La mañana del catorce de
julio de 1896 más de una docena de personas se encontraba tomando su
desayuno en el restaurante del Hotel
Marechal Niel de San Francisco, California. Entre ellos, sentado en la segunda
mesa, a la derecha de la entrada, se encontraba el general Carlos Ezeta. De
repente entró un hombre que sacó una pistola,
le apuntó con ella y le grito “Bandido, vengo a matarlo”, y después
intentó escupir la cara de Ezeta. “Canalla” le respondió Ezeta. “Villano. Vengo
a matarlo” le advirtió el otro. Los comensales estaban aterrados, quienes
pudieron cruzaron la puerta de inmediato.
Sin embargo, aquel joven aprendiz
de asesino cuyo nombre era Pedro Jiménez, no se atrevía a accionar su pistola.
El general lo supo al ver su pálida
figura y le gritó “baja esa pistola”. Jiménez titubeó y se puso aún más pálido.
“Te he ordenado que bajes es pistola” le gritó Ezeta, con lo que el otro se
encogió y guardó el arma en uno de sus bolsillos.
Jiménez se sabía dominado
por Ezeta, aún así se atrevió a insultarlo “Villano”. Al ver que el hombre
había renunciado a cometer el asesinato y al saber que era dominado por las
palabras y la presencia de Ezeta, al verlo guardar el arma, varios hombres se
abalanzaron sobre él y lo sujetaron. Pero Jiménez no cesaba de reclamar a Ezeta
“Villano, me tuviste en el ejército como soldado raso”. La policía ya había
sido avisada de este hecho y no tardó en llegar. Pero el joven duró pocos
minutos tras las rejas ya que fue puesto en libertad con una fianza de
cincuenta dólares. Indignado, poco después Ezeta presentó cargos contra el
frustrado asesino quien de nuevo fue puesto en prisión, pero de nuevo fue
puesto en libertad bajo fianza.
Varios años antes de esta
anécdota, en los años ochentas del siglo XIX, Carlos Ezeta había intentado
derrocar al presidente salvadoreño Rafael Saldívar, pero había fallado. Éste,
al enterarse, fue hasta donde se encontraba el golpista, le reclamó el hecho y
lo invitó a lavar su honra; le puso una pistola cargada para que se suicidara,
si lo hacía recibiría honores militares. Pero Ezeta no se suicidó y huyó hacia
Guatemala, en cuya capital conoció y se enamoró de una mujer de las mejores
familias del país: Josefa Marroquín. La familia de ésta no se opuso a la
relación y muy pronto contrajeron matrimonio, del cual nacieron cuatro hijos:
Carlota, Matilda, Emilio y Clarita.
Pero Ezeta y su esposa
viajaron a El Salvador y en 1889 lo
logró al derrocar a Francisco Menéndez. Fue así como se convirtió en presidente
provisional de su país. Luego ganó las elecciones para el período 1890-1894.
Pero días antes de concluir su mandato también él fue derrocado y, como
pudieron Josefa e hijos abordaron un barco que los llevó a Panamá, mientras que
él escapó en otro. Ahí abordaron el buque Acapulco que los llevó hasta San
Francisco donde ya les esperaba don Carlos. Ahí vivieron cómodamente en el
Hotel Galindo. Corrieron los rumores de
que don Carlos y doña Josefa habían salido de El Salvador con siete millones de
dólares, de aquellos millones de dólares. Tenía bastante dinero para gastar… y
a eso se dedicaron. ¨Poco después se aposentaron en París, Francia, después en
Nueva York, y finalmente regresaron al área de San Francisco. Ahí comenzaron a
criar a sus pequeños.
Pero... ¿Es posible gastarse
siete millones de dólares en unos cuantos años,
o, en realidad los Ezeta no habían salido de El Salvador con tanto
dinero como se especulaba? No se sabe,
nunca se sabrá. Pero los Ezeta habían dejado muchos bienes en El Salvador, y no
estaban dispuestos a olvidarlos. Se rumoraba que don Carlos tenía amistad con el presidente de
México don Porfirio Díaz Mori y que éste aun le protegía; se rumoraba que Ezeta
preparaba el regreso a su país desde México. El gobierno salvadoreño en turno,
al enterarse, envió a la Ciudad de México un ministro plenipotenciario para
conferenciar y llegar a un arreglo con Ezeta, éste no era otro que don Rafael
Saldívar, quien había intimado al
general para que se suicidara. El resultado de estas conferencias fue
que los Ezeta podían buscar la devolución de todos sus bienes que habían sido
confiscados, pero don Carlos no podía poner un pie en El Salvador, fue por ello
que doña Josefa Marroquín de Ezeta viajó de San Francisco al país centroamericano
para demandar la devolución de sus
bienes.
El día 5 de julio de 1901
los Ezeta compraron a Joahna Taylor una casa situada en la calle 14 de San
Francisco. Mientras las demandas seguían su curso, el matrimonio se preocupaba
por educar a sus hijos y hacerlos crecer como si fueran ciudadanos
estadounidenses.
En agosto de 1902 don Carlos
decidió visitar México y a bordo de un barco llegó a Mazatlán. Aquí vivió
varios meses en forma callada, casi desapercibida. Hasta que llegó diciembre, y
con este mes aparecieron las primeras manifestaciones de la peste bubónica. Y
aquí estaban don Carlos y doña Josefa, en aquel Mazatlán en el que nadie quería
estar debido a la peste.
En enero de 1903 sucedió lo
que ellos jamás hubieran imaginado: en una ciudad que le era ajena, en un país
que no era el suyo, sin un centavo en el bolsillo, sin un amigo, aquel poderosísimo general salvadoreño cayó
enfermo de peste bubónica.
El general Carlos Ezeta
había nacido en San Salvador el 14 de junio de 1852, y vino a Mazatlán para
morir víctima de la peste bubónica el día 21 de enero de 1903. Doña Josefa no
tuvo dinero para pagar el sepelio de su marido, por lo que el gobernador del
estado, Francisco Cañedo, pagó personalmente los gastos funerarios y dispuso
que sus restos descansaran en el panteón Ángela Peralta, donde aún permanecen
completamente desapercibidos.
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