaban sobre nuestras cabezas o se sentaban en parejas en las ramas de los altos árboles, acariciándose de la manera más afectuosa.
Cuando llegamos a los lagos nuestras bolsas se llenaron de especímenes. Pusimos nuestro campamento entre dos pequeños lagos. Unos árboles nos dieron refugio de los rayos del sol y del rocío mojante de la noche, y sus ramas horizontales nos proveyeron de un lugar conveniente para mecernos en nuestras hamacas. Innumerables aves acuáticas pasaban en bandadas de un lago a otro, directamente sobre nuestro campamento, proporcionándonos un buen deporte cada mañana. el lago grande literalmente era un enjambre de aves acuáticas de numerosas especies. Noté un gran número de varias especies de nuestros patos del norte; entre los más abundantes estaban los de ala verde, los de ala azul, widgeons, paleros, lomo de lona, cabeza roja, pico ancho, ojos dorados, etcétera. Eran comunes el curlew, plover, stilt, avocets y snipe. Todas éstas son migratorias, parten en la primavera a las regiones del norte y las planicies centrales para reproducirse. Pero los más numerosos eran los patos nativos de los trópicos: los pichichines o de patas largas (Dendrocygna fulva y D. autumnalis, dos especies muy cercanas). Vimos también unos cuantos patos silvestres muscovy, la misma especie de la cual los nuestros han sido domesticado. Pocas personas saben que el pato muscovy, que se encuentra prácticamente en cadea corral, originalmente fue llevado de Sudamérica a Europa, y domesticado lo mismo que el pato silvestre. En estado silvestre el pato muscovy es una especie bella. Su plumaje va de oscuro, verde y violeta con un lustre metálico, excepto en las puntas de lass alas, que son blancas. Estos patos, lo mismo que las especies de patas largas, se posan en los árboles en cuyos huecos ponen sus huevos, como el bello pato pequeño de los bosques de Estados Unidos. Son nativos de los trópicos y su distribución geográfica se extiende del Golfo de California al Amazonas. A menudo, ambas especies se encuentran domesticadas por los nativos, pero a menos que se les recorte las alas, seguirán a los silvestres.
Este lago, que llamamos grande, como a una milla de nuestro campamento era poco profundo y de varias millas de extensión. Caminamos en él con facilidad, ocasionalmente despertando un lagarto o una tortuga; pero éstos son viejos conocidos míos porque en Catahoula, el lugar donde nací, abundan los lagartos y los peces aguja. Obtuve muchos interesantes especímenes de aves, todos ellos transmitidos para su identificación al profesor Baird, del Instituto Smithsoniano.


CONTINUARÁ

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