jueves, 26 de mayo de 2016

Los Inicios del Turismo en Mazatlán




Sin lugar a dudas una de las principales actividades económicas de Mazatlán es la del turismo, la que envuelve a aquellos viajeros nacionales y extranjeros que visitan principalmente nuestras playas en busca de esparcimiento. Pero, qué es el turismo. Si bien es cierto que en su diccionario  la Real Academia Española nos dice que es laactividad o hecho de viajar por placer la doctrina amplía ese concepto. Por ejemplo, en su Diccionario de Viajes y Terminología del Turismo, Allan Beaver lo define como el “movimiento de gente, temporal y de corto plazo, a destinos fuera de los lugares donde normalmente residen o trabajan, así como  las actividades que realizan en esos destinos.” Es decir, el motivo del desplazamiento, de ese viaje, no únicamente puede ser por placer, sino también por otros propósitos como el religioso, cultural, científico, ecológico, etcétera.

Pero en primer término debemos dejar en claro cuándo es que nuestra ciudad y puerto comienzan a tener interés para los viajeros, para los turistas. Y para ello es menester dejar en claro qué era Mazatlán durante la primera mitad del siglo diecinueve. El año mil ochocientos veinticinco José de Caballero dibujó un mapa de Mazatlán, en él se ve  que el poblado se componía únicamente de trece construcciones al noreste del Cerro del Vigía, más la casa del comandante, dos construcciones,  ubicada en el extremo sur de Olas Altas, aproximadamente donde hoy día se encuentra el hotel Freeman; eso era Mazatlán para el año 1825. El tres de febrero del año mil ochocientos veintiocho ancló en las aguas mazatlecas la balandra inglesa Blossom, cuyo capitán era William Frederick Beechey, para permanecer aquí durante cinco días. Él realizó otro plano de nuestra ciudad, en el cual se aprecia el bajo número de construcciones qua había en ella. Años después, el estadounidense Henry Wise se refiere a esta ciudad de  la siguiente forma “En el año 1830 Mazatlán era una miserable villa de indios pescadores”  

Pero esa situación, ese estado sufriría toda una transformación en unos cuantos años. El día doce de diciembre de mil ochocientos treinta y siete el capitán francés Abel Aubert du Petit Thouars ancló su fragata Vénus en las cercanías de la isla de Venados. Al día siguiente los marineros franceses bajaron a tierra, pero el poblado ya no era el mismo que en 1830, además de que su número de habitantes  había crecido sustancialmente. Du Petit-Thouars quedó admirado al notar el crecimiento y la prosperidad del puerto, y se refiere al respecto: “En menos de ocho años Mazatlán, triste pueblo,  compuesto apenas de unas chozas miserables y un pequeño número de habitantes que no se ocupaban sino de la pesca, se ha convertido en una villa de comercio muy frecuentada y ya muy importante”.  Fue la minería del sur de Sinaloa la que principalmente dio a Mazatlán el impulso para hacer que aquel caserío de indios pescadores se convirtiera en una villa de varios miles de habitantes. Pero otro factor clave para el florecimiento de esta ciudad fue su geografía: el contar con  un puerto en el Océano Pacífico, a la entrada del Golfo de California. San Blas, kilómetros al sur no pudo competir con la vigorosa actividad comercial que ya tenía lugar en el joven puerto sinaloense; mientras que Guaymas, Sonora, resultaba bastante alejado de esta zona comercial, y La Paz, en la Baja California, además de ser un puerto lejano estaba prácticamente aislado del resto del territorio nacional.

El transporte, el hospedaje y la alimentación  son parte de la industria turística así como la guía del turista. Y, por increíble que parezca, los primeros tres de estos elementos comenzaron a funcionar en nuestra ciudad ya a mediados del siglo diecinueve. Se tienen noticias de que el primer lugar en Mazatlán que sirvió como mesón  ya operaba en febrero de mil ochocientos cuarenta y seis. Esta figura, la casa de hospedaje, al parecer no era conocido en esta ciudad y fue así como una familia  judía, originaria de Alemania,  utilizó  su propia casa para alojar a viajeros y aun locales. En  dicho  mes y año el  citado teniente  estadounidense  visitó  aquellas instalaciones,   y describe su experiencia de la siguiente manera: “El teniente le preguntó al pordiosero si existía algún lugar donde éste pudiese pasar la noche, obteniendo por respuesta que existía un local donde se hospedaba siempre que podía. El encobijado guió al marinero hasta una casa de hospedaje. Los dos hombres llegaron a un caserón, cruzaron al portal  y se encontraron en un atrio cuadrado rodeado de hileras de cuartuchos, que más parecían pesebres, mismos que eran rentados a residentes permanentes del puerto o a visitantes temporales. En uno de los cuartos vivían el encargado, su esposa e hijo; judíos provenientes de Alemania. William Maxwell Wood explicó  a  aquéllos el motivo de  su visita y se  comprometió a pagar por el pobre  diablo  techo y  sustento.”  El mismo Henry Wise señala que durante la invasión estadounidense, él  recibía alimentos del Hotel Francés.   No obstante, no se trataba sino de una fonda o de un mesón, no de un hotel como actualmente los conocemos.

Un evento que causó el paso de miles viajeros estadounidenses por Mazatlán y que, por ende, impulsó la industria del turismo en esta ciudad fue la Fiebre del Oro de California. Hacia el año mil ochocientos cuarenta y nueve y siguientes fue constante la llegada de estadounidenses habitantes de la costa este. Éstos viajaban a puertos mexicanos en el Golfo de México, principalmente Veracruz y Tampico, y de ahí cabalgaban hasta Mazatlán donde se embarcaban rumbo a San Francisco, California, para convertirse en gambusinos. En esta ciudad sinaloense los cansados viajeros encontraban alojamiento para ellos y sus caballos, así como alimentos, en tanto conseguían pasaje al puerto californiano. Sin embargo, los mesones carecían de servicio de comida, y los viajeros se veían obligados a procurar sus alimentos en otros establecimientos.

Precisamente en ese año el gambusino Tomas B. Eastland llegó a Mazatlán y señala “como todos los otros pueblos mexicanos, este no tiene hotel, el viajero se detiene en lo que se llama maisone (mesón), donde uno alquila un cuarto ‘desnudo’ por un precio al día, procurándose su propia comida de la mejor manera posible”.  Estas mismas condiciones del mesón son corroboradas por otro buscador de oro, Geo S. McKnight, quien el primero de agosto del mismo año llegó al puerto y asevera  “llegamos a Mazatlán a las dos de la mañana y fuimos a un masoni (mesón). Dormimos en una parte y pusimos los caballos en otra. Rodeados por una pared de seis pies de alto a la que llaman taberna mexicana. Coma donde le plazca”.

Procedente de San Francisco, California, Bayard Taylor llegó a Mazatlán en enero de 1850. Aquí encontró  un mesón llamado Gallo de Oro, pero también señala que ya existía La Fonda de Cantón, propiedad del chino Luëng-Sing, el cual parece ser el primer hotel con servicio de restaurante. Así lo describió: “Mi siguiente preocupación fue encontrar alojamiento. Había un mesón, una especie de posada nativa; el Ballo (sic) de Oro (Gallo de Oro?), una taberna al estilo mexicano, que es suficientemente confortable; y finalmente La Fonda de Cantón, un hotel chino, operado por Luëng-Sing, uno de los más corpulentos y dignos de todos los Celestes. Su ancho rostro, casi igual en circunferencia que el gong que Chin-Ling, el mesero, tocaba tres veces al día en la puerta, destellaba con una consideración paternal por sus clientes. Sus ojos oblicuos, a pesar de todo, su parpadeo por cualquier oportunidad, parecían contentos por naturaleza y su faja espaciosa hablaba muy bien de vivir obesamente para admitir cualquier duda acerca de la calidad de su mesa. No había resistencia a las atracciones del hotel de Luëng-Sing, como lo publicitaba su propia persona, y, de acuerdo, hacia allá me fui.  El lugar estaba desbordado por nuestros pasajeros, los cuales casi habían terminado con las existencias de huevos, leche y verduras del mercado. La Fonda de Cantón estaba atestada; todos los cuartos estaban llenos de mesas, y grupos alegres, como niños disfrutando de un día de fiesta, estaban apilados en el patio sombreado por palmeras. Chin-Ling no podía cumplir con la mitad de las órdenes; lo llamaban de todos lados y todos lo regañaban, pero nadie podía relajar la gravedad de su extraña cara amarilla. El sol estuvo intensamente caluroso hasta cerca de la noche, y meenfebrecí corriendo detrás del equipaje, permisos y pasaportes. No me apené cuando el cañón del vapor, al anochecer, señaló su partida, y me quedé en compañía y con la hospitalidad de mi amigo Luëng-Sing. Después que los jugadores de monte habían cerrado su banco en una de las habitaciones y los clientes se habían retirado, Chin-Ling metió un pequeño catre y me preparó una muy buena cama, en la que dormí casi tan profundamente como si hubiera sido un suave tablón”.

Para el año mil ochocientos sesenta y dos existía el hotel Cosmopolita, que contaba también con restaurante; en este hotel se fraguó un intento de golpe de estado en contra del gobernador Plácido Vega Daza. Otro centro de hospedaje era el Frank Hotel, mejor conocido como American Exchange, propiedad del capitán estadounidense Edward Moore o S. P. Moore, el cual también contaba con servicio de alimentos. Pero a diferencia de los anteriores brindaba un área de esparcimiento conformado por bar y billares; según se anunciaba en la prensa local: “la mesa está provista con lo mejor que el mercado ofrece y anexo al hotel existe  un bar y billares donde los mejores licores –seleccionados en San Francisco por el propietario-  se pueden encontrar”. Otro hotel de esa época era el St. Charles Hotel, en la esquina de las calles Recreo y Sacrificio,  propiedad de M. C. Martín. Este establecimiento se anunciaba como “el hotel más grande en la ciudad. Y está ubicado convenientemente. Los dormitorios siempre serán encontrados en buen orden y escrupulosamente limpios”

Para mil ochocientos sesenta y tres se daba cuenta sobre la existencia en este puerto de tres hoteles, uno de ellos el Hotel Nacional. Para el año siguiente además de estos centros de hospedaje había tres restaurantes, aunque ninguno de ellos era de primera clase.

Sin lugar a dudas los primeros turistas que llegaron a Mazatlán con propósitos meramente de esparcimiento, con el fin de conocer estos lares de la hermana república de México fueron los que trajeron los buques provenientes de San Francisco, California. El principal promotor de ese interés lo fueron las crónicas sobre nuestra ciudad y región que publicaban periódicos de esa ciudad como el Alta california Daily y el Evening Bulletin. Otro fenómeno que avivó el flujo turístico hacia este puerto fue la fiebre minera de Sinaloa y sonora.


Al proporcionar servicio de transporte de la ciudad hacia poblados de alrededor, las diligencias también pasaron a formar parte de la incipiente actividad turística. El primero de mayo de mil ochocientos sesenta y tres salió de Mazatlán la primera diligencia de pasajeros con rumbo a La Noria. La compañía propietaria de este moderno medio de transporte se denominaba First American Stage. El propietario era S. P. Bowman, originario de San Francisco. Y precisamente durante esta la época existió el Hotel de Diligencias.

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