jueves, 9 de junio de 2016

La Asonada Franconis


En el siglo XIX los pronunciamientos y las asonadas fueron una constante en la vida de México en lo general y la de Mazatlán en lo particular. En 1848, poco después de que las tropas estadounidenses desalojaran nuestra ciudad y puerto, el coronel Rafael Téllez encabezó una de esas asonadas. Por regla general el propósito de estos movimientos era apoderarse de los caudales de la Aduana Marítima e imponer “préstamos forzosos” a los dueños de las casas de comercio.
Pero cada vez que sucedía uno de estos movimientos, los mazatlecos quedaban indefensos y a la merced de estos grupos de hombres armados. Del 24 de enero y hasta el 18 de febrero de 1849, el coronel Juan Bautista Franconis encabezó una más de esas rebeliones con el fin permitir a un buque inglés, por lo menos, el contrabando de metales preciosos hacia Inglaterra. Las partes en conflicto eran una sección del ejército emplazado en el puerto, encabezado por Franconis; la Junta Municipal de Mazatlán, presidida por Miguel Lires, y de su lado el capitán de puerto Ramón Trillo y otras autoridades.
Esta es la historia:
El 25 de enero de 1849 la Junta Municipal recibió un aviso de los agentes de policía en el sentido de que el Comandante General del Departamento, Ignacio Inclán, en contra de su voluntad había sido subido al barco llamado Mazatleca o La Bruja. Fue por ello que la junta se declaró en sesión permanente. A las seis de la mañana los únicos dos integrantes de la Junta que se encontraban en ese momento, Juan Nepomuceno Vasavilbazo y Miguel Torres, ordenaron al alcalde primero conciliador procediera a aprehender a don Francisco Lerdo de Tejada, quien debía ser puesto a disposición de ellos sin dilación alguna y sin permitirle hablar con nadie. También se ordenó el arresto de don José María Yribarren. Una hora después, ordenaron al capitán de puerto procediera a detener dicho navío así como a sus tripulantes además de prohibir la salida del puerto a cualquier otra nave. Para entonces Juan Pablo Anaya, quien era el presidente de la junta ya se había unido a ésta.
Sin pérdida de tiempo Ignacio Herrera se presentó en la casa de Lerdo de Tejada y procedió a aprehenderlo y lo mismo sucedió con Yribarren, quienes quedaron a disposición de la junta en la sala capitular.
Sin embargo, ese mismo día el coronel Juan Bautista Franconis hizo saber a la junta municipal que él se hacía cargo del mando de la plaza, ya que éste no podía quedar acéfalo. Así mismo les informó que ordenaba la detención del don Juan Pablo Anaya por considerarlo partícipe del atentado. Al recibir este oficio, el presidente de la junta alegó a Franconis que carecía de facultades para erigirse como comandante de la plaza y le hizo saber que ello le correspondía al general Manuel Carrillo Negrete quien se encontraba en la casa capitular acompañando a la junta. Anaya le advirtió a Franconis: “ni yo ni nadie puede considerar a usted autoridad legítima para representar la ausencia del señor Comandante quien es propietario. Si usted continúa desacatando las leyes sépase que ejerce un mando usurpador y revolucionario.”
El día el capitán del puerto ordenó la detención del bergantín Republicano con el propósito de armarlo y salir en persecución de la goleta La Bruja. Pero antes ya habían armado dos lanchas que habían salido a la búsqueda de la goleta. Inclusive la junta municipal, sabiendo que el buque de guerra inglés Calypso se encontraba en el puerto, envió una nota al Cónsul de Inglaterra en el puerto solicitándole que el capitán del navío enviara una de sus lanchas en persecución de la goleta en auxilio de una nación amiga.
En el transcurso del día corrieron dos versiones sobre lo que había sucedido al comandante Ignacio Ynclán. La primera era que al ir a revisar la goleta en mención, en compañía de varios oficiales, tanto éstos como la tripulación del barco lo habían forzado a permanecer en el navío el cual había zarpado llevándoselo. La segunda versión establecía que hacia medianoche de tres a cuatro hombres armados lo habían sacado de su casa, afuera los esperaba una veintena de hombres al mando del oficial Agustín García, y lo habían subido a fuerzas a dicho navío. García era procesado por la justicia militar por haber sido cómplice de otra asonada sucedida en el puerto el 18 de julio de 1848. También ese día procedió a la detención del patrón del barco, de nombre Sabino quien al ser interrogado declaró que dos oficiales fueron los que ordenaron la salida de la goleta con el Ynclán a bordo y sin la documentación requerida.
De las indagatorias realizadas por la junta para el día veintiséis se supo que el teniente de la armada Rafael López, el coronel A Ramos y Lerga eran los principales involucrados. Por su parte Juan Bautista Franconis publicó un manifiesto a los habitantes de este puerto por el que les daba a conocer los principales detalles de este embrollo y haciéndoles saber que había dado vista de esto al gobierno supremo de la nación. Por su parte Ramón Trillo informó a la junta que el patrón de un bote recién llegado de Teacapán le informaba que en Chametla se encontraban un buque y una lancha.
El día veintisiete entró al quite el juez Fiscal del Primer Batallón de Artillería, un personaje que cuatro años después habría de jugar un papel primordial en la Historia de Mazatlán y de Sinaloa, don Pedro Valdés, quien escribió así a la Junta Municipal: “Hallándome con orden de formar una veriguación sumaria sobre el escandaloso atentado que se cometió en la persona del Sr Comandante General Don Ygnacio Ynclán la noche de el día 24 del corriente. He de merecer a VS se sirva remitirme los cargos que resulten contra el segundo teniente de marina Don Rafael López que se halla preso en este cuartel por disposición de esa respetable junta municipal. Dios y Libertad. Mazatlán. Enero 27 de 1849. Pedro Valdés. Y ese mismo día abrió la averiguación sumaria por la que al día siguiente pidió a la junta dos peritos en grafoscopía, recayendo el cargo en el preceptor de las primeras letras, Vicente Pelaez y en Santiago Calderón. Y ese mismo día el mayor de la plaza, Ignacio Monteagudo, intentó arrestar al general Juan Pablo Anaya pero éste no salió de la casa capitular donde se encontraba, por lo que ambos se hicieron de palabras e insultos.
Eran las once horas del día veintiocho cuando un piquete de soldados se presentó en la casa del general Anaya, y por órdenes de Franconis lo sacaron de ahí, lo subieron a un barco para trasladarlo a San Blas, donde quedaría bajo el resguardo del Cuartel general del Estado de Jalisco.
El día veintiocho la noticia de esta asonada llegó al gobernador del estado, Pomposo Verdugo, quien se puso de parte de la Junta Municipal y de inmediato dispuso enviar doscientos cincuenta soldados para preservar el orden. Así mismo dispuso: “para que la distancia a que se encuentra es corporación de este gobierno no perjudique la presteza de las operaciones necesarias, se delegan en la Junta todas las facultades que este gobierno posee con arreglo al art 82 de la constitución, en los casos como el presente de conmoción interior.” En la misma fecha el gobernador al capitán José Inda, del Presidio de Mazatlán, auxiliase a la Junta en cuanto ésta se lo solicitara. El día treinta Pomposo Verdugo dispuso que los militares implicados fueran enviados a Culiacán, donde quedarían presos en espera de su juicio.
Al día siguiente, continuaba la agitación. Pomposo Verdugo desistió de enviar los doscientos cincuenta hombres, ya que Franconis le había asegurado mediante oficio que la situación ya estaba controlada por él. De igual forma, regresó al puerto la lancha que había salido en persecución de la goleta Mazatlán, y se informó a la Junta que no había sido posible siquiera tener a la vista dicha embarcación, pero que un piquete de soldados al mando del teniente coronel Genaro Noris había quedado en San Blas para continuar la búsqueda. Al conocer esto la Junta giró oficios a los alcaldes de Siqueros y La Noria para que juntasen noventa hombres armados que quedarían bajo las órdenes de la misma en El Venadillo; otra orden que giró fue al administrador de la aduana terrestre ordenándole pusiera a su disposición todos los caudales que tuviese; además envió oficio a la Junta de Rosario alistara a la Guardia Nacional, la enviara a Mazatlán y la pusiera a sus órdenes.
El primero de febrero Franconis se dirigió a la junta cuestionándole estos procedimientos. Y ésta, el día tres, escribió a don Francisco de la Vega haciéndole ver el error al que había sido inducido el gobernador Verdugo. Sin embargo, al día siguiente éste le contestó que las fuerzas prometidas ni siquiera habían podido ser reunidas debido a problemas económicos y que mucho menos habían salido rumbo al puerto.
El cinco de febrero la Junta Municipal envió una nota al gobernador: “Esta corporación, compuesta de personas que obran por sus propias convicciones, y que pruebas ha dado de su celo actividad y energías para impedir el acontecimiento de los desórdenes perpetrados por la inícua y abominable clase militar ligada con especuladores mercantiles, ha visto con el más profundo sentimiento el paso retrogrado del supremo gobierno del estado, que dejándose sorprender ya por el oficial Carranza y por las comunicaciones que condujo del coronel J B Franconis no sólo ha revocado V E aquella justa y acertada providencia del 28 de pasado sino que a pesar de la distancia de 85 leguas en que se halla la capital del estado del punto donde amenaza el facineroso soldado, no sólo ha sufrido V E la grande equivocación de reconocer por Comandante General Accidental al autor quizá de la más criminal de las asonadas; sino que sí E, el coronel Franconis, el coronel Ramos, , don Cecilio Venega, el sr Monteagudo, y con pocas excepciones, la mayor parte de la oficialidad, de acuerdo con don Francisco Lerdo de Tejada, don José María Yribarren, el francés don Luis Vaal y uno o más almacenistas fueron los promovedores y autores de la asonada…”
La mañana del día siete la goleta Mazatlán se hizo presente en el puerto, y la Junta en cuanto se enteró ordenó a Pedro Pelaez, del piquete de seguridad pública, procediera a detenerla así como a toda su tripulación. Horas más tarde, cuando este oficial fue hacia la goleta un nutrido grupo de mazatlecos, entre ellos los empleados de la aduana marítima, presenciaba los hechos. El juez de letras también fue a bordo aunque éste para integrar el expediente que se seguía con motivo de la desaparición del comandante general Ynclán. Muy pronto los soldados comenzaron a intimidar a todos. A las tres de la tarde Franconis se hizo presente y protestó contra esta medida, pero para esas horas la tripulación del buque había sido declarada presa por don Pedro Pelaez. Ante esto Monteagudo y treinta hombres fueron hacia la goleta y para pedirle a Pelaez detuviera su actuación, éste se negó por lo que Monteagudo y varios de sus hombres le apuntaron con sus armas, lo obligaron a bajar del barco y lo conminó a abandonar Mazatlán. A las ocho de la noche el juez de letras rindió su informe a la junta, él también había sido forzado a suspender su indagatoria.
Debido a esto y a las amenazas de Franconis en contra de los miembros de la Junta Municipal, los miembros de ésta se vieron obligados a salir del puerto, pero declararon a los habitantes que se establecerían en El Venadillo, lugar desde donde ejercerían sus funciones. 
Y si las fuerzas que había prometido el gobernador Verdugo no llegaban, enterados los lugareños de La Noria y Siqueros que la junta solicitaba su auxilio, se dieron a la fuga. Ante esto la junta decidió imponerles una multa de quince a cincuenta pesos, según las posibilidades económicas de cada quien.
Por fin el trece de febrero el gobernador Pomposo Verdugo dispuso que doscientos sesenta hombres, al mando del coronel Francisco de la Vega, salieran de Culiacán rumbo al puerto, para restablecer el orden. Además las fuerzas de José Ynda, con sesenta hombres, se aprestaban ya para entrar en acción, y para ello la junta municipal había dispuesto avituallarlas.
El día catorce Franconis ordenó a los miembros de la junta detuviesen el avance de los hombres que venían de Culiacán ya que, aducía, había recibido órdenes de trasladasr sus fuerzas a la ciudad de Concordia, dejando en el puerto sólo un piquete encargado de hacer los saludos de cañón a los buques extranjeros que llegaban. Pero esa misma noche Franconis y sus hombres armaron la goleta Mazatlán y fueron rumbo al estero.
Tal como se le había ordenado, al mando de un capitán de apellido Marentes, las fuerzas de Franconis abandonaron Mazatlán y se dirigieron a Concordia. Además Francisco de la Vega y sus hombres, al acercarse al puerto, se les ordenó permanecer a dos leguas de éste, en el rancho San Rafael, previniendo un encuentro de armas entre ambos bandos. 
Franconis, Monteagudo y los demás principales cabecillas de la asonada sabían que la justicia los juzgaría, por lo que, auxiliados por el comerciante Fernando de la Torre abordaron un buque inglés y se fueron rumbo a la Alta California.


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