Sin
lugar a dudas una de las principales actividades económicas de Mazatlán es la
del turismo, la que envuelve a aquellos viajeros nacionales y extranjeros que
visitan principalmente nuestras playas en busca de esparcimiento. Pero,
qué es el turismo. Si bien es cierto que en su diccionario la Real
Academia Española nos dice que es laactividad o hecho de viajar por placer la
doctrina amplía ese concepto. Por ejemplo, en su Diccionario de Viajes
y Terminología del Turismo, Allan Beaver lo define como el “movimiento
de gente, temporal y de corto plazo, a destinos fuera de los lugares donde
normalmente residen o trabajan, así como las actividades que
realizan en esos destinos.” Es decir, el motivo del desplazamiento, de ese
viaje, no únicamente puede ser por placer, sino también por otros propósitos
como el religioso, cultural, científico, ecológico, etcétera.
Pero en primer término debemos
dejar en claro cuándo es que nuestra ciudad y puerto comienzan a tener interés
para los viajeros, para los turistas. Y para ello es menester dejar en claro
qué era Mazatlán durante la primera mitad del siglo diecinueve. El año mil
ochocientos veinticinco José de Caballero dibujó un mapa de Mazatlán, en él se
ve que el poblado se componía únicamente de trece construcciones al
noreste del Cerro del Vigía, más la casa del comandante, dos construcciones, ubicada
en el extremo sur de Olas Altas, aproximadamente donde hoy día se encuentra el
hotel Freeman; eso era Mazatlán para el año 1825. El
tres de febrero del año mil ochocientos veintiocho ancló en las aguas
mazatlecas la balandra inglesa Blossom, cuyo capitán era William
Frederick Beechey, para permanecer aquí durante cinco días. Él realizó otro
plano de nuestra ciudad, en el cual se aprecia el bajo número de construcciones
qua había en ella. Años después, el estadounidense Henry Wise se refiere a esta
ciudad de la siguiente forma “En el año 1830 Mazatlán era una
miserable villa de indios pescadores”
Pero esa situación, ese estado sufriría toda una
transformación en unos cuantos años. El día doce de diciembre de mil
ochocientos treinta y siete el capitán francés Abel Aubert du Petit Thouars
ancló su fragata Vénus en las cercanías de la isla de Venados. Al día
siguiente los marineros franceses bajaron a tierra, pero el poblado ya no era
el mismo que en 1830, además de que su número de habitantes había crecido sustancialmente. Du Petit-Thouars quedó
admirado al notar el crecimiento y la prosperidad del puerto, y se refiere al
respecto: “En menos de ocho años Mazatlán, triste pueblo, compuesto apenas de unas chozas miserables y un
pequeño número de habitantes que no se ocupaban sino de la pesca, se ha
convertido en una villa de comercio muy frecuentada y ya muy importante”. Fue la minería del sur de Sinaloa la que principalmente
dio a Mazatlán el impulso para hacer que aquel caserío de indios pescadores se
convirtiera en una villa de varios miles de habitantes. Pero otro factor clave
para el florecimiento de esta ciudad fue su geografía: el contar con un puerto en el Océano Pacífico, a la entrada del
Golfo de California. San Blas, kilómetros al sur no pudo competir con la
vigorosa actividad comercial que ya tenía lugar en el joven puerto sinaloense;
mientras que Guaymas, Sonora, resultaba bastante alejado de esta zona comercial,
y La Paz, en la Baja California, además de ser un puerto lejano estaba
prácticamente aislado del resto del territorio nacional.
El
transporte, el hospedaje y la alimentación son parte de la industria
turística así como la guía del turista. Y, por increíble que parezca, los
primeros tres de estos elementos comenzaron a funcionar en nuestra ciudad ya a
mediados del siglo diecinueve. Se tienen noticias de que el primer lugar en Mazatlán que sirvió como
mesón ya operaba en febrero de mil ochocientos cuarenta y seis. Esta
figura, la casa de hospedaje, al parecer no era conocido en esta ciudad y fue
así como una familia judía, originaria de Alemania, utilizó su
propia casa para alojar a viajeros y aun locales. En dicho mes y
año el citado teniente estadounidense visitó aquellas
instalaciones, y describe su experiencia de la
siguiente manera: “El teniente le preguntó al
pordiosero si existía algún lugar donde éste pudiese pasar la noche, obteniendo
por respuesta que existía un local donde se hospedaba siempre que
podía. El encobijado guió al marinero hasta una casa de hospedaje. Los dos
hombres llegaron a un caserón, cruzaron al portal y se encontraron
en un atrio cuadrado rodeado de hileras de cuartuchos, que más parecían
pesebres, mismos que eran rentados a residentes permanentes del puerto o a
visitantes temporales. En uno de los cuartos vivían el encargado, su esposa e
hijo; judíos provenientes de Alemania. William Maxwell Wood explicó
a aquéllos el motivo de su visita y se comprometió a
pagar por el pobre diablo techo y sustento.”
El mismo Henry Wise señala que durante la invasión estadounidense, él
recibía alimentos del Hotel Francés. No obstante,
no se trataba sino de una fonda o de un mesón, no de un hotel como actualmente
los conocemos.
Un evento que causó el paso de miles viajeros
estadounidenses por Mazatlán y que, por ende, impulsó la industria del turismo
en esta ciudad fue la Fiebre del Oro de California. Hacia el año mil
ochocientos cuarenta y nueve y siguientes fue constante la llegada de
estadounidenses habitantes de la costa este. Éstos viajaban a puertos mexicanos
en el Golfo de México, principalmente Veracruz y Tampico, y de ahí cabalgaban
hasta Mazatlán donde se embarcaban rumbo a San Francisco, California, para
convertirse en gambusinos. En esta ciudad sinaloense los cansados viajeros
encontraban alojamiento para ellos y sus caballos, así como alimentos, en tanto
conseguían pasaje al puerto californiano. Sin embargo, los mesones carecían de
servicio de comida, y los viajeros se veían obligados a procurar sus alimentos
en otros establecimientos.
Precisamente en
ese año el gambusino Tomas B. Eastland llegó a Mazatlán y señala “como
todos los otros pueblos mexicanos, este no tiene hotel, el viajero se detiene
en lo que se llama maisone (mesón), donde uno alquila un cuarto
‘desnudo’ por un precio al día, procurándose su propia comida de la mejor
manera posible”. Estas mismas condiciones del mesón son
corroboradas por otro buscador de oro, Geo S. McKnight, quien el primero de
agosto del mismo año llegó al puerto y asevera “llegamos a
Mazatlán a las dos de la mañana y fuimos a un masoni (mesón).
Dormimos en una parte y pusimos los caballos en otra. Rodeados por una pared de
seis pies de alto a la que llaman taberna mexicana. Coma donde le plazca”.
Procedente de San
Francisco, California, Bayard Taylor llegó a Mazatlán en enero de 1850. Aquí
encontró un mesón llamado Gallo de Oro, pero también señala que ya
existía La Fonda de Cantón, propiedad del chino Luëng-Sing, el cual
parece ser el primer hotel con servicio de restaurante. Así lo describió: “Mi
siguiente preocupación fue encontrar alojamiento. Había un mesón, una especie
de posada nativa; el Ballo (sic) de Oro (Gallo de Oro?), una taberna al estilo
mexicano, que es suficientemente confortable; y finalmente La Fonda de Cantón,
un hotel chino, operado por Luëng-Sing, uno de los más corpulentos y dignos de
todos los Celestes. Su ancho rostro, casi igual en circunferencia que el gong
que Chin-Ling, el mesero, tocaba tres veces al día en la puerta, destellaba con
una consideración paternal por sus clientes. Sus ojos oblicuos, a pesar de todo,
su parpadeo por cualquier oportunidad, parecían contentos por naturaleza y su
faja espaciosa hablaba muy bien de vivir obesamente para admitir cualquier duda
acerca de la calidad de su mesa. No había resistencia a las atracciones del
hotel de Luëng-Sing, como lo publicitaba su propia persona, y, de acuerdo,
hacia allá me fui. El lugar estaba desbordado por nuestros
pasajeros, los cuales casi habían terminado con las existencias de huevos,
leche y verduras del mercado. La Fonda de Cantón estaba atestada; todos los
cuartos estaban llenos de mesas, y grupos alegres, como niños disfrutando de un
día de fiesta, estaban apilados en el patio sombreado por palmeras. Chin-Ling
no podía cumplir con la mitad de las órdenes; lo llamaban de todos lados y
todos lo regañaban, pero nadie podía relajar la gravedad de su extraña cara
amarilla. El sol estuvo intensamente caluroso hasta cerca de la noche, y
meenfebrecí corriendo detrás del equipaje, permisos y pasaportes. No me apené
cuando el cañón del vapor, al anochecer, señaló su partida, y me quedé en
compañía y con la hospitalidad de mi amigo Luëng-Sing. Después que los
jugadores de monte habían cerrado su banco en una de las habitaciones y los
clientes se habían retirado, Chin-Ling metió un pequeño catre y me preparó una
muy buena cama, en la que dormí casi tan profundamente como si hubiera sido un
suave tablón”.
Para
el año mil ochocientos sesenta y dos existía el hotel Cosmopolita, que contaba
también con restaurante; en este hotel se fraguó un intento de golpe de estado
en contra del gobernador Plácido Vega Daza. Otro centro de hospedaje era el Frank Hotel, mejor conocido
como American Exchange,
propiedad del capitán estadounidense Edward Moore o S. P. Moore, el cual también contaba con servicio
de alimentos. Pero a diferencia de los anteriores brindaba un área de
esparcimiento conformado por bar y billares; según se anunciaba en la prensa
local: “la mesa está provista
con lo mejor que el mercado ofrece y anexo al hotel existe un bar y billares donde los mejores
licores –seleccionados en San Francisco por el propietario- se pueden encontrar”. Otro hotel de esa época era el St. Charles Hotel, en la
esquina de las calles Recreo y Sacrificio, propiedad de M. C. Martín. Este
establecimiento se anunciaba como “el
hotel más grande en la ciudad. Y está ubicado convenientemente. Los dormitorios
siempre serán encontrados en buen orden y escrupulosamente limpios”
Para
mil ochocientos sesenta y tres se daba cuenta sobre la existencia en este
puerto de tres hoteles, uno de ellos el Hotel Nacional. Para el año siguiente además de estos
centros de hospedaje había tres restaurantes, aunque ninguno de ellos era de
primera clase.
Sin
lugar a dudas los primeros turistas que llegaron a Mazatlán con propósitos
meramente de esparcimiento, con el fin de conocer estos lares de la hermana
república de México fueron los que trajeron los buques provenientes de San
Francisco, California. El principal promotor de ese interés lo fueron las
crónicas sobre nuestra ciudad y región que publicaban periódicos de esa ciudad
como el Alta california Daily y el Evening Bulletin. Otro fenómeno que avivó el
flujo turístico hacia este puerto fue la fiebre minera de Sinaloa y sonora.
Al proporcionar servicio de transporte de la ciudad hacia poblados de
alrededor, las diligencias también pasaron a formar parte de la incipiente
actividad turística. El primero de mayo de mil ochocientos sesenta y tres salió
de Mazatlán la primera diligencia de pasajeros con rumbo a La Noria. La
compañía propietaria de este moderno medio de transporte se denominaba First American Stage. El propietario era S. P.
Bowman, originario de San Francisco. Y
precisamente durante esta la época existió el Hotel
de Diligencias.
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