sábado, 28 de mayo de 2016

El Huracán de 1881

Imagen del Huracán Olivia. 1975. Cortesía de Wikipedia

En diciembre del año mil ochocientos ochenta, en Mazatlán las lluvias habían sido tan fuertes y  continuas que habían causado el hundimiento dentro de la rada del buque alemán Teutonic. Y el año siguiente, mil ochocientos ochenta y uno, no fue precisamente uno de los mejores en la Historia de Mazatlán; una epidemia de viruela causó estragos, la explosión del polvorín trajo muerte y destrucción,  la temporada de lluvia fue severa como nunca antes, durante semanas se dejó sentir.   Y entonces vino el 29 de septiembre.

La mañana de ese día estaba sofocada, el viento estaba inmóvil por completo. El buque estadounidense Therese, proveniente de San Francisco, y el alemán Carolina, que había llegado de Burdeos cargado de vino y abarrotes, se hallaban anclados en el puerto descargando mercaderías. El vapor Zaragoza y la goleta Santiago, mexicanos, se hallaban también en las aguas mazatlecas. En el astillero se encontraba fondeado el Joven  Rosario, frente a éste un pequeño barco propiedad de Adolfo O’Ryan. También estaba el Sonora cargando carbón. Unas treinta millas al norte, frente al pueblo Culebras, navegaba el barco Antonio que transportaba madera.

Aproximadamente a las diez treinta de la mañana se comenzaron a sentir los vientos provenientes del sureste.  A las once y media las ráfagas de viento alcanzaban una velocidad de 106 kilómetros por hora. A las dos y media de la tarde el viento alcanzó los ciento sesenta kilómetros por hora. Los estadounidenses residentes en el puerto no podían creer lo que veían y oían: la fuerte lluvia no cesaba, árboles de los más grandes eran arrancados de sus raíces por el viento para  ser llevados como si se tratara de hojas de papel. El horripilante aullido del viento acrecentaba su terror. Creían que se trataba del Día del Juicio Final.

Hacia las dos de la tarde el Therese y el Carolina se encontraban a la deriva,  muy pronto éste encalló en las rocas de la Isla del Crestón, y en pocas horas quedó destruido por completo. Pero el capitán del navío estadounidense mostró mayor destreza y pudo introducir el barco a la Bahía del Fondeadero, justo frente al edificio de la aduana donde quedó mejor resguardado de los fuertes vientos. Otro barco, el Estado de Sonora, también se alejó un poco y fue a refugiarse en las cercanías de las tres islas. Pero el Zaragoza no corrió  con mejor suerte y tras derribar el enclenque muelle fue a encallar justo frente al edificio aduanal, y si al quedar varado no sufrió mucho daño, vino el Santiago que al ser arrastrado por las aguas chocó contra aquél causándose a ambos daños considerables. El Antonio no tuvo mejor suerte y se hundió justo frente al poblado La Culebra.

No en vano el puerto de Mazatlán era temido por los marineros en esta época del año, y si bien  no se reportaron víctimas mortales por estos casos. En tierra todo fue diferente. 
Ya había caído el sol cuando el viento huracanado dejó de sentirse en Mazatlán, pero no las lluvias, que no habían cesado desde los primeros minutos de que comenzara el meteoro. Esa noche todas las calles de la ciudad se encontraban bajo el agua caída del cielo o venida del mar . Muchas de las casas que habían quedado dañadas por la explosión del polvorín no resistieron los fuertes vientos y se vinieron abajo.  El Hotel Iturbide y la tienda de Tellería y Compañía tuvieron que ser apuntalados para prevenir que colapsaran. 


Pero eso fue sólo en Mazatlán, en Villa Unión el Río Presidio se  desbordó e inundo esta población. Esa noche de terror muchos de sus habitantes corrían hacia  terrenos más elevados escapando de las violentas aguas del río. Más al sur,  también Rosario quedó  bajo las aguas. Se calcula que al menos cien  personas perecieron víctimas de este huracán en Villa Unión, Rosario, El Quelite, Matatán y Siqueros. Sin embargo, otro reporte periodístico aseguraba que habían muerto al menos quinientas personas.

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