jueves, 26 de mayo de 2016

In Memóriam de Elías Miranda Estrada

Diciembre de 2014. Ayer sábado apenas abrí mi dirección de correos electrónicos noté uno que me había enviado mi amigo  de toda la vida Enrique. El encabezado decía “El lunes murió tu maestro Elías”. De inmediato pensé en asistir a su velorio, honrarle con una breve guardia, y por la tarde llamé a Enrique para investigar dónde estaba siendo velado mi maestro de literatura. Mi mente estaba  confusa, creí que era lunes y que Elías había fallecido apenas hacía unas horas; el trabajo al que me sometí en las últimas tres semanas no me dejaba espacio para saber si el día que vivía era martes, sábado o viernes.

- Él murió el lunes -me dijo.

- ¿Hace una semana? - le pregunté preocupado.

- No, el lunes, hoy es sábado –me aclaró. De inmediato saqué cuentas y descubrí el error en que me encontraba. En efecto, era el día sábado veinte de diciembre. Mi primer sentimiento fue de pesar por no haberme enterado a tiempo de su deceso, por no haber  podido asistir a sus exequias.

Conocí a Elías Miranda Estrada  por allá del año mil novecientos setenta y siete  cuando nos impartió clases de literatura tanto en ese ciclo como en el siguiente en la Preparatoria Mazatlán de la Universidad Autónoma de Sinaloa. Sin  embargo, desde 1981 él y yo conservamos una relación de mutuo respeto, mejor, mucho mejor que eso,  teníamos una fina amistad. En realidad ésta nació cuando en dicho año el gobierno de Antonio Toledo Corro pretendió cercenar las preparatorias a la universidad. En defensa de la autonomía universitaria marchaban los universitarios sinaloenses por el Eje Central de la Ciudad de México y yo me uní a ellos también protestando, alzando la voz  a favor de mi universidad. Ahí vi a Elías, quien me reconoció como uno de sus miles de ex alumnos, me acerqué a él y comenzamos a platicar. Mientras avanzábamos sobre la avenida hablábamos sobre el movimiento, sobre las pretensiones del gobernador,  sobre Mazatlán, sobre literatura, y muchas cosas más.

Fue él un excelente maestro quien parecía aborrecer los libros de texto de literatura. No le bastaban uno, dos, tres o cuatro de éstos.  Había que ir al autor en sí, a su obra, a su novela o sus cuentos, a su poesía, a sus ensayos, a sus memorias. Que si Franz Kafka escribió La Metamorfosis y el libro del curso  nos daba un resumen de éste carecía de significado para él. Teníamos que leer esta obra,  comprenderla, analizarla ¿había algo qué aprender de ella, nos dejaría alguna enseñanza? Al final ¿valía la pena haberla leído? Parecía conocer, y no lo dudo que así haya sido,  toda la literatura: mexicana, latinoamericana, estadounidense, europea, universal… la sinaloense y aun la mazatleca en lo particular.

Cuando cursábamos el segundo grado de preparatoria nos hizo saber que para él James Joyce, William Faulkner, Thomas Mann, Franz Kafka y Ernest Hemingway eran de lo mejor que había en la literatura mundial moderna. Por supuesto que estos autores merecieron un tratamiento aparte. De la literatura rusa nos enseñó, nos invitó a leer no sólo a Dostoievski, Gorki, Sholojov o Tolstoi, descubran a también a Lermontov.

Suavizaba aún más su voz al exclamar su expresión irónica favorita: ¡Hayaaa!  Inolvidable. Pero también era  su reconocimiento personal a un logro obtenido.

 En una ocasión en que estábamos en clase por alguna razón no había una sola de las alumnas, sólo hombres le escuchábamos. Entonces alguno de los muchachos le preguntó que cuánto leía al día.

- Yo leo de tres a cuatro horas al día, a diario. Desde hace muchos años, desde que era un chavo. Para mí leer es tan necesario como para ustedes hacerse la puñeta.

Justo en ese momento entró la primera de las compañeras quien, por la expresión de su rostro, supusimos que sí había alcanzado a escuchar esta última frase. Pero detrás de ella venían todas las demás. Algunos de los compañeros les pidieron se retiraran, ellas así lo hicieron. Pero esa comparación que él había hecho entre eyacular con auxilio de una mano y el éxtasis que él alcanzaba gracias a la literatura ya había terminado.

Cuando joven había estudiado en un seminario para convertirse en sacerdote, pero renunció a ello. Me confesó que no necesitaba de asistir a una iglesia para acercarse a Dios. Aún así defendía  la iglesia católica con vehemencia. Hace unos tres años me dijo que tenía ganas de leer uno de mis libros. Yo tenía ya sólo el ejemplar mío del Mazatlán Decimonónico, le dije que se lo regalaría. Él no lo permitió y me lo pagó en el acto. El cinco de mayo de este año  fui invitado al festival cultural del Sistema de Colegios Valladolid, al asistir descubrí que su nombre, Elías Miranda Estrada, había sido impuesto a un premio literario de esta casa de estudios. Yo tenía tres días de haber llegado de La Paz y pensé que ya había fallecido mi viejo maestro, de ahí el que reconocimiento llevara su nombre. Sin embargo, de repente lo vi sentado en una de las sillas y me acerqué a él para saludarlo y conversar.   Lo felicité por ese reconocimiento, pero no pude evitar preguntarle:

- Elías, qué sientes de que una escuela de burgueses te brinde este reconocimiento.

- Pues ya ves –me dijo algo contrariado– así es la vida.


Elías Miranda el día que recibió el reconocimiento 
(Fotografía cortesía de Flor Villanueva)

No me fue difícil descubrir que estaba algo incómodo. No era él hombre que buscara ese tipo de reconocimientos; al contrario. Caminamos por el amplio vestíbulo de la escuela y fuimos hacia donde vendían libros.

- Toma uno –me dijo– yo te lo voy a regalar. Le dije que no era necesario. Aún así me regaló un libro de cuentos de una escritora guanajuatense cuya lectura disfruté tal como él me lo había advertido. La ceremonia de premiación estaba a punto de comenzar, la ganadora del premio era la maestra María Muñiz. Incómodo como lucía él me pidió que lo acompañara hasta el templete, le respondí que no, que esa noche él era la estrella. Sinceramente aún después de muerto él se merece mucho más que ese reconocimiento que se le brindaba esa tarde-noche.
Lo miré a metros de distancia yo sabía que más que incómodo él estaba algo nervioso. Su discurso de agradecimiento fue breve, brevísimo. Todos sabemos hacia donde nos lleva la edad, por lo cual cuando terminó la ceremonia pedí a Flor Villanueva  me tomara una fotografía con él. Jamás volví a verlo a pesar de que lo busqué en un par de ocasiones.

Descansa en paz  amigo Elías.


4 comentarios:

  1. Conocí a Elías en 1972. Desde siempre le fijé un parecido con Woody Allen, por su físico.
    Fernando Higuera.....

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  2. Gracias por sus palabras hasta el día de hoy encontré este pequeño escrito el fue importante para muchas personas pero para mi fue el mejor padre que pide haber tenido y hoy le agradezco.

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  3. El viejo usaba traernos dulces de Mazatlán cuándo venía a visitar a su mamá, mi abuela. Que descanse en paz el Tío Elías 🙏📿

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