sábado, 28 de mayo de 2016

La Muerte de Carlos Ezeta




La mañana del catorce de julio de 1896 más de una docena de personas se encontraba tomando su desayuno  en el restaurante del Hotel Marechal Niel de San Francisco, California. Entre ellos, sentado en la segunda mesa, a la derecha de la entrada, se encontraba el general Carlos Ezeta. De repente entró un hombre que sacó una pistola,  le apuntó con ella y le grito “Bandido, vengo a matarlo”, y después intentó escupir la cara de Ezeta. “Canalla” le respondió Ezeta. “Villano. Vengo a matarlo” le advirtió el otro. Los comensales estaban aterrados, quienes pudieron cruzaron la puerta de inmediato. 
Sin embargo, aquel joven aprendiz de asesino cuyo nombre era Pedro Jiménez, no se atrevía a accionar su pistola. El general lo supo al ver su  pálida figura y le gritó “baja esa pistola”. Jiménez titubeó y se puso aún más pálido. “Te he ordenado que bajes es pistola” le gritó Ezeta, con lo que el otro se encogió y guardó el arma en uno de sus bolsillos.
Jiménez se sabía dominado por Ezeta, aún así se atrevió a insultarlo “Villano”. Al ver que el hombre había renunciado a cometer el asesinato y al saber que era dominado por las palabras y la presencia de Ezeta, al verlo guardar el arma, varios hombres se abalanzaron sobre él y lo sujetaron. Pero Jiménez no cesaba de reclamar a Ezeta “Villano, me tuviste en el ejército como soldado raso”. La policía ya había sido avisada de este hecho y no tardó en llegar. Pero el joven duró pocos minutos tras las rejas ya que fue puesto en libertad con una fianza de cincuenta dólares. Indignado, poco después Ezeta presentó cargos contra el frustrado asesino quien de nuevo fue puesto en prisión, pero de nuevo fue puesto en libertad bajo fianza.

Varios años antes de esta anécdota, en los años ochentas del siglo XIX, Carlos Ezeta había intentado derrocar al presidente salvadoreño Rafael Saldívar, pero había fallado. Éste, al enterarse, fue hasta donde se encontraba el golpista, le reclamó el hecho y lo invitó a lavar su honra; le puso una pistola cargada para que se suicidara, si lo hacía recibiría honores militares. Pero Ezeta no se suicidó y huyó hacia Guatemala, en cuya capital conoció y se enamoró de una mujer de las mejores familias del país: Josefa Marroquín. La familia de ésta no se opuso a la relación y muy pronto contrajeron matrimonio, del cual nacieron cuatro hijos: Carlota, Matilda, Emilio y Clarita.

Pero Ezeta y su esposa viajaron a El Salvador  y en 1889 lo logró al derrocar a Francisco Menéndez. Fue así como se convirtió en presidente provisional de su país. Luego ganó las elecciones para el período 1890-1894. Pero días antes de concluir su mandato también él fue derrocado y, como pudieron Josefa e hijos abordaron un barco que los llevó a Panamá, mientras que él escapó en otro. Ahí abordaron el buque Acapulco que los llevó hasta San Francisco donde ya les esperaba don Carlos. Ahí vivieron cómodamente en el Hotel Galindo.  Corrieron los rumores de que don Carlos y doña Josefa habían salido de El Salvador con siete millones de dólares, de aquellos millones de dólares. Tenía bastante dinero para gastar… y a eso se dedicaron. ¨Poco después se aposentaron en París, Francia, después en Nueva York, y finalmente regresaron al área de San Francisco. Ahí comenzaron a criar a sus pequeños.

Pero... ¿Es posible gastarse siete millones de dólares en unos cuantos años,  o, en realidad los Ezeta no habían salido de El Salvador con tanto dinero como se especulaba?  No se sabe, nunca se sabrá. Pero los Ezeta habían dejado muchos bienes en El Salvador, y no estaban dispuestos a olvidarlos. Se rumoraba que don  Carlos tenía amistad con el presidente de México don Porfirio Díaz Mori y que éste aun le protegía; se rumoraba que Ezeta preparaba el regreso a su país desde México. El gobierno salvadoreño en turno, al enterarse, envió a la Ciudad de México un ministro plenipotenciario para conferenciar y llegar a un arreglo con Ezeta, éste no era otro que don Rafael Saldívar, quien había intimado al  general para que se suicidara. El resultado de estas conferencias fue que los Ezeta podían buscar la devolución de todos sus bienes que habían sido confiscados, pero don Carlos no podía poner un pie en El Salvador, fue por ello que doña Josefa Marroquín de Ezeta viajó de San Francisco al país centroamericano  para demandar la devolución de sus bienes.

El día 5 de julio de 1901 los Ezeta compraron a Joahna Taylor una casa situada en la calle 14 de San Francisco. Mientras las demandas seguían su curso, el matrimonio se preocupaba por educar a sus hijos y hacerlos crecer como si fueran ciudadanos estadounidenses.

En agosto de 1902 don Carlos decidió visitar México y a bordo de un barco llegó a Mazatlán. Aquí vivió varios meses en forma callada, casi desapercibida. Hasta que llegó diciembre, y con este mes aparecieron las primeras manifestaciones de la peste bubónica. Y aquí estaban don Carlos y doña Josefa, en aquel Mazatlán en el que nadie quería estar debido a la peste.

En enero de 1903 sucedió lo que ellos jamás hubieran imaginado: en una ciudad que le era ajena, en un país que no era el suyo, sin un centavo en el bolsillo, sin un amigo,  aquel poderosísimo general salvadoreño cayó enfermo de peste bubónica.
El general Carlos Ezeta había nacido en San Salvador el 14 de junio de 1852, y vino a Mazatlán para morir víctima de la peste bubónica el día 21 de enero de 1903. Doña Josefa no tuvo dinero para pagar el sepelio de su marido, por lo que el gobernador del estado, Francisco Cañedo, pagó personalmente los gastos funerarios y dispuso que sus restos descansaran en el panteón Ángela Peralta, donde aún permanecen completamente desapercibidos. 


No hay comentarios.:

Publicar un comentario